Los Cooper. La familia perfecta. Novios de preparatoria que se casaron y tuvieron tres bellas hijas. Polly, Dominique y Betty.
Perfección. Algo imposible de alcanzar, pero algo que Alice Cooper les exige a sus dos hijas. Sus mellizas. Dominique y El...
Era de madrugada. Cheryl y Dominique estaban en la cocina, tomando un bocadillo nocturno. Cheryl estaba haciendo chocolate caliente mientras su prima la esperaba sentada en la mesa.
Ambas voltearon.
—¿Que haces levantada tan tarde, Nana? —preguntó Cheryl.
—Tuve un sueño aterrador, niñas.
—Nosotras igual —respondieron las otras dos.
—Intercambiábamos los cuerpos, no sé por qué.
—Y además... tenía una hija con Jughead —agregó la castaña.
—Nada mejor que soñar que tienes una bebé con tú ex cuando tienes novio —musitó Cheryl, sarcástica, antes de llevarse la taza a los labios
Dominique arrugó la nariz y bebió de su taza.
(...)
Jughead iba entrando a la escuela, cuando vio a Nique, Betty, Veronica y Kevin.
Eso hubiera sido normal, de no ser por cómo lucían. Él conocía muy bien ese vestido, entre un color azul y púrpura, de Nique. Ese vestido, con la chaqueta y tacones que llevaba, era probablemente lo favorito en su closet. Lo había usado miles de veces, y nunca se había cansado. Obviamente, lo complementaba con su labial rojo tinto, su diadema negra y su cámara, que, como siempre, colgaba de su cuello.
Además, cuando iban en la escuela, Dominique se había teñido de rubio en un intento de parecerse más a sus hermanas. Y, nuevamente, llevaba el cabello rubio.
Los cuatro reían, metidos en su mundo.
Siguió caminando, solo para encontrarse a Cheryl con su uniforme de las Vixens, a Reggie con su sudadera de los bulldogs, a Toni con el mismo estilo de antes, y, finalmente, a cierto chico de chaqueta de cuero con gorro que bebía de un bebedero.
Pero... no podía ser. No podía ser cierto.
Pero, cuando el chico se dio la vuelta, no pudo negarlo: era él.
(...)
Jughead estaba lavándose la cara en el baño. No podía ser cierto. Todo lo que había visto, no podía ser cierto.
La puerta de uno de lo cubículos se abrió, y alguien salió.
—Hola, Jughead —empezó a lavarse las manos en el lavabo de al lado.
