39

389 15 47
                                    

El matrimonio.

Las heridas.

El alcohol y el sexo.

Las lágrimas.

Las sonrisas.

Tania.

¿En serio me mentía tanto a mí mismo pensando que algún día me enamoraría?

¿Qué es el amor?

Estoy solo. Eso lo sé.

Y, cuando menos te lo esperas, en esos tres años que han pasado, algo ocurre en uno de ellos.

Sus labios pintados de rojo se curvaron al verme como si nada hubiera pasado. Como si no me hubiera partido en pedazos.

—Damiano.

—Tania. ¿Qué...? ¿Qué haces aquí?

Sin que se diera cuenta, pellizqué una de mis manos para saber si estaba soñando.

No me esperaba para nada verla de nuevo. Habían pasado unos cuantos años desde que la vi y acabé con la cabeza en el inodoro de un centro comercial.

—Eso no importa —me dijo y frunció el ceño teniendo uno de sus brazos detrás de la espalda.

Yo también fruncí el ceño viendo lo que hacía.

Para mi sorpresa, un niño de unos 4 años apareció detrás de su cuerpo. Ambos cogidos de la mano.

Su pelo negro como el de su madre. Esos ojos que me miraban, unos ojos verdes.

—Te presento a mi hijo —dijo y, como no, mi mente se montó una película.

¿Y ahora diría que es mío?

¿Acaso diría que me la follé en Latinoamérica e iba disfrazada y es por eso que no la reconocí?

Damiano, ¿te corriste sin usar ningún preservativo?

¡Damiano! ¿Qué has hecho?

El niño me vio como si me conociera de toda la vida.

Hostia, Damiano, no pienses eso.

—Hola —es lo único que se me ocurrió decir.

—Mamá, ¿es papá?

Pensaréis que aquel Damiano se dio la vuelta y vomitó en una de las macetas de la casa de su madre, pero no.

Sentí como mi corazón se heló. ¿Sería un casi infarto?

Tania se rio. No sé porqué.

Si por lo que acababa de decir el crío o por mi cara, que sería un cuadro.

—No, cielo —respondió moviendo un poco el pelo del pequeño—. No puedes decir eso cada vez que conoces a un chico.

Lo último lo dijo un poco más bajo, dirigiéndose solo al niño.

—Lo siento, Damiano.

¿Por qué se disculpaba?

¿Porque su hijo casi me provoca un infarto?

¿Por su comportamiento cuando éramos unos adolescentes?

¿Por aparecer en la casa de mis padres como si tuviera el derecho de estar aquí?

Tragué saliva intentando recordar qué estaba haciendo. Luego lo recordé. Estaba regando las plantas, también encargándome de ellas. Cambiándolas a otras macetas y plantando otras.

Allí, delante de esas dos personas, llevaba unos guantes negros y verdes, unas tijeras y un pequeño utensilio que me ayudaría a apartar la tierra una vez que quisiera plantar las nuevas flores.

Damiano |Måneskin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora