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Los gemidos me volvían loco cuando me introducía dentro de alguna mujer o cuando estaba entre sus piernas.

Salía de fiesta queriendo siempre lo mismo: sexo y más sexo.

Tenía un vaso en la mano viendo la pista de baile, buscando mi próxima diversión, un aquí te pillo y adiós.

Los cuerpos de las mujeres se movían al ritmo de la música. Algunas se besaban entre sí siendo amigas o algo más.

A mí me gustaba ver aquello. Esa lujuria en sus ojos que pedía más y más.

Sus ojos me miraban como si fuera un ser superior y, no os voy a mentir. Me las imaginaba arrodilladas delante de mí.

No a todas, solo las que me miraban con esa gran lujuria.

Cuando alguna se me acercaba, aprovechaba el momento siendo muy amable y mostrando mis encantos. Me di cuenta de lo que le encantaba a las mujeres, algo que de vez en cuando hacía para ver su expresión.

No todas eran iguales ni les llamaba la atención aquello, pero yo me limitaba a pasar dos dedos cerca de mis labios o, incluso, sobre ellos. Mirando hacia un lado o mirando a la mujer, a los ojos, a su cuello o a su escote.

Me acuerdo de la ropa ceñida que llevaban algunas de ellas, dejándome ver perfectamente sus caderas, sus pechos y su trasero. Era como el paraíso, así me sentía en aquel entonces.

¿Qué iba a hacer yo en Latinoamérica después de estar cerca de la muerte? Estaba solo y necesitaba divertirme. Divertirme tanto que mi propia familia no me reconocía en aquel entonces.

Me adentré en el alcohol, siempre tomando una cerveza cada noche. Y después de tomar algo, elegir a mi presa. Aquella persona que estaría gimiendo por mi culpa.

Necesitaba diversión y la conseguí rápidamente.

Pero nunca vieron mi lado sumiso. Eso solo lo vieron dos personas. Ya sabéis a quienes me refiero, ¿verdad?

En Argentina o en cualquier sitio que visitaba allí, necesitaba diversión. Siempre encontraba a alguien. No todos los días, pero casi todos los días.

A veces repetía con alguna persona, pero eso era complicado porque quería conocerme más a mí mismo y conocer los fetiches de los demás.

Quería saber como funciona la gente.

Pero no siempre me lo pasaba bien porque esas cosas no iban conmigo. No me gustaba cuando alguna persona me pedía que le dejara alguna parte del cuerpo al rojo vivo o que le hiciera sangrar.

No podía con eso. Se me revolvía el estómago y tenía que usar cualquier excusa para irme de allí.

Siempre funcionaba y me escapaba.

Menos mal que me escapaba. No sé cuantas veces sentí ganas de vomitar cuando me pedían aquellas cosas.

Literalmente, me escapaba de allí. Desaparecía.

Me sentía incómodo y cortaba todo el rollo que me dijeran aquello.

No todas las personas podían estar conmigo. No podía hacer todo lo que me pedían.

Usé juguetes sexuales con varias personas y me lo pasé muy bien viendo como se retorcían de placer, como mojaban su ropa interior o las sábanas de la cama.

Me parecía muy excitante ver aquello. Y no penséis que solo estuve con mujeres, también estuve con hombres, pero eso era algo complicado para mí.

Todo por una simple razón: me acordaba del trío que tenía antes de irme de Italia.

Damiano |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora