capitulo 5

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5.
Nada más abrir la puerta, Pluto entró loco de contento pasando a su lado y
dirigiéndose al comedor. Observó al perro derrapar y salir corriendo hacia donde se
encontraba Lexa.
Cuando volvió su rostro dos policías uniformados la miraban preocupados.
—Señorita, ¿se encuentra bien?
—Sí, sí, disculpen —pronunció escuchando como Pluto ladraba con ganas de juego.
Dichoso perro, ¿no podía quedarse quieto? —Iba a llamar ahora a emergencias, la persona
que rondaba mi casa se ha marchado hace pocos minutos. A la que he gritado que había
llamado a la policía se ha ido corriendo.
Los dos policías la miraban atentos.
Lexa escuchaba lo que decían. Desde luego, aquel lugar no era su hogar, y las
mujeres tampoco tenían las mismas costumbres. Jamás había visto a una mujer hablar de
aquella forma o dirigirse a un hombre con tanta soltura.
Su mirada y la de Pluto, que se encontraba a pocos metros de ella, brincando, se
encontraron. El animal tomó carrerilla y se lanzó hacia Lexa como un loco, ladrando de
felicidad. Se sostuvo sobre sus patas traseras y se elevó apoyándose en la pierna de
Lexa, moviendo el rabo desesperado.
Lexa chasqueó la lengua y siguió escuchando, aunque esta vez no lo apartó.
—¿Cuánto hace que se ha ido? —preguntó el policía.
—Hará unos diez minutos.
—¿Sabe cómo iba vestido? —preguntó el otro.
Ella suspiró y negó.
—Estaba muy oscuro. Creo que llevaba pantalones y una cazadora, pero la verdad es
que no me he fijado más. Lo siento.
Los policías se miraron entre ellos y aceptaron.
Pluto ladró hacia Lexa, que miraba atento hacia el lugar de donde provenían las
voces. Estaba claro que aquel perro buscaba sus caricias. Comenzó a ladrar desesperado
reclamando su atención.
Lexa resopló y se agachó para coger al pequeño perro en sus brazos consiguiendo
que se callase, pero al momento comenzó a recibir lametazos en su rostro. Lo esquivó un
par de veces hasta que tuvo que alejarlo cogiéndolo con sus manos y separándolo de ella.
Pero Pluto no parecía conformarse, el animal estaba desesperado por darle cariño y se
removía nervioso entre sus manos intentando alcanzarle, incluso estuvo a punto de
resbalársele de las manos, pues no paraba de contorsionarse nervioso.
Lexa lo observó divertida.
—¿Tengo aspecto de sabrosa? —preguntó hacia el perro.
—¿Está acompañada? —preguntó el policía.
—Sí, mi… mi novia acaba de llegar —escuchó Lexa que pronunciaba—. Está en la
ducha. ¿Quieren hablar con ella? —automáticamente Lexa arqueó una ceja.

—De acuerdo, no se preocupe —pronunció el policía—

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—De acuerdo, no se preocupe —pronunció el policía—. Están habiendo bastantes
robos por la zona. Cualquier persona sospechosa que vea, avísenos.
—Por supuesto, agentes. Gracias por todo.
Cerró la puerta y se apoyó contra ella suspirando. Cerró los ojos durante unos
segundos intentando relajarse, intentando encontrar sentido a todo lo que estaba
ocurriendo, pero el sonido de los ladridos y gemidos de Pluto la distrajeron.
Fue rápidamente hacia el comedor y encontró a Lexa con Pluto entre sus manos,
observándolo con una sonrisa mientras este parecía querer arrojarse sobre él para
lamerle. Clarke resopló al contemplar la escena.
—¡Pluto! ¡Quieto! —Aunque solo atrajo la mirada de Lexa que al momento borró su
sonrisa. Depositó al perro en el suelo con cuidado y se puso totalmente erguida—. Ven
aquí. —Señaló Clarke a su lado, pero el perro no hacía más que dar vueltas alrededor de
Lexa, totalmente excitado.
Lexa miró al perro y lo señaló.
—Siéntate —ordenó. Pluto se sentó moviendo la cola, alegre.
Desvió la mirada sonriente hacia Clarke, como si hubiese conseguido un triunfo y ella volvió a resoplar.
Se cruzó de brazos y volvió a mirarle, incrédula.
—De acuerdo. —Se encogió de hombros—. Explícame lo que según tú ha pasado.
Lexa colocó las manos en su cintura.
—¿Lo que según yo? —preguntó nerviosa.
—Sí, eso que dices de la mujer del bosque, de esa bruja.
—Ya se lo he explicado. —Le señaló—. Huía de los casacas rojas cuando caí en el bosque…
—Espera, espera. —Ella se removió inquieta—. ¿Casacas rojas?
Lexa se quedó pensativa.
—Los Británicos —explicó como si se lo recordase.
Ella negó con su rostro como si no comprendiese y luego abrió los ojos como platos.
—¿De qué época me estás hablando?
Lexa tragó saliva.
—Mil setecientos cuarenta y cinco —pronunció secamente. Ambas se quedaron
mirando—. El veinte de abril de mil setecientos cuarenta y cinco —concretó.
Ella tragó saliva y dio unos pasos hacia atrás, impresionada.
—¿Lo dices en serio? —preguntó asombrada.
Lexa la miraba fijamente, comprendiendo el significado de aquella expresión. Tragó
saliva y durante unos segundos sintió pavor de hacer la siguiente pregunta, pero
finalmente reunió el valor suficiente.
—¿Qué día es hoy? —preguntó.
Ella tardó un poco en reaccionar.
—Veinte de abril. —Luego tragó saliva, inquieta—. Bueno, técnicamente ya es veintiuno,
pero de dos mil dieciocho.
Lexa dio un paso hacia atrás y miró todo a su alrededor. ¿Qué significaba aquello?
¿Había viajado en el tiempo? ¿Doscientos setenta y dos años?
—No puede ser cierto, yo… yo cabalgaba por el bosque huyendo de los británicos.
Estuve luchando hace cuatro días en Inverness…
Ella negó con su rostro con movimientos muy lentos e incrédulos. Cogió su móvil y se
lo mostró. En números muy grandes ponía las dos y media del veintiuno de abril de dos
mil dieciocho.
Lexa lo leyó y luego la miró sorprendida.
—No puede ser cierto —susurró con la mirada perdida, dando unos pasos hacia atrás—.
No, no…
Ella lo miró perpleja, la  chica estaba realmente asustada. Dio unos pasos hacia atrás y
chocó contra el sofá. Se dejó caer totalmente conmocionada, abatida.
—Esto no puede estar pasándome. ¿Cómo puede ser? —Luego la observó y una duda
asaltó su mente. Su mandíbula se puso en tensión—. ¿Por qué estoy aquí? —preguntó hacia
ella—. ¿Por qué he aparecido en su jardín?
Ella se removió inquieta pasando un mechón de cabello rubio tras su oreja. Se
encogió de hombros. Desde luego, era mejor no decirle que había hecho un conjuro de
amor. —Ammmm. ¿No dices que una mujer te hizo decir algo y te dio de beber?
Lexa la observó y finalmente aceptó.
—¿Qué se supone que hago yo aquí? Necesito volver —pronunció con urgencia—.
Necesito avisar a mi padre de que hemos perdido la batalla.
—Tranquila —intentó inspirarle algo de calma.
Lexa se pasó las manos repetidas veces por su cabello, realmente abatida.
Durante unos segundos sintió lástima por Lexa, si realmente aquello estaba ocurriendo
debía sentirse muy perdida, asustada. Se sintió culpable. Ella había hecho un conjuro
también. Quizá esa era la causa de todo, pues Lexa explicaba que había dicho las misma
frases pero… ¿casi trescientos años antes? Aquello era una locura, aunque algo le decía
que esa era la causa. Ella había hecho el mismo ritual que Lexa, pidiendo encontrar el amor
¿y le traían a una escocesa del siglo dieciocho? Sí que estaba mal el panorama. Pero
entonces lo recordó, recordó todo lo que habían pedido ella y Raven. Que supiese montar a
caballo, buena luchadora, fiel, de palabra, que la pudiese querer por lo que era,
que fuera buena amante… notó como sus mejillas se sonrojaban.
—Joder —susurró atrayendo la mirada de Lexa.
—¿Joder? —preguntó sin comprender.
Ella se puso firme delante de Lexa. Bueno, aquel conjuro había errado y había tenido
terribles consecuencias. Necesitaba ponerle remedio.
—Voy a ayudarte —dijo con más fuerza en la voz. Lexa ascendió la mirada hacia ella,
lentamente—. Conozco a una persona que quizá pueda devolverte a tu época.
Lexa se puso en pie y aceptó.
—Vamos —le indicó con un movimiento de cabeza para que le siguiese. Sabía que era
tarde, pero hasta hacía poco más de dos horas el local de la pitonisa estaba abierto. Quizá,
con suerte, aún estuviese allí y pudiese ayudarlo, o al menos, despejarían sus dudas. Cogió
las llaves de su coche e iba a abrir la puerta para salir cuando los ladridos de Pluto los
detuvieron —. Pluto, ahora vengo, no tardo.
El perro gimió y se sentó ladeando su rostro hacia un lado mientras los veía salir por
la puerta.
Lexa la siguió por el jardín y fueron hasta el vehículo de ella. Miró de un lado a otro
vigilando que la policía no estuviese y que nadie la viese acompañada de una mujer
vestida de escocesa y abrió la puerta de su vehículo para sentarse.
Lexa se situó al lado del vehículo inclinándose para observarla a través de la ventana
y luego miró el interior confundida.
—Vamos, sube —le dijo—. Es un coche. —Estiró el brazo y abrió la puerta—. Venga.
Lexa dudó un poco, pero finalmente se sentó y cerró la puerta. Se removió incómoda en
el asiento, como si estuviese nerviosa.
—Ponte el cinturón —le indicó, pero Lexa la miraba todo el rato sin saber a qué se
refería. Clarke chasqueó la lengua y le mostró como se ponía el suyo, así que Lexa la
imitó.Cuando el motor rugió notó como los músculos de Lexa se ponían en tensión, aunque
no gritaba ni temblaba, se le notaba que estaba tensa. Cuando comenzaron a avanzar
observó como Lexa se sujetaba al asiento con fuerza y miraba preocupada por la ventana.
—¿Pero qué es esto? —preguntó sorprendida.
—Se llama coche —explicó—. Todo el mundo tiene uno, o casi todos. Sirve para ir de un
sitio a otro bastante rápido.
—Prefiero un caballo, hace menos ruido.
—Ya, apuesto a que sí —comentó mientras giraba con cuidado y Lexa miraba con
atención el volante, como si intentase comprender cómo conseguían desplazarse a esa
velocidad.
Se detuvo a observarla. Era una mujer de rasgos dulces. Tenía unos enormes y
hermosos ojos azules. Su cabello rubio caía sobre sus hombros y parte de su
espalda. Era bastante menuda, pero estaba bien proporcionada.
Se fijó en la ropa que llevaba puesta. Llevaba una camiseta azul bastante estrecha y
unos pantalones azules que perfilaban su esbelta figura, y luego estaban esos enormes
tacones. Normalmente, las mujeres que Lexa conocía también llevaban tacones, aunque no
tan altos como esos, y vestían ropas que no detallaban tanto las curvas.
—¿Esa es la ropa que suele vestir? —preguntó sorprendida.
Ella lo miró de reojo.
—Sí. La gente en esta época se viste así.
—Ammmm… —respondió pensativa.
—¿Por? ¿algún problema?
Lexa se encogió de hombros.
—Nunca había visto a una mujer con pantalones —admitió.
Ella lo miró y por primera vez le sonrió.
—Bienvenida al siglo veintiuno.
Clarke volvió a mirar el interior de la tienda a través de la verja. Estaba cerrada. No
había ninguna luz encendida.
—Perfecto —susurró girándose para observar su vehículo detenido sobre la acera. Vio
como Lexa lo observaba todo con interés.
Aún le costaba creerlo, le parecía increíble que algo así hubiese sucedido, pero ella parecía tan real…
Volvió a su vehículo y se sentó dando un portazo. Se quedó pensativa, mirando al
frente y agarrada al volante sin saber qué hacer. Lexa la observaba en silencio, sin
pronunciar nada, parecía bastante tensa.
Clarke echó la cabeza hacia delante y comenzó a darse pequeños golpes en la frente
con el volante, desesperada, ante la mirada atónita de Lexa.
En menudo lío se había metido. ¡Y encima era fin de semana! Ni siquiera sabía si
aquella mujer abriría el sábado o el domingo. Volvió a golpearse la cabeza gimiendo hasta
que notó como la mano de Lexa se posaba en su hombro, gesto que llamó su atención.
Volvió la mirada lentamente hacia ella.
—Cuidado, puede hacerse daño —pronunció con voz grave.
Ella puso los ojos en blanco y desvió la mirada hacia el techo de su coche sollozando.
¿Y ahora qué hacía con ella? Estaba claro que no podía dejarle durmiendo en la calle. No
parecía mala persona, pero por Dios, ¡iba con una espada y una pistola antigua!
Le observó durante unos segundos, a lo que ella también la observó en silencio,

Ojos verdes. (Clexa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora