𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒔𝒊𝒆𝒕𝒆

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Emerald se preguntaba cuál era la verdad de la que había hablado su padre. Él parecía estar teniendo serios problemas para poder hablarle, como si no supiera por dónde empezar. Se sentaron frente a frente en una de las mesas y Albus se decidió por fin a decirle todo eso que había callado por tantos años. 

—Tú querías saber quién era tu madre —comenzó—, y yo nunca te lo dije, pero no porque no quisiera decírtelo, sino porque ni yo mismo lo sé. 

Emerald sintió como si su mundo se tambaleara. Necesitaba una mejor explicación, porque en esos momentos, su mente era un completo caos. 

—¿Qué? —murmuró, con un hilo de voz. 

—Aberforth y yo te encontramos cerca de aquí cuando eras una bebé. Nosotros... decidimos cuidarte, pero nunca supimos quienes son en realidad tus padres. En principio no sabíamos si eras una bruja o no, pero eso no nos importó, porque en poco tiempo llegamos a quererte y a verte como parte de nuestra pequeña y rota familia.  

Aquella fuerte revelación hizo que Emerald comenzara a dudar seriamente de todo, hasta de su propia identidad. Todo lo que había creído durante toda su vida no era cierto, no había ningún indicio de su verdadero origen. Tenía los ojos llenos de lágrimas que se esforzaba por retener, nunca en su vida había sentido tanto dolor como en ese momento. 

—¿Por qué no me lo habías dicho? —preguntó, en no más que un débil susurro, se sentía sin fuerzas, como si todo lo que ella era, se estuviera rompiendo en mil pedazos.

—Pensaba que lo mejor era callar, al menos hasta que tuvieras la edad suficiente para saberlo todo. 

Ella seguía sin entender por qué había esperado tanto tiempo para decírselo. 

—¿Hay algo más que me estés ocultando? 

Albus pareció un poco incómodo, pero ya había tomado la determinación de que ella debía saberlo todo, sin omitir ningún detalle, de manera que se acomodó en la silla y juntó las manos sobre la mesa.

—Estás en peligro, Emerald, por mi culpa.

—Explícate. 

—He decidido tomar partido en la guerra que se está librando ahora y... voy a ir contra Grindelwald. No te había hablado nunca de eso, ni de él, porque es un tema difícil para mí. 

Emerald sabía pocas cosas sobre Grindelwald, estaba enterada de que varias veces le habían pedido a Albus que lo enfrentara, pero él se había rehusado en repetidas ocasiones y nadie sabía a ciencia cierta porqué. 

—¿Qué tiene que ver esto conmigo? —preguntó. 

—Todo el mundo sabe que eres mi hija, Gellert sabe que eres importante para mí, y ahora mismo creo que es capaz de todo, por eso temo por ti. 

—¿Por qué no habías decidido enfrentarlo hasta ahora? 

Albus pareció perdido en los recuerdos. 

—Porque estaba... estaba enamorado de él. 

Emerald esperaba cualquier cosa, menos eso. Miró a Albus con los ojos muy abiertos, y al ver en los de él, pudo darse cuenta de que sus sentimientos por Grindelwald no eran pasado. 

—Si lo has amado tanto y aún lo amas... ¿Cómo pretendes enfrentarte a él?

Albus suspiró y siguió mirándola a los ojos.    

—Sé que moriré amándolo, pero a pesar de eso, ahora tengo que poner lo que es correcto y el bien de todos por encima de mis sentimientos.    

Emerald sintió gran admiración por Albus al escuchar esas palabras, se necesitaba demasiada fuerza para enfrentarte a alguien a quien amas tanto, y más aún, si lo haces por salvar a otros. 

—Eres un gran hombre —le dijo— y siempre te he admirado por eso. Si estuviera un tu lugar, no podría hacer nada. 

Albus esbozó una sonrisa comprensiva. 

—Tal vez algún día estés en la misma situación que yo estoy ahora. 

Emerald esperaba que Albus estuviera muy equivocado. 

—Sé que Tom tiene potencial para ser otro mago oscuro como Grindelwald, pero no creo que sea realmente alguien malo. 

—La maldad florece en la falta de amor. 

Emerald se quedó pensando en silencio un momento, tratando de poner en orden sus ideas, tratando de hacerse a la idea de que no sabía quién era ella en realidad. Siempre se había pensado a sí misma como la hija de Albus Dumbledore, sería difícil dejar de pensarlo de esa manera. Tenía su apellido y lo había llamado padre toda la vida, pero no tenía su sangre. Se preguntó en dónde estarían sus verdaderos padres y qué razones tendrían para abandonarla a su suerte en cualquier lugar, no quería ni pensar en lo que hubiera sucedido si Albus y Aberforth no la hubieran encontrado, o no hubieran querido hacerse cargo de ella. Aunque la verdad era difícil de asimilar para ella, algo le impedía sentirse molesta con ellos por habérselo ocultado. 

—Gracias por haber cuidado de mí —dijo. 

Albus le sonrió cariñosamente. 

—Puede que no lleves mi sangre, pero para mí siempre vas a ser mi hija, te vi crecer y te quiero como tal. Espero que algún día puedas perdonarme por haberte ocultado la verdad todos estos años. 

Emerald estiró su mano y la puso sobre las de Albus. 

—Solo necesito tiempo para hacerme a la idea de cuál es la verdad, pero no hay nada que perdonar. 

Se levantó de donde estaba sentada y se fue a su habitación. Estuvo allí un buen rato, pensando e intentando comprender mejor todo lo sucedido, pero al final decidió salir un momento a caminar por el pueblo. No salió por la puerta principal del bar, e intentó ir a las afueras del pueblo, sin tener idea de que la estaban esperando. 

¡Petrificus totalus!

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora