Volvió a esconderse tras los arbustos, observando su hogar. Era noche cerrada, unas gotas de lluvia caían sobre su cabello. Echó la vista atrás cogiendo con fuerza su espada, vigilando que nadie le siguiese y comprobando que ningún inglés se acercase a su pequeña aldea. Después de casi nueve meses lejos de su hogar al fin regresaba. Los últimos meses habían sido una continua supervivencia. Las enfermedades, el hambre, la debilidad y las batallas que habían acabado con la gran mayoría de sus amigos habían ido debilitándole tanto física como mentalmente, el único pensamiento que le mantenía a flote era el de su esposa, Costia. La batalla que había enfrentado a su ejército escocés en Inverness contra los ingleses, había sido la batalla más dura a la que se había sometido en aquellos últimos nueve meses. Liderado por su rey Carlos Eduardo Estuardo, su clan, el Kom Triku, había dirigido parte de la causa jacobita que defendía la restauración de la Casa de Estuardo al trono británico, frente a la opresión a la que se veían sometidos por el imperio británico y sus ansias de conquista. Había visto caer a familiares, miembros de su clan, amigos de toda la vida frente a las espadas, disparos y cañones de los británicos. Había visto como los ejecutaban indiscriminadamente o los hacían presos políticos. Sabía lo que ocurriría con todos ellos, los matarían. Observó su hogar y vio como la tenue luz que provenía de la chimenea iluminaba el interior. A través de la pequeña ventana le pareció ver el rostro de su amada esposa. -Costia -susurró intentando contener las lágrimas. Volvió a asegurarse de que nadie le seguía, de que ningún británico había seguido sus pasos y corrió hacia su hogar con el corazón latiendo a una velocidad desbocada, más incluso que cuando se encontraba inmersa en una batalla. Se consideraba una afortunada. Había acabado con la vida de muchos británicos y ahora regresaba a su hogar. Sabía que habían perdido la batalla, que Escocia sucumbiría al imperio británico, pero aquello parecía perder importancia cuando recordaba a su esposa. Mientras estuviese con ella aún sería capaz de sonreír. Abrió lentamente la puerta, dejando la espada en el cinturón y observando su hogar. Notó la diferencia de temperatura con el interior. Dentro había calidez, promovida por el fuego de la chimenea Observó el mueble de madera que había regalado a su esposa y que había realizado con sus propias manos hacía dos años. Sonrió y notó como los ojos se le empañaban, respiró profundamente y comenzó a avanzar hacia el salón cuando una voz masculina lo detuvo. Se arrimó directamente a la pared, escondiéndose mientras extraía la espada de su cinturón intentando no realizar ningún sonido. -¿Dónde estás? -preguntó aquella voz masculina, con un tono bastante amenazante. Asió más fuerte la espada en su mano y entonces lo vio. Sobre la pequeña mesa había un tricornio con borde dorado por sombrero y un cinturón de los casacas rojas. Sin duda, por aquellos colores, sabía que aquel tricornio pertenecía a un oficial británico. Se asomó levemente al comedor y observó como un hombre con calzones color claro y la camisa entreabierta miraba de un lado a otro. Su esposa. Si le había hecho daño a su esposa lo mataría. Sin piedad. -¿Dónde estás, Costia? -volvió a preguntar el hombre con voz grave. No lo soportó más y salió de detrás de la puerta espada en mano, apuntando directamente al hombre y con la otra mano sujetando su pequeña escopeta. El británico elevó rápidamente las manos, sorprendido por verlo allí. Dio unos pasos hacia él, acercándose de forma amenazante. -¿Dónde está mi esposa? -gritó con toda la furia que pudo. En ese momento la puerta se abrió. Su mujer, sorprendida, soltó los platos que llevaba entre las manos, haciéndose añicos al impactar contra el suelo. Se quedó observándolo fijamente, con lágrimas en los ojos y las manos en sus labios, sin saber qué decir. Sonrió y fue hacia ella cogiéndola de la cintura, apuntando al hombre que aún mantenía las manos en alto. -¿Estás bien? Costia, ¿estás bien? -preguntó nerviosa mientras besaba su cabello claro. -Sí -susurró con lágrimas en los ojos-. Estás viva -dijo totalmente conmocionada. Volvió a fundirse en un abrazo durante unos segundos y luego se quedó estática y comenzó a apartarse. -Costia, ven, no te apartes de mí -dijo intentando coger su mano, sin perder de vista al británico. Ella esquivó su mano y se acercó al otro hombre. -No, yo... -Luego negó con su rostro-. Lexa -pronunció su nombre por primera vez-. Lo siento, yo... pensaba que habías muerto... -dijo cogiendo la mano del británico. En ese momento se le paralizó el corazón. Su esposa, su amada esposa cogiendo la mano de aquel británico. -¿Qué haces? -preguntó asustada. Ella lo observaba con sus ojos marrones, incluso estaba pálida. -Me... me dijeron que habías muerto -Lloró. Lexa la observó fijamente. -Estoy bien, he venido a buscarte -susurró. Ella volvió a negar. -El señor Munrrow me dio su protección... -Es un británico -pronunció con furia, casi rechinando de dientes. En ese momento, el británico se colocó delante de ella, protegiéndola. -¿Qué hace? -preguntó impresionada por aquel joven muchacho-. ¿Cree que dispararía a mi propia esposa? El británico elevó la mano hacia él intentando que se calmase. -Ahora no es su esposa -explicó en un susurro, sin elevar la voz-. Ahora es la mía. Aquella información hizo que se tambalease. Notó como si un muro de piedra cayese sobre ella sumiéndola en una oscuridad donde no había nada, donde no podía prácticamente respirar. -Lexa -gimió su mujer-. No sabía que estabas viva... lo siento... Lexa tuvo que mover varias veces su rostro para intentar centrarse de nuevo. Miró de un lado a otro confundido, como si todo aquello no lo estuviese viviendo ella, sino una persona totalmente diferente. Tragó saliva e inspiró intentando relajarse, sin descender el arma. -Está bien -pronunció con furia-. Ahora estoy aquí, no importa lo que haya ocurrido. Ven conmigo. Observó los ojos llorosos de su mujer y percibió su gesto negativo. -No puede ir contigo -habló de nuevo el británico llamando su atención-. Lleva un hijo mío en su vientre. Aquello fue peor aún. Su Costia, su amada Costia con un británico, y no solo eso ¿embarazada de él? Se quedó petrificada, sin poder mover ni un ápice de su cuerpo y la contempló directamente a ella, escondida tras la espalda de su nuevo marido como si ella fuese una desconocida, una agresora. -Tú has sido lo único que me ha mantenido con vida estos últimos meses -susurró descendiendo el arma. Respiró hondo, totalmente abatida y dio unos pasos hacia atrás apoyándose contra la pared. Las piernas le temblaban demasiado como para soportar su peso. Notó como los ojos se le empañaban. Alzó la mirada hacia ambos, una mirada desgarrada por el dolor. -Te lo di todo -susurró de nuevo. Observó como Costia cerraba sus ojos conteniendo las lágrimas, sin embargo, el británico dio unos pasos rápidos hacia la mesa cogiendo su espada y se acercó a ella. -¡No! -gritó Costia corriendo hacia Lexa, colocándose entre esta y su nuevo marido. En otra situación hubiese alzado la pistola y lo hubiese matado a sangre fría, pero en ese momento no tenía ni fuerzas para levantar el arma. -Por favor -suplicó Costia-. Ella podría haberte disparado y no lo ha hecho -Lloró-. Si le haces daño no te lo perdonaré en la vida. Deja que se vaya. Lexa alzó su mirada hacia la espalda de su mujer, recordando las veces que la había acariciado, abrazado, que había pasado su mano dulcemente sobre su piel. El británico lo observó unos segundos. Lexa estaba totalmente abatida, con una actitud que daba a entender que no le importaría morir en aquel momento. Finalmente, dio un paso hacia atrás. -Que se marche. Daré el aviso en pocos minutos. Costia gimió y se agachó al lado de Lexa cogiéndole del brazo, ayudándole a levantarse. Le empujó hacia la puerta con la mirada clavada en su marido mientras arrastraba a una Lexa totamente absorta. -Lexa -susurró ella, pero ella no parecía querer mirarle, observaba la puerta directamente-. ¡Lexa! -gritó más fuerte intentando llamar su atención. Pudo ver la tensión en su mandíbula y al momento ella se soltó de su mano como si le quemase. -¿Qué, mujer? -pronunció mirando hacia la puerta, sin volver su rostro hacia ella. -Coge un caballo del establo y márchate, aprisa -gimió de nuevo mientras lo empujaba hacia la puerta. -¡No me toques! -gritó rehuyendo de su contacto. Hizo acopio de todo el valor que pudo y colocó sus armas en su cinturón, mientras se dirigía a la puerta. -Lo siento -susurró Costia entre llantos mientras ella abría. Se quedó estática durante unos segundos, debatiéndose entre entrar y matar al británico o pegarse un tiro ahí mismo, en ese preciso momento. -¿Dónde está mi padre? -preguntó sin girarse. -Huyeron hacia las montañas. Observó su pistola durante unos segundos y finalmente apretó los ojos mientras cerraba la puerta sin volverse hacia ella. No quiso mirarla, sabía que si lo hacía acabaría enloqueciendo. Miró al cielo comprobando que había nubes negras, y unas gotas de lluvia cayeron sobre su frente. Necesitaba escapar de allí con vida, sabía que tenía pocos minutos para dejar todo atrás, antes de que el británico diese el aviso y decenas de casacas rojas saliesen en su búsqueda. No esperó más y tal como ella le había dicho corrió hacia el establo. Cogió uno de los caballos, lo ensilló y subió a él de un salto. Ahora lo tenía claro, se vengaría de todos los británicos, tarde o temprano tendría su oportunidad y no la desaprovecharía, pero hasta que llegase ese momento necesitaba seguir con vida. Debía localizar a su padre y explicarle lo sucedido en la última batalla, su derrota, explicarle el avance del ejército británico por las tierras altas y elaborar un plan de contraataque. Salió al galope, sumergiéndose en la oscuridad de la noche, en los bosques oscuros y fríos. Llevaba varios días sin comer, sin descansar... y lo que menos necesitaba era cabalgar hora tras hora huyendo de los casacas rojas que saldrían en su búsqueda, pero era lo que debía hacer. Al menos, debía alertar a los de su clan, avisarlos del grave peligro que corrían e intentar otra contraofensiva jacobita, aunque ahora, después de aquella enorme derrota, con tantos compañeros muertos durante la batalla, ejecutados y apresados, veía muy difícil poder lanzar otro ataque. Pero resistirían, como fuese. Tras varias horas cabalgando notó como las fuerzas lo abandonaban, como el hambre lo consumía hasta lo más profundo de su ser, con un dolor tan fuerte que le cortaba la respiración. Gimió con cada trote del caballo hasta que no lo soportó más y lo detuvo. Bajó como pudo del caballo, cayendo sobre la tierra y se quedó allí tirada mientras el caballo le observaba. Gimió y se enroscó como un bebé. Dolía, dolía demasiado, pero no solo su cuerpo, sino su corazón. Le habían despojado de su familia, aniquilado a sus amigos, y ahora, había perdido a su mujer, todo lo que quería en la vida le había sido arrebatado por los británicos. Rugió de furia y de impotencia, notando como la desesperación se apoderaba de su cuerpo y las lágrimas comenzaban a resbalar por sus mejillas. -Costia, ¿por qué me has hecho esto? -susurró antes de quedarse inconsciente sobre la tierra húmeda. No supo cuanto tiempo permaneció inconsciente, pero cuando despertó, unos pasos lo alertaron. Se movió sobre la tierra y observó que el caballo se encontraba tumbado a unos metros de él. Aquello lo puso en guardia y se incorporó tan rápido como pudo, blandiendo su espada. Podría asegurar que había escuchado los pasos de alguien. Los casacas rojas debían de estar cerca. Las nubes habían abierto un claro por donde asomaba la luna, dotando de algo más de claridad a aquella oscura noche. Giró sobre sí misma observando a su alrededor mientras se dirigía hacia su caballo, cuando una figura entre los árboles llamó su atención. Se puso totalmente firme y apuntó con su espada en aquella dirección. -¿Quién anda ahí? -preguntó con voz grave, mientras daba unos pasos seguros hacia aquella menuda figura. La figura avanzó lenta, saliendo de la oscuridad. Vestía una túnica azul y encima llevaba una capucha del mismo color. La retiró de forma lenta descubriendo el rostro de una mujer cuyos rasgos eran tiernos. Su cabello caoba estaba recogido en una cola alta. Lexa la observó confundida y bajó su espada. Miró de un lado a otro y luego examinó de nuevo a la mujer. -¿Se encuentra bien? -preguntó observándola intrigada. La mujer dio unos pasos hacia ella, con una tímida sonrisa en sus labios y se detuvo a menos de un metro. No decía nada, simplemente la observaba. Lexa se removió preocupada. -¿Está herida? -volvió a preguntar dando un paso hacia ella, pero la mujer se apartó cautelosa-. No voy a hacerle daño, puede estar tranquila -pronunció intentando calmarla -. ¿Necesita ayuda? La mujer seguía sin contestar. Se distanció un poco más y comenzó a girar en torno a ella, observándole de arriba a abajo. Lexa fue girando sobre sí misma, siguiéndola con la mirada y con la mano en la espada preparada para defenderse si fuese necesario. -No, no necesito ayuda -pronunció al fin. Luego le sonrió de forma más amable-. Pero tú sí, ¿verdad? Lexa Kom Triku. Lexa puso su espalda recta y de nuevo envainó su espada. No le apuntó con ella pero la mantuvo sujeta. -¿Cómo sabe mi nombre? -preguntó mirando de un lado a otro, nerviosa. -Oh, yo sé muchas cosas, Lexa -susurró la mujer. Ella le miró desconcertada. ¿Pero de dónde salía esa mujer? ¿Estaba soñando? -. Sé que eres una persona de honor, de palabra, fiel. Sé que eres una buena jinete y una excelente luchadora. -Luego se acercó con aquella mágica sonrisa en sus labios-. Sé que eres una buena amante. Lexa retrocedió y esta vez sí le apuntó con la espada. -¿Quién es usted? -preguntó separándose un poco más. La mujer no respondió -¿Es una bruja? Ella chasqueó la lengua y luego sonrió. -No me gusta esa palabra -bromeó-. Prefiero que pienses que soy la ayuda que tanto ansías, que tanto necesitas. Ella volvió a dar unos pasos atrás mientras enarcaba una ceja. -¿Y en qué va a ayudarme? ¿Puede decirme dónde está mi padre? Ella volvió a sonreír. -Puedo hacer mucho más que eso -susurró. Acto seguido comenzó a rodearle de nuevo-. Eres una buena persona, Lexa Kom Triku,no te mereces el sufrimiento que has padecido y lo que te ha hecho tu mujer. Aquellas palabras llegaron hasta lo más profundo de su ser, clavándose como espadas. Alzó más la espada y fue hacia ella colocándosela a la altura del cuello. -¿Y qué sabrá usted de eso? -rugió-. ¡Usted no sabe nada! Ella lo miró, aún con la mirada bastante tierna a pesar de que tenía su espada en el cuello. -Sé que puedo ayudarte si me dejas. Puedo eliminar todo el sufrimiento que llevas dentro. El dolor que te oprime el corazón al haber perdido a tus seres queridos, a tu mujer -susurró con ternura-. Al verte traicionada por la persona que más amabas. Puedo ayudarte a iniciar una vida nueva. Aquellas palabras le relajaron en cierto modo. Eran palabras duras, cargadas de sentimiento, pero aquella mujer las pronunciaba con una delicadeza y una dulzura que no había conocido hasta ahora. Bajó su arma y se distanció. -¿Cómo? -susurró-. ¿Cómo va a desaparecer este dolor? -Luego la miró con ojos empañados-. ¿Me puede hacer olvidar? Avanzó hacia ella y pasó una mano por su mejilla, acariciándole y en cierta forma reconfortándole. -No es bueno olvidar, Lexa -explicó ella-. Es bueno tener recuerdos amargos para apreciar las cosas buenas del presente y del futuro. -Ella cerró los ojos, intentando calmarse mientras ella pasaba su mano por su mejilla, encontrando algo de paz y relajación después de todos aquellos duros días. -El dolor es bueno. Finalmente abrió los ojos y la observó fijamente. -¿Puede hacer que ella vuelva junto a mí? -preguntó con dolor. Ella pareció comprender su dolor y negó con su rostro. -No, no puedo. Pero puedo darte el amor que tanto necesitas y anhelas. Puedo darte esperanza de nuevo. -Lexa la miró confundida y ella apartó su mano de su mejilla. Abrió su túnica y le mostró un pequeño frasco. En su interior había un líquido que parecía tener una tonalidad verdosa. -¿Qué es? -El remedio a tu dolor, y tu esperanza. Ella la contempló fijamente. -¿Si lo bebo me matará? -preguntó intrigada. -No. Te dará una vida nueva. Podrás tener lo que has deseado siempre. Lexa la contempló durante unos segundos y luego observó el pequeño frasco. Ya nada tenía importancia, lo había perdido todo. Aquella mujer misteriosa le estaba ofreciendo algo, seguramente acabaría con su vida pero, realmente, ¿para qué seguir viviendo? Si no encontraba lo que ella le ofrecía al menos hallaría una muerte placentera, un descanso a su dolor. Guardó la espada en su cinturón y la miró con una ceja enarcada. -¿A cambio de qué? -preguntó con voz grave. -Oh, querida... -le sonrió ella-. De momento a cambio de nada, aunque en un futuro no descarto que si necesito algo me ayudarás, ¿verdad? Ella suspiró y finalmente afirmó. -De acuerdo. -Cogió su mano y le tendió el bote depositándolo en ella. Lexa lo palpó, estaba frío, muy frío, prácticamente helado. -¿Qué contiene? -preguntó observándolo. -Magia -le sonrió ella. Ella la observó confundida. Cogió su mano entre las dos suyas y le sonrió-. Ahora, repite conmigo: Espíritus del amor, vengan en mi ayuda... Lexa dudó durante unos instantes pero finalmente repitió lo que ella decía. -Espíritus del amor, vengan en mi ayuda... -Dejen que pueda encontrar a mi verdadero amor... -Dejen que pueda encontrar a mi verdadero amor... -Llevadme junto a la mitad de mi alma... -Llevadme junto a la mitad de mi alma... -Para que los dos formemos una sola... Lexa volvió a mirarla de nuevo, contrariada, y ella apretó su mano para que repitiese lo que le decía. -Para que los dos formemos una sola... -Hasta el fin de los tiempos. -Hasta el fin de los tiempos. Ella sonrió y soltó su mano. -Bebe -ordenó. Lexa la contempló mientras quitaba el pequeño corcho del frasco. Dudó unos segundos y finalmente volcó el contenido en su boca. El sabor le dejo aturdida. Sabía a frutos del bosque. Paladeó y tragó. Luego miró intrigada a la mujer. -¿Qué me ha dado a beber? -preguntó enfadada-. ¿Ha machacado unas moras y las ha metido en este frasco? ¿Es una broma? Ella lo miró seriamente. -No es ninguna broma. -Dio un paso hacia atrás-. Comenzará enseguida. No te asustes. -¿Qué no me asuste de q...? -Pero no pudo continuar. De repente notó como un frío iba apoderándose de todo su ser. Comenzó en el estomago y se fue extendiendo por todo su cuerpo. Tiró el bote al suelo y se removió incómoda. -¿Qué me está pasando? -gritó hacia ella notando como comenzaba a perder las fuerzas. Todo el cuerpo comenzaba a dolerle, como si miles de espinas se le clavasen. Al momento, la vista se le comenzó a nublar. -Será rápido -escuchó la voz de la mujer. Cayó al suelo de rodillas y tuvo que poner las manos sobre la tierra. Todo daba vueltas alrededor de ella. Era la peor sensación que jamás había tenido. Notó como cada vez todo cobraba más velocidad a su alrededor, como no podía fijar la mirada en ningún punto, como una oscuridad se iba apoderando de todo y como un zumbido se instalaba en su cabeza, un zumbido cada vez más intenso. Gritó desesperada mientras se dejaba caer sobre el suelo. -Abre tu mente, Lexa -escuchó que le decía la mujer antes de que la oscuridad se apoderase de ella y la engullese.
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