Soy Sheng

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El caos se había comenzado a extender, mi aldea había sido parte de un enfrentamiento feroz entre un inmortal y un monje que se oponía al poder de aquel ser. Los gritos de muchos se extendían y al ser un debilucho lo único que podía hacer era señalar las rutas de evacuación para los aldeanos. El combate se extendió, apenas habíamos logrado escapar, sin bajas. Todos teníamos algún rasguño o golpe, aquellos que se enfrentaron a algún guerrero estaban con un hueso roto. La derrota estaba marcada en cada rostro, la aldea había sido por completo golpeada y destruida, los monjes de un templo nos recibieron mientras el sonido del encuentro dejaba de escucharse.

El rostro de los aldeanos estaba por completo marcado con una gran derrota, una perdida enorme si se podía ser sincero al verlos. Las familias se miraban tristes, mientras en la espalda cargaban lo poco que pudieron sacar de aquella masacre que se desató. Los monjes nos comenzaron a curar de inmediato, mientras miraban que no sucediera nada fuera de lo normal en el templo.

El monje que había estado enfrentando a los guerreros y al inmortal se paró enfrente de nosotros. Su rostro estaba golpeado, parte de su ropa estaba rasgada, quemada o estaba llena de polvo. Ninguno de nosotros se veía tan mal como aquel monje, menos con una mirada tan derrotada que era difícil de ignorar. Sus rodillas terminaron en el suelo mientras pedía disculpas con gran arrepentimiento y enojo, parecía sin duda un alma que había tenido que enfrentar demasiado. La mirada de los aldeanos solo se podía concentrar en que no había podido proteger la aldea, que ahora estábamos sin un hogar.

-de que nos sirven sus disculpas- dijo una mujer con desagrado mientras sujetaba con recelo la bolsa que tenía en sus manos

-en lugar de perder el tiempo debió pelear más- comentó un señor mientras miraba con desprecio al monje arrodillado y le arrebataba el cuenco con agua le ofrecían.

-lo que va a sentir es ser un monje inútil- criticó otra anciana mientras miraba con evidente enojo y desprecio mientras era cargada para ser atendida por un médico.

Entendía a ambas partes y si debíamos ser justos, estábamos todos vivos, no faltaba ningún aldeano y todo fue gracias a aquel monje que estaba arrodillado pidiendo perdón. Tampoco ayudaba que aquellos que hablaban mal, eran precisamente los que estaban siendo más egoístas y abusivos. Esa fue la última gota a mi paciencia.

-¡cállense de una vez!- grité enojado mientras caminaba hacia el monje. La mirada de los monjes cambio al ver eso, lo mismo que la de los aldeanos que me conocían.

La fuerza de mi voz había sido mayor a lo que había esperado, parecía que mi cuerpo se movió por su cuenta. Sin darme cuenta había caminado entre la multitud enojada que rodeaba al monje, mis pasos fueron rápidos hasta estar enfrente del monje.

-digan ¿cuántos murieron?, ¿Cuántos están heridos de muerte o para siempre? - pregunté con seriedad mientras las miradas de enojo cambiaban a arrepentimiento, mientras que otras eran de vergüenza por el comentario que habían hecho.

Miré los rostros, conocía a mi aldea, de vez en cuando necesitaban ser regañados para ser agradecidos con lo que sucedía o al menos no culpar a otros. Como en todos lados, hay gente que es agradecida y otra que no, pero al menos un regaño era suficiente para mi aldea, para mi hogar.

-¡contesten!- grité en busca de una respuesta. La mirada de todos estaba fija en mí, sentía como me miraban y después buscaban a su alrededor.

La respuesta la conocía muy bien, sabía de lo que estaba hablando. No podía dejar que por unos idiotas nuestro salvador se sintiera peor por no derrotar a 3 guerreros y un inmortal el solo. Mirar su combate fue por completo un cuento de terror, los guerreros intentaban hacernos algo y en ese momento él aparecía. Golpeando al guerrero, rescatando a un aldeano o bloqueando golpeas que eran para nosotros. Su rostro se marcaba con dolor cada vez que se interponía entre un ataque y nosotros.

Unidos por un wuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora