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Aquel cabello corto de color negro estuvo varias veces entre mis dedos.

Podíamos estar en algún pasillo del instituto donde nadie pasaba en el descanso. Ambos sentados en el suelo.

Su cabeza en mi regazo y mis dedos entre su pelo mientras esperábamos que ningún profesor pasara por allí para echarnos la bronca por estar en los pasillos en la hora del descanso.

Acariciaba a la chica que, según mi yo del pasado, amaba.

Su sonrisa era bastante creíble para aquel niño que estaba enamorado.

Aquel adolescente que se peleaba a muerte con su hermano mayor porque no soportaba las palabras de este.

Jacopo siempre me decía que no me ilusionara tanto, pero yo lo seguía haciendo.

Nuestras discusiones eran horribles y nuestros padres se metían en ellas para tranquilizarnos sintiendo tristeza porque veían que sus adorables muchachos se odiaban.

Sé que deseaban alejarnos poniendo a uno en la entrada de la casa y a otro encerrado en su habitación, intentando que así no nos chocáramos. Solo querían que nos viéramos a la hora de comer.

Nos alejábamos cuando teníamos que estudiar en nuestras habitaciones o cuando queríamos hacer cualquier cosa fuera de casa o dentro de esta. Siempre separados.

A veces me enfadaba tanto que no era capaz de estudiar.

Pensaba una y otra vez en sus palabras: No te ilusiones, Damiano. Esa chica no es buena para ti. Juega con tus sentimientos. No sois nada.

No os imagináis la gran razón que tenía mi hermano.

Yo era un idiota enamorado que odiaba a muerte a mi querido Jacopo.

Aún recuerdo el puñetazo que le di en la nariz cuando me gritó diciendo que Tania me trataba como una marioneta.

Le di semejante golpe que, si no llegan a estar sus amigos en casa, nos mataríamos en ese mismo momento.

Me cogió por el cuello y estrelló mi cuerpo contra la pared.

—¡En tu puta vida vuelvas a pegarme, pedazo idiota! —exclamó muy enfadado.

Le di patadas en las piernas realmente cabreado con él, ignorando que me agarraba por el cuello con fuerza.

Se quejó diciendo más palabrotas. Me soltó y me dio una gran bofetada que me hizo caer en el suelo.

Pero ahí no acabó la cosa.

Se sentó encima de mí y vi la rabia en sus ojos.

Quería pegarme.

Sus manos estaban cerradas, mostrándome sus puños.

Comencé a patalear insultándolo, odiándolo. Le di golpes en el abdomen y en el pecho diciéndole lo mucho que le odiaba.

—¡Eres un mierda! ¡El peor hermano que uno puede tener! ¡No tienes derecho a opinar de mi vida cuando te follas a todo el mundo!

Cuando dije esto último, fue él el que me dio un gran puñetazo en la cara.

Me quedé medio inconsciente mientras oía a sus amigos gritando su nombre, alejándolo de mí.

Vi como lo agarraron y alejaron su cuerpo del mío.

Juraría que lo vi llorando y temblando mientras me miraba asustado.

En ese momento me desmayé.

Fue una de esas veces que me miraba con miedo y con muchas lágrimas cayendo por sus mejillas.

Tenía miedo a perderme. Se arrepintió de darme semejante golpe.

Damiano |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora