Capítulo 27

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Leonardo y Abihail llevaban una tranquila charla, al principio conversaron de cosas triviales, nada realmente importante, pero minutos más tarde, luego de comer una deliciosa y sofisticada comida, Leonardo trató de ser un poco más serio y profundo con sus preguntas. Abihail se había reusado a tomar más de una copa de vino, mientras que Leonardo ya iba acabando su segunda copa. Estaba nervioso, lo admitía dentro de sí. Nunca había sentido el enamoramiento, o quizá sí, pero había pasado tanto tiempo que no sabía cómo conquistar a alguien con amor y cariño real, solo había aprendida a conquistar con cosas materiales, dinero y con su físico. No pensó en lo vulnerable que se iba a sentir al exponer sus sentimientos de esa manera.

Pero estaba siendo fantástico para él, muy mágico. Abihail se veía hermosa vestida de ese modo, el lugar iba con ella y su sonrisa se miraba preciosa, además de que iba acompañada de esa vibra animada y cariñosa que siempre estaba con ella. Estaba cayendo en cuenta, sí, estaba dándose cuenta de que realmente Abihail era hermosa, pero no tenía esa belleza despampánate en su físico, no, ahí no estaba, su belleza venía de adentro, de su ser, de su corazón, y podía ver ese reflejo en sus ojos.

Lo había visto desde el inicio, más que simple reflejo lumínico, sus ojos emanaban una luz intensa e hipnotizante. Algo que él simplemente no podía describir.

―¿Qué hay de tu familia? ―Preguntó él entonces, degustando de un pequeño postre que habían ordenado.

―¿Qué quieres saber de ellos específicamente? ―Sonrió un poco, escarbando un poco en su postre para buscarle el relleno.

―Todo. De dónde son, quienes son, donde residen, cómo son ―Enumeró con sus dedos.

Abihail lo miró a los ojos, y sonrió con un atisbo de tristeza. Al notar aquello Leonardo se preocupó un poco.

―Mi madre murió cuando yo tenía catorce años, y mi padre no lo veo desde que cumplí quince. No sé si está vivo aún o si está en el país ―Dijo, suavizando un poco su voz. No le era tan doloroso hablar de su pasado, pero si le daba un golpecito de tristeza recordar el dolor. Era como refrescar lo que sintió en el pasado.

Leonardo al escucharla, casi suelta el tenedor, pero se mantuvo firme; sin embargo, por algunos segundos nos supo qué decir.

―¿Qué? ―Preguntó Abihail con gracia al ver como este la miraba mientras comía un poco del postre frente a ella.

―Yo… ―Balbuceó―. Lo siento, no quise preguntar algo que no…

―No te preocupes, Leo ―Le interrumpió―. No voy a mentirte diciendo que es algo que ya superé al cien por ciento, pero he aprendido a ser fuerte ―Sonrió―. Además prometí contarte todo de mí.

―Entonces, ¿quién se hizo cargo de ti? ―Preguntó tomando el valor para seguir. Esa confesión había tocado muchas fibras en él.

―Mi tío Ronald. Él es una genial persona, es atento y cariñoso. Me críe junto con sus hijos y siempre me hizo sentir como en casa ―Su mirada recobró felicidad―. Él es como un padre para mí.

―Me alegra que a pesar de todo si pudiste ser feliz.

―Gracias a Dios sí lo soy ―Suspiró―. No tienes idea de cuántas cosas ha hecho Dios en mi vida. He sufrido como cualquier humano, pero siempre consigo apoyo con ÉL, de verdad. Por eso, cuando me preguntaste aquella vez en tu jardín, qué era lo que me hacía feliz, te respondí que complacer a Dios era mi felicidad, ÉL me ama y yo le amo a ÉL. Es una relación muy estrecha. Me pide que cuide mi vida con santidad, y yo lo hago por amor a ÉL. ÉL me ayuda, yo le sirvo. ÉL me levanta, yo camino.

―Suena muy lindo lo que dices ―Mencionó comiendo de su postre, totalmente concentrado en ella.

―Lo es, y lo más hermoso es que es real. Yo lo sé.

―Tu padre… ¿él simplemente se fue o te dijo algo? ―Habló mientras bebía de una copa con agua.

―Solo se fue. No dejó una carta, no le dijo nada ni siquiera a mi tío Ronald, su hermano ―Aclaró―. Me dejó en casa de mi tío, diciendo que sería solo por un tiempo. Me visitó un día, conversó un poco conmigo, comimos helados y todo, pero nunca me imaginé que ese sería el último día que lo vería o que sabría algo de él. No contestaba mis mensajes ni llamadas. Entendí que me había abandonado.

―¿Y cómo te sentiste con eso? ―Se atrevió a preguntar, siendo cuidadoso al pronunciarlo.

―Fue dolor puro lo que sentí ―Expresó con franqueza―. Nunca me había sentido tan terrible como en ese entonces, me sentí sola, olvidada, despreciada. Lloraba todo el tiempo; al comer en las mañanas, al ir en el autobús de la escuela, en clases, al regresar a casa, al bañarme, al dormir… Fue mi temporada de ser llorona. Se repitió muchos días, por largos meses rogaba que regresara pero nunca lo hizo. Quise pensar que no volvía porque estaba muerto, pero siempre que le pedía a mi tío que pusiésemos la denuncia de desaparición, este se negaba y por la expresión  que siempre hacía supe que él sabía que no estaba desaparecido, ni en peligro, sino que no quería volver. Lloré hasta que mi cuerpo ya no pudo cargar el llanto, me había secado, así que toda la tristeza la llevé dentro.

―Vaya… ―Murmuró él―. Lamento todo eso, debió ser duro para ti soportar todo aquello.

―Sí lo fue, y lamentablemente, descargué todo mi rencor de la peor manera posible. Fui rebelde con quienes menos lo merecían, me porté muy mal de adolescente, me escapaba en las noches, tuve ciertas enemistades en la prepa, peleas, depresión, e hice muchas cosas de las cuales ahora me avergüenzo.

―¿Y qué me dices de tu tatuaje?, ¿por qué te lo hiciste?

―Malas decisiones de adolescente ―Expuso negando con su cabeza―. Cuando tenía como dieciséis me lo hice, sin el permiso de mi tío, no siempre fui la pasiva Abihail que ves ahora ―Sonrió.

―¿Pasiva dices? ―Cuestionó alzando una ceja, pronunciándolo con incredulidad―. Te recuerdo que los primeros días que estuviste en casa estuviste muy, muy cerca de quebrarme el cuello con el jalón de camisa que me diste ―Rió y Abihail carcajeó.

―Eso te ganas por ser amargado y grosero conmigo. Suelo ser de amor y paz, pero también soy guerrera ―Volvió a reír―, que no se te olvide.

―No voy a negarte que no te quería cerca, pero fuiste muy osada, corriste con la suerte de que María no quiso despedirte cuando yo se lo exigí.

―No corrí con suerte, Dios estuvo conmigo ―Comió más de su postre―. Si me hubiesen despedido, no estarías aquí ahora, en un restaurante, vestido como todo un galán de telenovela, riéndote con tu enfermera y conociendo de su vida. Todo se basa en que Dios quiso venir a ti mediante alguien, para que te dieras cuenta que en medio de la desgracia hay luz.

Y vaya que la había. Sí había luz en medio de la desgracia. Abihail era un claro ejemplo de ello. Prácticamente huérfana, luego alguien intolerante y rabioso por su dolor, para luego transformarse en un rayito de sol, alguien honesto y cargado de amor para repartir, sin rastro de lo que antes fue.

Porque, estaba segurísimo, nadie imaginaría lo que Abihail fue al conocerla ahora. Ni él mismo había imaginado todas esas cosas que le contaba.

Pero, ¿cómo hacía para cargar con todo eso de pasado y aun así sonreír como si su vida fuese perfecta?, él no sabía cargar con el dolor de su situación, todo fue tan rápido. Primero quedar en silla de ruedas y luego perder a su madre.

Anhelaba poder ser así de fuerte como ella, que detrás de esas sonrisas llenas de vida tiene oculto un pasado desgarrador que había dejado atrás. Quería aprender a ser feliz por encima de todo lo vivido.

―¿Cómo le haces? ―Preguntó luego de salir de su ensimismamiento.

―¿Eh? ―Le tomó desprevenida con la frase―. ¿A qué te refieres?

―Acabas de contarme lo que te tocó vivir, y es… horrible, ¿cómo le haces para poder sobrellevar todo sin que pese en tu corazón?

―Ni siquiera yo sé cómo hago eso ―Respondió con sinceridad―, pero sé que las fuerzas que tengo no son mías, sino de quien me ha redimido. ÉL es lo único que tuve para refugiarme, lo único que sanó mi corazón completamente restaurándolo y transformándolo para poder ser feliz y resistir. No sé cómo, no sé cuándo, pero Dios sí hizo un cambio radical, me hizo ver las cosas desde otro ámbito y me enseñó un mundo lleno de amor en las cosas sencillas ―Movió sus hombros―. Dios es así, nos llena el alma de fe de manera misteriosa.

―Creo entender ―Asumió pensando un poco.

Quería eso; poder ser feliz, resistir, transformarse, sentir amor… en Leonardo algo pinchó con curiosidad. Si era verdad que Dios cambiaba vidas, también podría cambiar la de él, ¿verdad?

Sí podría. Si ayudó a Abihail a despegarse del dolor de la muerte y abandono, claro que podría ayudarlo a él a vencer sus sentimientos de culpa y recelo.

En ese momento, se encendió la chispa de la fe en él, sin que lo notara.

―Bueno, dije bastante, ¿no? ―Rió la pelinegra, haciendo a un lado el plato de su postre acabado.

―Sí. Muchas gracias por contarme de ti sin censura ―Sonrió con dulzura―. De verdad lo aprecio.

―Solo espero que mi testimonio te ayude a ti ―Expresó ella con cariño.

―Bueno, señorita Estrada, ¿qué le parece si ahora damos un paseo?

―¿Aún hay más? ―Se asombró, luego miró la hora en su celular―. Son más de las ocho de la noche Leo.

―Yo no tengo sueño ―Manifestó con un tono vago, moviendo sus hombros―, ¿acaso tú sí? Mira que aún no te he contado mucho de mí.

Abihail sonrió negando con su cabeza. Conocía sus planes. Quería despertar su curiosidad para que lo acompañase. Era una buena oportunidad para conocer de él, así que no la desaprovecharía.

―Tú ganas, tú ganas ―Sonrió ella alzando su manos.

Leonardo y Abihail partieron del restaurante, en la misma limusina en la que ella había llegado. Esta vez fueron a un parque a la orilla de la playa que se miraba exótico, llenos de luces, puestos de comida y asientos, había pocas personas por ahí. Fue cuando llegaron a la entrada del sitio, que se dio cuenta que era un lugar exclusivo al que no se te dejaba entrar sino pagabas. Era amplio, tenía muchas zonas que recorrer, estatuas, fuentes, y muchas flores y palmeras. El piso era de concreto, aún en la parte más cercana a la playa. Y había un muelle, uno muy hermoso, iluminado y largo, muy profundo a la playa, el cuál Abihail quiso recorrer.

―Esto aquí es muy lindo ―Dijo cuando ya habían entrado al parque, mirando a todos lados.

―Lo sé, ya había venido antes, pero al parecer le hicieron una remodelación, no está tal cual lo recuerdo ―Habló mirando a todos lados. Luego se fijó en ella―. Muy bien, escoge tú la dirección de nuestro paseo.

Abihail hizo un sonidito que fue semejante a un alarido de emoción acallado. Sonrió de oreja a oreja y lo primero que señaló fue el muelle, Leonardo se sintió feliz por verla así.

―Bueno, te pediré un solo favor, ¿podrías empujar mi silla?

―Claro que sí ―Aceptó y de inmediato fue detrás de él para empujarlo y llevarlo al muelle.

Primero se tomaron algunos segundos para admirar por donde iban. Leonardo notaba como la pelinegra se maravillaba del paisaje de la playa nocturna, la luna sobre ella y ese precioso lugar juntos. Eso lo hizo sentir bien, y mucho más seguro de contarle a ella sus cuestiones más internas.

―Puedes preguntar lo que quieras. Ya estoy preparado―notificó mientras caminaban.

―¿Por qué fuiste malo con tu madre? ―Fue al grano, optando por mantener una actitud serena ante él. No quería sonar brusca. Todo esto mientras caminaban por el muelle―. Me habías contado cuando llegamos aquí que fuiste malo con ella, y por ello todos te culpaban de su muerte, pero, lo que no logró comprender es, ¿Por qué?, ¿ella hizo algo que provocara tu ira hacia ella?

―La verdad es que ni yo mismo sé por qué me comportaba así ―Expresó con pesar―. Solo sentía que me cuidaba mucho y se entrometía en mis asuntos, pero eso lo hacen todas las madres de este mundo. Nunca me dio una razón que pesara tanto como para que yo la tratara así.

―Supongo que lo hacías por mera rebeldía.

―Creo… creo que sí, es decir, no lo sé. Solo me di cuenta de que fui alguien detestable cuando ya había muerto.

―Te comprendo, yo igual fui así. Hacía lo que me daba la gana, lastimaba a los demás y no me di cuenta de nada hasta que desperté y me di cuenta de los daños que estaba causando.

―Me siento la peor persona en este mundo por haber sido lo que fui con ella ―Dijo repentinamente, con la voz quebrada―. Tuve todas las oportunidades de este mundo para compartir tiempo de calidad con ella pero siempre preferí ir a alguna fiesta, estar con alguna mujer, hacer cualquier cosa por evitarla, cuando ella solamente quería ayudarme y brindarme el amor que no me permití recibir… y que ahora extraño ―Moqueó, entonces Abihail lo estacionó junto a un banco para ella sentarse y estar a su lado. Lo vio con los ojos cristalizados y llevó su mano hasta la de él para darle un reconfortante apretón.

―¿Y cómo era tu relación con Ricardo y Carolina?, ¿también a ellos los tratabas mal?

―No ―Suspiró―. Desde pequeños siempre fuimos muy apegados entre nosotros. Ricardo y yo solíamos salir a muchas fiestas juntos, como grandes hermanos ―Sonrió al recordar―. Con carolina las cosas eran más calmadas, siempre ha sido una muchacha muy tranquila, aunque enojada da miedo, con ella compartía charlas de todo tipo, nos pedíamos consejos, nos contábamos lo que nos sucedía, todo. Lo único que me reprochaban, y que fue por lo que más llegamos a discutir, era mi relación con mamá.

―¿Y por qué ahora eso no es así?

―Cuando… cuando tuve el accidente… todo fue…―Le costó expresar― confuso, me sentía confundido, anonadado… fue como un mal sueño del que no podía despertar. Las imágenes del accidente llegaban a mí y me atormentaron por largos meses. Yo… comencé a culpar a mi madre de lo que me ocurrió, porque ella fue la que me envió a ese viaje donde tuve el accidente, y la ira me cegó. Mi actitud fue peor entonces, trataba a todos horriblemente, fue en ese punto donde mi amistad con muchas personas murió, incluyendo la de mis hermanos; no quería que nadie me viera así, incapacitado, cuando yo era un hombre fuerte tan solo días atrás. No quería estar en esta silla, pero tampoco quería que nadie me ayudase, no quería recibir terapia porque me daba vergüenza el solo necesitar ayuda para apoyarme en mis dos pies. Lo veía como algo ridículo.

>> Sin embargo, hizo un tiempo donde quise hacerlas, y lo intenté por un par de meses, muy pocos realmente, y vi mejoras, pero luego…

―Murió tu madre ―Completó ella, conociendo parte de la historia.

―Sí… ―Asintió viendo en dirección a la mano de Abihail sobre la de él―. Cuando me lo dijeron, habían pasado solo dos días luego que tuvimos una fuerte discusión. Todos en casa supieron de ello, o más bien, escucharon los gritos. En medio de la discusión ella me había preguntado dónde estaba mi amor por ella, y yo sin remordimiento le respondí que ese amor nunca había existido. No sé… ―Se cortó― No sé por qué le dije eso, no era lo que yo sentía realmente ¿sabes? Y ella se fue creyendo eso… fue una amarga sorpresa saber que había muerto, y fue muy duro escuchar los reclamos de mis hermanos, especialmente los de Carolina, cuando me culpaban de todo lo que había pasado.

>> Me sentí terrible por eso, lloré, lloré por largo tiempo, lloré sin tener a nadie de mi familia que me consolara, y me sentí tan solo por eso. La casa se cargó de una energía tan mala que prefería pasar todos los días, las veinticuatro horas del día, encerrado en mi habitación. No soportaba las miradas, ni las insinuaciones.

―Antes habías tomado la iniciativa de las terapias, ¿por qué ya no quieres intentar?

―No podría ―Dijo mirándola ahora a los ojos, sin esconder las lágrimas que estos contenían―. No lo merezco…

―¿Qué? ―Abihail ladeó su cabeza.

―No merezco volver a caminar― Dijo, con la voz quebrada, conteniendo el nudo que se instalaba en su garganta, tratando con todas sus fuerzas de no llorar.

―Claro que sí mereces volver a caminar, ¿por qué dices tal locura?― Aseguró ella con preocupación.

―No lo merezco, Abihail ―Aseguró negando con su cabeza, dejando escapar las lágrimas que contenía―. No merezco volver a poner un pie en firme... no después de todo lo que le hice a mi madre. No después de la maldita bestia que fui con ella ―Confesó―. Hice su vida algo espantoso, la hice sufrir, le di problemas, cuando lo único que ella quería es que fuese mejor persona.

>> Merezco estar inválido, lisiado, merezco todo lo que sufro ahora… jamás voy a… ―Bajo la voz, a un tono tan quebrado que incluso logró anudar la garganta de Abihail―. Jamás voy a poder perdonarme todo lo que le hice, jamás… ella era tan buena conmigo, tan… especial, y yo… un monstruo.

―No digas eso, Leonardo ―Pidió ella―. Aún no es tarde para cambiar.

―Sí, sí es tarde ―Dijo él llorando silenciosa pero desgarradoramente―. Ella ya no está, ya no puedo pedirle perdón, ¿de qué sirve todo este lamento si ella jamás va a poder escucharme?... no quiero ser hipócrita pero me duele, me quema el alma, retuerce mi corazón el saber que siempre tuve la oportunidad de decirle que la amaba, de demostrarle respeto, pero ahora… tengo lo que merezco y me causa dolor. Me duele ver como lo que yo mismo construí me cae encima.

―Pídele ayuda a Dios ―Fue la respuesta que ella le dio―. Pídele que te perdone, y te de otra oportunidad para amar como debiste amar a tu madre. Te puedo prometer que ÉL te dará esa oportunidad si tú estás dispuesto a serle fiel a ÉL.

―La verdad es que a veces dudo que Dios se fije en mí, dudo si realmente escucha mis oraciones después de lo desgraciado que fui con todos. No solamente lastimé a mi madre, sino a mucha gente, herí sentimientos, humillé a muchos, fui un traidor en el amor… cuando llegaste a casa lo primero que pasó por mi mente fue hacerte sufrir para que te largaras de mí, de mi presencia, para que no pudieras ayudarme en nada... por qué yo no mere-… ―Entonces Abihail movió la silla, haciendo que quedaran frente a frente y cortó sus palabras rodeándolo con sus brazos, en un fuerte abrazo.

Leonardo se pasmó, un tanto asombrado, pero luego la calidez de sus brazos, la energía que emanaba de ella, la dulzura con la que acariciaba su cabello por detrás de su cabeza, lo hizo serenar. Pudo respirar su olor, dulce como siempre, llenando su ser de la fragancia de ella, y más que de su fragancia, llenándolo de su amor. Al instante él también la rodeó con sus brazos apretándola, tratando de decirle con su cuerpo lo miserable que se sentía, tratando de explicarle que necesitaba de algo que ella sí tenía: amor.

Su corazón latió acelerado, y comenzó a sollozar nuevamente hasta llorar sobre ella, escondiendo su rostro en su cuello como un crío pequeño, hasta que se sintió mejor. Sin embargo, no la soltó, sino que se tomó el tiempo de apreciarla entre sus brazos durante un buen tiempo.

Cuando Abihail se separó de él, pudo ver que ella también tenía los ojos y nariz algo rojos, dejándole saber que también había llorado.

Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Yahweh, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. (Isaías 1:16-18) ―Citó ella con una sonrisa―. Dios quiere que tu vida sea mejor, quiere que te vaya bien y que tengas en tu corazón su amor, por eso te pide que le seas fiel, que cambies tu forma de ser, de pensar y tu forma de actuar. Cuando lo hagas, ÉL promete limpiar tus culpas y sanar tus heridas. Pero no puedes combatir una herida infectada con más infección, sino que debes limpiarla y ella curará, y de eso se encarga Yahweh.

Leonardo limpió su nariz con el dorso de su mano, y la miró a los ojos por un momento, después suspiró.

―Lo siento por ponerme sentimental. Ya he llorado mucho frente a ti.

―No te preocupes por eso, somos humanos. Y precisamente por no decir lo que sentimos es que salimos más lastimados. Por el contrario, me alegra percibir que tu corazón está vivo y ser testigo de lo que sientes

―Pues sí, así me siento. Gracias por escucharme.

―Gracias por darme la oportunidad.

La charla continuó, esta vez más animada, por largo rato. Leonardo logró calmarse y Abihail se sintió muy alegre de poder escuchar todo lo que quería manifestar. Ambos se sentían en confianza, todo surgía y no existía obstáculos para manifestarse entre ellos los sentimientos del pasados que aún estaban presentes. No fue hasta que una voz detrás de Abihail hizo que ambos despertaran de su burbuja y miraran en esa dirección.

―¿Leonardo Gibeli? ―Preguntó esa voz femenina.

Abihail miró a la mujer, frunciendo un poco sus cejas al no conocerla. Era alta, de cabello rubio y reflejos castaños en la raíz, perfectamente ondulado y peinado hasta su pecho, de ojos oscuros y piel algo bronceada. Parecía una Barbie, con unas excelentes curvas y piernas muy bonitas a la vista con la falda de cuero que lucía, acompañado de una blusa de flecos en blanco y una chaqueta beige muy a la moda.

Ella miraba a Leonardo con una sonrisa y una expresión de asombro muy clara, Leonardo al verla también puso su rostro del mismo modo, con la diferencia de que no sonreía, por el contrario, tragó grueso al darse cuenta de quien era.

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Ya conocimos más de Abihail, quien diría que su vida fuese así, ¿verdad?

Le tocó fuerte, pero gracias a Dios, ya está mejor y más renovada.

Pero...

Ay, ¿qué pasó?

¿Quién es ella?

¿Por qué tuvo que llegar justo en ese instante? ;-;

Lo sobremos en el próximo capítulo ;'3

¡¡Dios les bendiga!!

Con un propósito #TA2021 [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora