𝑺𝒆𝒊𝒔

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Aquella conversación solo ayudó a que Emerald se sintiera mucho más interesada en Tom. Se había sentido bien hablando con él, a pesar de que le resultaba intimidante, al mismo tiempo se sentía a gusto teniéndolo cerca. No quería comentar con nadie lo que le estaba pasando, ya había decidido que sería un secreto, al menos hasta que lograra comprender al menos en parte lo que le estaba pasando.

Mientras caminaba a la clase de defensa contra las artes oscuras, rememoraba los acontecimientos ocurridos durante el castigo, que en realidad no le había parecido un castigo como tal. Antes de llegar, se encontró de frente con el chico que había conocido en las cocinas un par de días atrás. Él la miró con una expresión de disculpa, pero ella en principio no recordó su nombre.

—Hola, Emerald —dijo.

Ella dudó un poco antes de responder.

—Hola, Daniel.

—Yo... quería disculparme contigo por el comentario que hice el otro día. Sé que no estuvo bien decir eso y entiendo que te hayas molestado tanto.

Emerald no esperaba eso, pero se las arregló para parecer despreocupada.

—No pasa nada, finalmente, todo el mundo dice eso.

Daniel buscó en su mochila hasta que encontró una caja llena de ranas de chocolate. Emerald dudó mucho antes de recibírselas. 

—Tu amiga dijo que te gustaban y yo creí que tal vez esto podría ayudar a que aceptes mis disculpas y si quieres... podamos ser amigos. 

—Muchas gracias. 

En el momento en que Emerald dijo esas palabras, Tom apareció en la puerta del salón de clases, que estaba a pocos pasos de ella. Al verla hablando con aquel chico y darse cuenta de que le había dado un regalo, sintió algo completamente desagradable, que nunca antes había sentido, algo que comúnmente se llamaba celos, pero que él no había conocido hasta ese momento. Comenzó a armarse mil historias en su cabeza, suponiendo que Emerald podría tener algún tipo de relación con el chico, o imaginando que ella podía estar enamorada de él. 

«Tiene sentido —pensó—, es alguien de su edad, están en el mismo curso y es probable que se conozcan desde hace tiempo». 

Ya se sentía mal al imaginarla haciendo cosas que hacían las parejas con ese chico, y se sintió peor cuando ella le dio un beso en la mejilla. 

—Adiós, Daniel, y gracias otra vez por los dulces. 

Daniel sonrió, aunque Tom no pudo verlo desde donde estaba porque le daba la espalda. 

—Adiós, Emerald. Que tengas un hermoso día, casi tan hermoso como tú. 

Emerald sonrió amablemente y se encaminó al salón de clases. 

—Buenos días, señor —saludó a Tom al pasar por su lado, pero él ni siquiera se molestó en responderle el saludo o en mirarla, porque una ira indómita y desconocida se había apoderado de él. 

Ella se sorprendió al notar su indiferencia. No quería pensar cosas que no eran, pero le había parecido que la noche anterior, Tom había mostrado cierto interés en ella y no comprendía por qué de la noche a la mañana ni siquiera la saludaba. En toda la clase a penas la miró un par de veces, porque todo lo que quería era preguntarle qué tenía que ver con ese chico, si lo quería, si era importante para ella y desde cuándo estaban juntos. 

«Me estoy comportando como el peor de los idiotas —pensó—, todo este tiempo, desde el día que escuché esa maldita profecía. Puede no ser cierta, pero está haciendo que me obsesione y definitivamente no me conviene. A penas y la conozco, no puedo actuar como si tuviera algo que ver conmigo. Tiene una vida aquí y yo no tengo conocimiento sobre casi nada de ella. Tengo que ir despacio, si sigo a este ritmo, todo terminará muy mal». 

A pesar de ser consciente de que no estaba bien sentirse de esa manera, no conseguía calmarse, pero se las arregló para dictar la clase y fingir que nada pasaba. Mientras tanto, Emerald tomaba notas atentas de todo lo que decía, pero se preguntaba una y otra vez por qué había cambiado tan drásticamente su actitud hacia ella. Al final, les dejó como tarea una redacción sobre las maldiciones imperdonables. Emerald pensó en quedarse hasta que todos hubieran salido y hablarle, pero rápidamente cambió de idea. Empacó sus cosas y salió en compañía de Aline sin decir nada y haciendo enormes esfuerzos por ni siquiera mirar a Tom. 

«Le estoy dando demasiada importancia —pensó—. No pasa nada con que no me haya saludado, tampoco pasa nada con que hayamos hablado anoche. No puedo fijarme en él, tengo que seguir viéndolo como mi profesor y nada más». 

—¿Todo bien? —preguntó Aline mientras tomaba a Emerald del brazo, sacándola de sus pensamientos. 

Emerald asintió. 

—Sí, muy bien —respondió y fingió una sonrisa despreocupada. Confiaba en su mejor amiga, pero se resistía a compartirle lo que le estaba pasando con Tom, muy seguramente porque lo veía como algo malo, y se autocensuraba por ello. 

Aline la miró no muy convencida, pero decidió no insistir y cambiar de tema. 

—¿Daniel habló contigo? 

—Sí, se disculpó por el comentario de la otra noche y me dio una caja de ranas de chocolate. 

—No sé qué pienses, pero a mí me parece bastante atractivo. 

Emerald dudó un poco antes de decir algo sobre eso. 

—Puede que lo sea. 

—No es tu tipo, ¿verdad? 

—En realidad, no sé cómo exactamente sería mi tipo. 

Se quedó pensando en cómo eran los chicos a los que normalmente encontraba atractivos y sin darse cuenta, su mente llegó a Tom. De inmediato, sacudió la cabeza como si quisiera borrar así la opinión que tenía de él.

«Ojalá no fuera mi profesor, así me sentiría mucho menos incómoda por encontrarlo tan atractivo». 

En la noche, Emerald y Aline se sentaron en la sala común de Gryffindor con la intención de hacer los trabajos que tenían pendientes. 

—Yo pienso que deberíamos empezar por el de defensa contra las artes oscuras. Es el más largo —sugirió Aline, pero a Emerald se le ocurrió una idea. 

—No, dejemos ese para el final. 

«Mentira, no lo pienso hacer».

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora