𝑵𝒖𝒆𝒗𝒆

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Los días pasaban y Emerald se sentía cada vez más y más confundida. En lugar de desaparecer, su atracción por Tom solo empeoraba. Caminaba por el castillo esperando encontrarlo, durante las cenas en el gran comedor no hacía más que mirarlo, en clases no le retiraba la mirada y en cuanto él la miraba, sentía que todo su mundo temblaba, al igual que sus manos. Se autocensuraba constantemente, pensando en lo mal que estaba haberse fijado en un profesor, pero al mismo tiempo pensaba que no tenía incidencia, pues no había forma de que él se fijara en ella. Nada pasaría, porque él nunca lo sabría. Pero estaba muy lejos de la verdad. Tom tendía a obsesionarse, y eso le estaba pasando con ella. No sabía qué hacer para propiciar más encuentros a solas, y a menudo se rompía la cabeza tratando de encontrar alguna manera de acercarse a ella. Ninguno de los dos sabía que era mejor dejar que el destino hiciera lo propio.

Tom tenía problemas para dormir, así que estaba hasta altas horas de la madrugada deambulando por el castillo, leyendo o simplemente se quedaba mirando atentamente el fuego que ardía en la chimenea mientras pensaba una y otra vez en Emerald, en los hoyuelos que se formaban en sus mejillas cuando sonreía, en su cabello castaño tan brillante, en sus ojos azules que parecían ver a través de él, en el sonido de su voz y en el tono que usaba para hablarle, como le decía «señor» al final de cada frase y evitaba mirarlo a los ojos. Constantemente se preguntaba si se estaría volviendo loco, aunque pensaba seriamente en que su salud mental nunca había sido la mejor. Para tratar de pensarla menos, salió muy tarde de su habitación y caminó por los pasillos desiertos iluminados por antorchas y por la tenue luz de la luna que entraba por las ventanas, hasta llegar a la biblioteca.

Mientras tanto, en la torre de Gryffindor, Emerald daba vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño, sintiendo envidia de sus compañeras que dormían profundamente y hasta roncaban. Resopló, frustrada y se levantó. Con sigilo salió de la habitación y como impulsada por una fuerza sobrenatural, fue a parar a la biblioteca.

Cuando vio a Tom, pensó por unos instantes en si lo mejor sería volver por donde había venido. Pero él, sin haberla visto, ya presentía su presencia, aunque tenía la vista fija en el libro que estaba abierto sobre su regazo.

—¿No debería estar durmiendo a esta hora, señorita Dumbledore? —preguntó con voz suave, mientras levantaba lentamente el rostro para mirarla.

Ella se tensó y fijó la vista en el suelo.

—Yo... no podía dormir —murmuró y luego recordó que había olvidado algo—, señor.

Tom sonrió.

—El profesor Dumbledore podría fácilmente prepararle un filtro de muertos en vida.

Emerald se atrevió a mirarlo, reunió valor y se acercó unos pasos, pensando en que la sonrisa de Tom era verdaderamente bonita, aunque pasaba la mayor parte del tiempo serio. No quería hablar sobre su insomnio, de manera que intentó cambiar de tema.

—¿Puedo saber qué lee? —preguntó, con cautela.

Tom cerró el libro y miró distraídamente la portada.

Los secretos de las artes más oscuras —respondió.

—Veo que realmente le interesa el tema.

Tom se encogió de hombros.

—Me interesa lo suficiente como para ser el profesor de defensa contra las artes oscuras, ¿no cree?

—Es verdad.

Se sumieron en un silencio un tanto incómodo, que ninguno de los dos sabía cómo romper.

—Y dígame, señorita Dumbledore... —dijo Tom al cabo de un rato, dedicándole una mirada intensa— ¿los problemas para dormir los ha tenido desde siempre? Porque recuerdo que la primera vez que la castigué también estaba fuera de su dormitorio a altas horas de la noche.

Emerald tragó saliva, no sabía por qué, pero cuando estaba cerca de Tom, sentía que se le secaba la garganta constantemente.

«Los problemas para dormir están desde que lo conocí —pensó».

—No, señor. Lo que pasa es que nunca he estado acostumbrada a dormir temprano. Cuando era niña me quedaba con mi tío en el bar hasta que cerraba.

Aquellas palabras despertaron la curiosidad de Tom de una manera impresionante. Siguió mirándola fijamente, dispuesto a usar esa oportunidad para averiguar todo lo que pudiera sobre la chica.

—No tenía idea de que tuviera un tío —comentó de manera inocente.

—Es el hermano menor de mi padre, su nombre es Aberforth —respondió ella, sin problema. No se sentía incómoda hablándole de su vida por alguna extraña razón que desconocía—. He estado con él casi siempre, era quien me cuidaba mientras mi padre estaba aquí.

Tom lo pensó un poco antes de hacer la pregunta que quería hacer. Al final se decidió.

—¿Y su madre?

Emerald no le respondió de inmediato y Tom advirtió un poco de tristeza en su mirada.

—Ella murió, aunque mi padre nunca habla de ella. Es más, ni siquiera me ha dicho su nombre.

Tom se preguntó por qué tanto misterio. ¿Qué razones tendría Dumbledore para guardar tantos secretos? Parecía que siempre había un aura de misterio en torno a él.

—Lo siento.

Ella se quedó mirándolo fijamente, queriendo preguntarle también un millón de cosas, pero sin atreverse. Al final se encogió de hombros.

—Tal vez algún día pueda hacer que me hable más sobre ella.

—También podría preguntarle por qué ha guardado tanto silencio con respecto a ella.

—Mi padre es un hombre al que le gusta guardar para sí mismo lo que más pueda sobre él, sobre su historia, sobre su pasado. Nunca lo he juzgado por eso.

—No siempre es bueno guardar tantos secretos.

—Es verdad, sobre todo cuando eso podría hacer daño a otras personas.

Tom pasó unos instantes en silencio, dándose cuenta de lo agradable que le estaba resultando conversar con Emerald.

«Es como estar armando un rompecabezas —pensó—, poco a poco junto pequeñas piezas hasta descubrir quién es ella en su totalidad».

—¿Le han dicho que hablar con usted es algo muy agradable? —se aventuró a decir, y observó la reacción de ella ante el cumplido. Al principio parecía sorprendida y después, evidentemente muy halagada.

—Pocas veces. Aunque que lo diga usted es otra cosa, señor —dicho eso, esbozó una sonrisa coqueta que ni ella misma sabía que podía poner.

Tom sintió una extraña emoción y por primera vez, un deseo incontenible de acercarse más, hasta poder tocarla, hasta poder besarla. Se obligó a ir despacio, tratando de pensar de manera racional, aunque le costaba mucho y a ese punto, ya creía completamente en que las palabras de aquella extraña profecía que lo había llevado hasta allí, eran ciertas.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora