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Caminar casi una hora con mi hermano no era un buen plan porque las sábanas de aquella increíble cama no me dejaron salir rápido de la habitación.

Me sentía relajado en aquel colchón escuchando las olas del mar.

Se oían unos cuantos pájaros pasando cerca del hotel. Yo seguía con los ojos cerrados después de que el despertador sonara hace ya tres minutos.

El lugar me recordó a una suite muy cuidada y con mucho lujo.

Pensé en mi casa, en los grandes cambios que quiero hacer. También pensé en mudarme a otra vivienda, una más grande en la que pueda añadir una mesa blanca con unas cuantas flores, decorando la estancia.

Ventanas grandes por las que entre la luz iluminando el lugar.

Y yo allí, con un libro en mis manos o creando canciones como he hecho desde que era un adolescente.

Ojalá hablarle a aquel adolescente que se enamoró hasta tal punto de pensar en quitarse la vida porque una persona había jugado con sus sentimientos de una manera horrible.

Los insultos habían aumentado cada vez más cuando se enfadaba por cualquier cosa o cuando me negaba a darle esos caprichos que ella quería.

Tania me llegó a empujar y a dar puñetazos en las costillas por el simple hecho de que no le hacía caso.

Así es como me trataba. Me trataba así para llevarme por el camino que ella quería.

Me quería para sus estupideces y yo no me alejaba de ella. Algo tenía que nunca me alejé para desaparecer de su vida.

Era en ese momento cuando le hacía caso y, en un abrir y cerrar de ojos, la tenía encima de mí besándome o moviéndose.

Mi cuerpo controlaba bastante las lágrimas y nunca lloré delante de ella.

Me dolían las costillas. Me sentía débil cuando ella estaba cerca de mí.

Al alejarme de Tania, empezaba a llorar hasta llegar a casa.

Recuerdo cuando llegué a mi vivienda y oí unos cuantos gemidos antes de entrar por la puerta principal.

Cuando abrí, vi la sexualidad en estado puro y no a través de una pantalla.

Una chica estaba apoyada en la pared, una de sus piernas estaba alrededor de la cintura de Jacopo.

Ninguno de los dos se dio cuenta de que yo estaba allí.

La mano de mi hermano estaba oculta en la tela del vestido corto de la muchacha. Ella gemía muy cerca de su boca.

Parecía que estaban jugando a no besarse.

En los labios de mi hermano había una sonrisa orgullosa. Le susurraba algo, pero no conseguí saber que era aquello. Hablaba muy bajo.

Tragué saliva al ver a estas personas vestidas, pero muy cachondas.

Intenté moverme y todo fue bien. No se enteraron de que estaba en casa.

Entré en el salón, aún escuchando aquellos gemidos.

Sequé mis ya inexistentes lágrimas antes de levantar mi sudadera para ver lo que se escondía debajo de esta. Mi piel había cambiado de color, un color violeta y rojo que no me gustó nada.

Estaba herido y se lo ocultaba a todo el mundo.

Me ponía muy nervioso al saber que mis padres y mi hermano estaban en casa cuando me estaba duchando.

Me miraba en el espejo y más de una vez me entró pánico porque intentaban abrir la puerta del baño y yo estaba allí, con unos moratones horribles.

Menos mal que siempre tenía el pestillo pasado.

Damiano |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora