capitulo 6

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6.
Clarke sacó la ropa de la lavadora y la metió en la secadora. Acabó de arreglar la cocina
metiendo los platos en el lavavajillas, pero nada más escuchar que Lexa bajaba las
escaleras se puso en tensión. Se giró para observarla bajo el marco de la puerta, quieto.
Desde luego, Lexa era mucho más corpulenta que Finn. Los pantalones le iban por
encima de los tobillos y la camiseta demasiado ajustada.
—Creo que tu tinaja no funciona muy bien —pronunció mientras Pluto se colocaba a su lado.
—No se llama tinaja, se llama ducha, y funciona perfectamente —dijo cerrando el lavavajillas.
—Pues tu ducha saca agua fría o caliente cuando quiere. —Ella sonrió y se encogió de
hombros de forma inocente. Lexa se removió incómoda mientras se pasaba la mano por
el estómago en actitud tímida. Aquel gesto llamó la atención de ella.
—¿Qué ocurre?
Lexa la miró algo cohibida.

—Llevo casi tres días sin probar bocado —susurró.
Ella le miró y aceptó.
—Siéntate. Te prepararé algo para cenar.
—Gracias —Le escuchó decir mientras abría la nevera.
Al menos la tenía llena. Cogió un bistec de carne dejándolo sobre el mármol y
encendió el fuego. A Lexa le sorprendió ver aquella llama. Se levantó de inmediato y se
colocó a su lado impresionada, observando el fogón.
—Brujería —susurró viendo como ella le daba más intensidad a la llama y colocaba la sartén sobre ella.
Clarke chasqueó la lengua.
—No es brujería. Es un fogón. Hay unas tuberías que traen el gas hasta aquí, así que
cuando se acerca el fuego se… —pero luego se dio cuenta de que Lexa había enarcado su
ceja desde que había pronunciado la palabra tubería. Suspiró y echó el bistec en la sartén
—. Es algo normal —acabó diciendo sin darle más explicaciones. Al momento, Pluto se
colocó a su lado gimiendo—. ¡Ah! Ahora sí que vienes ¿eh? Tú ya has cenado, Pluto —le
reprendió ella, pero Pluto volvió a gemir. Observó que Lexa sonreía mirando a su perro
—. Es pequeño pero traga como una lima —dijo divertida.
Lexa se giró y le sonrió, algo que llamó su atención. No la había visto sonreír hasta
ese momento y tenía una mirada y sonrisa realmente tiernas. Notó como el corazón se le disparaba ante semejante visión.

Dio la vuelta al bistec y volvió a señalarle la mesa para que se sentase

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Dio la vuelta al bistec y volvió a señalarle la mesa para que se sentase. Al cabo de
pocos minutos se encontraba devorando el bistec como una troglodita. Clarke la
contemplaba ensimismada.
—Era verdad que no comías desde hacía tres días, ¿no?
Lexa afirmó mientras se llevaba otro trozo a la boca. Tragó y la observó un segundo
mientras partía otro trozo de carne.
—Los británicos están… —Luego se quedó pensativa—, estaban —rectificó—, invadiendo nuestra tierra…
—Escocia —apuntó ella, a lo que Lexa afirmó.
—Combatimos cerca de Inverness. El dieciséis de abril. —Durante unos segundos se
quedó totalmente callada, reflexionando, y una mirada cargada de dolor le atravesó—. Vi
caer a muchos amigos míos ante las espadas de los británicos —gruñó—. A muchos los
fusilaron. —En ese momento cogió el tenedor con fuerza y la miró fijamente—. Vi como los
británicos cortaban el cuello a muchos conocidos míos.
—Lo siento —susurró.
Lexa volvió su mirada hacia el bistec en silencio.
—Maté a unos cuantos. No se merecen vivir.
Ella puso su espalda recta.
—Bueno, eso era en el pasado. Ahora todos convivimos en paz, ya no…
—¿En paz? ¿Con los británicos? —preguntó asustada, soltando el tenedor.
—Sí, claro. Los tiempos han cambiado.
—¿Cambiado? ¡Los británicos nos han masacrado! Han matado a mujeres y niños
escoceses. ¡No se merecen vivir, ni tampoco mi perdón!
—¡Eh! —gritó ella—. Lo que explicas ocurrió hace más de dos cientos años, no puedes
pretender seguir…
—¿Se supone que como ocurrió en el pasado hay que olvidar?
—La gente de este siglo lo ha hecho.
Lexa se levantó con las manos sobre la mesa, realmente amenazante. Estaba claro
que aún seguía con la batalla a flor de piel. Para el resto del mundo habían pasado más de
dos siglos, para Lexa apenas unas horas.
—No se merecen mi clemencia —gruñó.
Ella se levantó también en actitud enfadada.
—Pues da la casualidad de que yo soy británica. ¿Algo que objetar? —preguntó
molesta.
Lexa dio un paso atrás observándola, como si le hubiesen dado un puñetazo. ¿Se
encontraba en el hogar de una británica? Sin poder evitarlo los recuerdos de su hogar
volvieron a su mente, su mujer, cuando había cogido la mano de aquel casaca roja, la
forma en la que le había dicho que esperaba un hijo que no era suyo, cuando se había
marchado. Observó a Clarke durante unos segundos y finalmente suspiró. Odiaba a los
Británicos, pero ella no tenía nada que ver con eso.
—Esto no va con usted —pronunció sin mirarla—. Nada tiene que ver con lo que ocurrió.
—Pero odias a los británicos —concluyó.
Lexa no se atrevió a mirarla y suspiró mientras volvía a sentarse a la mesa. Cogió el
tenedor de nuevo, observando aún la mitad del bistec que le quedaba por comer y apretó los labios.
—Gracias por la cena —pronunció con voz grave, sin mirarla, obviando el último
comentario de ella—. La carne está deliciosa. —Acto seguido siguió comiendo sin decir nada más, ante la mirada asombrada de ella.
Lexa no dijo nada más hasta que acabó el bistec. Sí, era cierto, los odiaba, y los
odiaba tanto que acabaría con la vida de todos ellos si pudiese, pero eso había ocurrido
hacía varios siglos, aunque para ella solo hubiesen transcurrido unas pocas horas. El odio
en aquellos momentos lo tenía corrompida, pero ella no era culpable de nada, por mucho
que fuese británica. Aunque solo de pensar que estaba al lado de uno de ellos le revolvía las entrañas.
Clarke decidió dejar el tema. En parte lo comprendía, había vivido unas experiencias
muy duras. Cuando acabó el trozo de carne le ofreció un par de piezas de fruta: una naranja y una manzana. Se comió las dos.
—¿Te has quedado con hambre?
Lexa negó pasándose la mano por el estómago.
—No, estoy bien. Gracias.
Ella se puso en pie y metió el resto de platos en el lavavajillas, cuando se volvió Lexa
la observaba en pie, al lado de la mesa, sin decir nada.
—Siento haberle amenazado con la espada.
Ella le miró fijamente y aceptó.
—No pasa nada. Es comprensible —susurró—. Pero a partir de ahora tutéame, no me hables de usted.
Ella se quedó un poco parada pero tras unos segundos afirmó.
—De acuerdo.
Se quedaron unos segundos mirando hasta que ella observó su reloj de muñeca.
Madre mía, las cuatro menos veinte de la madrugada.
—Sígueme, te diré dónde puedes dormir.
Subieron a la planta superior y le guió hasta una de las habitaciones. La habitación era
pequeña, con una cama individual y un pequeño armario empotrado. Al lado de la cama
tenía una mesa con una lámpara. La encendió y le mostró la habitación.
—Puedes dormir aquí. La lámpara se apaga así. —Le indicó el enchufe.
—Sí, ya he visto cómo lo haces —dijo entrando en la habitación.
—De acuerdo. El aseo está en la habitación de enfrente y, si tienes hambre, puedes
coger lo que necesites de la nevera. —Lexa inclinó su ceja—. La nevera es el armario de donde
he sacado la carne. Está frío por dentro para conservar los alimentos, ya te lo explico en otro momento.
Afirmó y miró de nuevo la cama.
—Gracias.
Ella aceptó y sonrió.
—Y mañana compraremos algo de ropa para ti. Si vas a quedarte el fin de semana será
mejor que te vistamos como una persona decente. —Ella la observó y volvió a aceptar—. De
acuerdo, pues… que descanses.
Salió de la habitación dándole la espalda y cerró la puerta tras de sí. Escuchó como
Pluto subía las escaleras y corría por el pasillo derrapando, colocándose frente a la puerta
de la habitación donde se encontraba Lexa.
Suspiró y se dirigió a su habitación pero antes de entrar observó como Pluto daba con la patita en la puerta de Lexa y gemía.
—Pluto, no —ordenó—. Estate quieto. A dormir.
Pluto volvió a gemir mientras seguía arañando la puerta. Iba a reñirle otra vez cuando
la puerta de la habitación de Lexa se abrió levemente. Vio a Lexa sonreír y hacerle un
gesto con la cabeza a Pluto para que entrase. Se había quitado aquella camiseta apretada e
iba solo con los pantalones. Dejó pasar a Pluto y ladeó su rostro para observarla. Iba a
decirle que no se preocupase por el perro y que lo echase de la habitación cuando la
sorprendió con una sonrisa.
—Buenas noches —pronunció.
—Buenas noches.
Acto seguido Lexa cerró la puerta. Por Dios, ¡¿pero cómo estaba tan buena?! Esa mujer era impresionante. Estuvo tentada de ir y rascar también la puerta, de gemir para
que le abriese, pero se controló.
Entró en su dormitorio cerrando suavemente la puerta y suspiró repetidas veces. Se
quedó pensativa durante unos segundos. Parecía buena persona, tenía una sonrisa bastante
tierna. Igualmente, decidió coger la silla y encajarla en el pomo de la puerta. Sabía que no
le haría daño, podría habérselo hecho cuando tenía la espada, pero se sentía mucho más
tranquila así.
Le costó varias horas conciliar el sueño, pues no dejaba de pensar en todo lo que
había ocurrido en aquellas últimas horas.
Cuando finalmente abrió los ojos, una intensa luz entraba por la ventana. Se removió
en la cama perezosa, saboreando y regodeándose de que fuese sábado por la mañana, sin
prisas, sin el estrés de un día entre semana, cuando los recuerdos de la noche anterior la
asaltaron.
Se incorporó en la cama apartándose el cabello de la cara y se abalanzó sobre la
mesita de noche. Cogió el móvil y observó. Las doce y media.
Tenía un mensaje de Raven en su WhatsApp.

Ojos verdes. (Clexa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora