𝑫𝒊𝒆𝒄𝒊𝒔𝒆𝒊𝒔

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«Tengo que matar a ese maldito mocoso —pensó Tom, mientras apretaba los puños y miraba con odio a Daniel Greene—. Tengo que sacarlo de mi camino como sea». 

—Se... señor —murmuró el chico, viendo venir el problema en que se metería. 

—Creo que estas no son horas de estar teniendo citas románticas —dijo Tom, en un tono frío que le causó escalofríos a Daniel—. Regrese ahora mismo a su dormitorio. 

—Pero, señor... nosotros íbamos a...

—¡No me importa lo que fuera a hacer! Fuera de aquí, ahora. ¿O tengo que llevarlo con el director? 

Daniel no dijo nada más, se limitó a alejarse casi corriendo y sin mirar atrás. Emerald miró a Tom con confusión, desde donde estaba podía sentir su ira y él enojado daba mucho miedo. 

—Yo sabía que ese mocoso imbécil estaba enamorado de ti, pero no pensé que se atreviera a hacer algo tan ridículo para declararse —dijo, en el mismo tono frío que había usado antes, y se quedó mirando fijamente el salón donde estaba la sorpresa que Daniel había preparado. 

—Iba camino a tu oficina —Emerald estaba ansiosa por cambiar de tema, no le gustaba para nada lo que estaba viendo en la mirada de Tom. 

—¿Ibas a verme a mí, o a tener una cita con ese idiota? 

Emerald frunció el ceño, tenía que aclarar esa situación cuanto antes. 

—Por supuesto que iba a verte a ti —dijo, con firmeza—. No tengo nada que ver con Daniel. 

A Tom le estaba costando grandes esfuerzos controlarse. No recordaba haber tenido tantas ganas de matar a alguien antes. Ni siquiera a su padre, cuando había descubierto que no era más que un muggle. Tampoco a Albus Dumbledore, cuando había estado a punto de descubrir que él era el heredero de Slytherin y quien había abierto la cámara de los secretos. Eso era diferente, en verdad pensaba que tenía que eliminar a ese mocoso. Con solo estar cerca de Emerald, se había ganado su odio, pues desde el primer momento, se había dado cuenta de que estaba enamorado de ella. Seguramente haría lo que fuera para que ella le prestara atención, lo que había en esa aula era la prueba, si se había atrevido a hacer algo como eso, era porque estaba recurriendo a medidas desesperadas. ¿Cómo se sentiría ella con respecto a eso? Tenía entendido que a las chicas de su edad les emocionaba un pretendiente cursi que las llenara de flores y chocolates. Tom nunca podría ser eso, ni aunque lo intentara, y tampoco pensaba intentarlo, ni siquiera por ella. A pesar de su silencio, Emerald sabía lo que estaba pensando, de manera que se acercó y lo tomó de la mano. 

—Vamos a tu oficina a hablar —le dijo en casi un susurro. 

A pesar de lo furioso que estaba, que Emerald lo tocara surtía un efecto calmante, de manera que no dijo nada y llevó a la chica hasta su oficina. Solo hasta que cerraron la puerta y se sentaron juntos en un sofá, ella volvió a decir algo. 

—Daniel me siguió desde que salí de la torre de Gryffindor e hizo que me detuviera allí para mostrarme lo que preparó para mí. No tenía idea de que fuera a hacer algo así. 

—Yo te dije que estaba enamorado de ti —replicó Tom, sin mirarla—. No hace más que perseguirte por todo el colegio. 

—Hablaré con él y le aclararé que no le correspondo, así ya no tendrá motivos para seguir buscándome. 

—Lo seguirá haciendo y lo sabes. Aunque lo rechaces mil veces, seguirá persiguiéndote. 

—¿Entonces qué crees que debo hacer para que me deje en paz? 

Tom la miró a los ojos y pasó un momento sin decirle nada, imaginándose las mil maneras en las que podría hacerle daño a aquel mocoso que estorbaba en su camino. Él nunca había tenido piedad de nadie que se interpusiera entre él y lo que quería, y esa no sería la excepción. 

«Ese estúpido mocoso puso sus malditos ojos en la persona equivocada —pensó—. Se va a arrepentir. Yo voy a hacer que se arrepienta, va a desear no haber nacido». 

—Lo mejor es que yo intervenga —dijo, con toda calma, pensando que de esa manera podría ocultar sus intenciones. Pero no había nada que pudiera ocultar de Emerald, porque ella podía ver en él todo eso que nadie más veía. 

—No puedes hacer lo que piensas. 

—¿Por qué no?

—Porque si le causas algún daño aquí, tendrás problemas serios. 

Que Emerald pusiera objeciones a sus planes, no hizo más que aumentar su ira, de manera que se puso en pie de un salto y habló sin pensar. 

—No me digas qué puedo o no hacer. Hay muchas cosas sobre mí que no sabes. Si quiero, puedo acabar con ese mocoso sin que nadie se dé cuenta, nadie sabría que fui yo y nadie, ni siquiera tú, podría hacer algo para impedirlo. ¿Por qué te importa lo que pase con él? Si es verdad que no te interesa, como dices, no tendría por qué preocuparte que de un momento a otro aparezca por ahí, muerto. 

La agresividad de sus palabras sorprendió a Emerald, que hasta ese momento no había tenido oportunidad de ver el lado más frío y cruel de Tom. Se puso en pie también y se obligó a sostenerle la mirada. 

—Tienes razón, no soy nadie para decirte qué puedes o no hacer y si no hay manera de convencerte de que no le hagas daño, creo que no tengo nada que hacer aquí. No miento cuando digo que no me interesa en absoluto y que el único que me interesa eres tú, pero si no puedo convencerte de que digo la verdad, no hay más que decir. 

Dicho eso, salió de la oficina y se hizo invisible después de cruzar la puerta. 

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora