Capítulo 26

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Mari Alba acababa de llegar a su casa. Se disponía a dejar su bolso sobre la mesa del comedor, para después pasar a la cocina y tomar un poco de agua. Era de noche, aproximadamente las 6:00pm, y recién llegaba de congregarse con la iglesia, donde Felipe, sustituyendo a Abihail, dirigía la palabra. Lo único que no cambiaba era el lugar de la congregación, que seguía siendo la casa de Abihail, de la cual dejó la llave y cuido con mucha confianza.

En Mari Alba, el hecho de que Abihail confiara así en sus hermanos, la hacía desear poder experimentar ese mismo sentimiento. Deseaba bastante hacerse cercana a ellos, que ellos confiaran en ella, y ella en ellos. Pero todo lo construía el tiempo y la experiencias, y lamentablemente, por el momento, no había mucha gente en la que ella pudiera confiar.

Ni siquiera podía confiar en la persona que siempre convivía con ella: su marido.

‒¿Dónde cara**s estabas? ‒Y casi como si lo hubiese llamado con su pensamiento, él apareció bajo el umbral de la cocina.

Como de costumbre, su corazón pinchó con pánico, dejó el vaso en el lavabo de la cocina y volteó su cuerpo en dirección a Álvaro para contestarle.

‒Estaba en la congregación ‒Aclaró fingiendo un tono calmo, entonces decidió ir a su habitación, pero el agarre duro y repentino de Álvaro hizo que esta se detuviese en seco. Tragó grueso.

Él era alto, considerablemente alto y fornido, de piel blanca, cabello negro algo canoso y ojos de un tono marrón bastante claro. Álvaro era un hombre maduro sumamente atractivo, era eso lo que Mari Alba había visto en él al conocerlo, y no tardaron en casarse, porque al igual que él, Mari Alba era una mujer de buen parecer, y en ese entonces, para Álvaro, Mari era la castaña joven más linda que había conocido. Por eso no desaprovechó y se casó con ella cuando tenía la edad de veinticinco años, y él cuarenta bien cumplidos.

Sin embargo, con él pasar de los años, Álvaro se sentía envejecido, y por el contrario, Mari estaba en una buena edad y se mantenía bien cuidada. Por ello, tendía a ser celoso y muy protector con ella, llegando a niveles bastante agresivo.

‒La congregación... ‒Repitió en un murmullo, mientras le dirigía la mirada‒. ¿Quiénes van a esa congregación?

‒Los hermanos. Creo que no conoces a ninguno, pero es en la casa que antes fue del señor Andrés, ahí se mudó una chica cristiana y hace las reuniones ahí ‒Explicó‒. Si quieres, puedes ir ‒Dijo, para seguidamente intentar irse, pero el agarre de él no aflojaba, por el contrario se hizo más firme.

‒¿Y tú por qué vas todos los días? ‒Cuestionó‒, ¿acaso te gusta algo de ese lugar?

‒Sí, me gusta mucho la vibra de las personas ahí, además de que las predicas son muy nutritivas y me ayudan mucho.

‒Sabes a lo que me refiero, Mari, no te hagas la estúpida. Ese papel no te queda bien ‒Ella frunció sus cejas, no sabía a lo que se refería, y no entendía por qué esos cuestionamientos.

‒No entiendo que dices, Álvaro. Sé más claro ‒Dijo, tratando de ser firme. Y nuevamente trató de zafarse, pero este no quería ceder su agarre.

‒Ah, entonces seré claro ‒Declaró con sarcasmo‒. ¿Cuál de los hermanitos te gusta?, ¿con cuál te quieres acostar? ‒Escupió sin escrúpulos.

Mari chasqueó con su lengua, no era la primera vez que le insinuaba algo similar, pero no pensó que él llegaría a imaginar ese tipo de cosas de una iglesia.

‒No puedo creer lo que me estás diciendo ‒Negó ella con su cabeza‒. Te soy fiel, Álvaro. Jamás me acostaría con alguno de los hermanos, ¡son cristianos, por Dios!

Con un propósito #TA2021 [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora