11 Susurros

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Encargarse de los susurrantes no fue tan difícil como sí fastidioso. Kaltos no sentía verdadera inclinación por matarlos dado que para él eran criaturas inofensivas, aunque molestas, y sacarlos al patio pondría en riesgo a Fred. No sabía si al estar en medio de la línea que diferenciaba a los vivos de los no-muertos, eran capaces de morir de hambre, pero los encerró en el sótano después de hacerlos caer escaleras abajo. Los tres cuerpos rodaron uno sobre otro, aterrizando violentamente al tiempo que Kaltos cerró la puerta y la aseguró arrastrando el pesado refrigerador de la cocina lo más silenciosamente posible.

Para haber sido invadida por una horda esa misma mañana, el resto de la casa estaba despejado. Teniendo un poco de cuidado extra, Fred podría volver a la primera planta para recolectar lo esencial y marcharse. La puerta frontal había sido reventada y el hoyo en la barda de madera era una invitación para cualquier susurrante, así que tendrían que hacerlo todo rápido. Una vez que Kaltos se aseguró que todo estaba en orden, le informó a Fred que era seguro salir y lo esperó en la primera planta. Lo primero que el humano hizo fue ir hacia la cocina, donde se puso rápidamente a guardar la comida que estaba dentro de una cacerola tapada sobre la estufa. Kaltos lo ayudó recolectando a su vez las pertenencias más importantes que los otros miembros del grupo habían dejado varadas en su desesperación por huir rápido, como las mochilas llenas de suministros (que él mismo había proveído), ropa y botellas de agua.

-Creo que es todo -murmuró Fred, aún temblando y sudando para el frío que azotaba esa noche.

Su mente era un hervidero de preguntas de las que él mismo sabía que no habría respuesta inmediata. Su temor era lo más apabullante. Kaltos esperaba no verlo congelarse a medio camino, cuando tuvieran una horda de susurrantes listos para quitarle al humano y aclamarlo para ellos. Para eso, él debía empezar a recordar que los humanos no podían ver tan perfectamente en la oscuridad como él, y que tenían toda la razón del mundo al temer puesto que de un día para otro se habían convertido en las presas de sus propios congéneres.

Lo único que aún jugaba a favor de los humanos sanos, era la incapacidad de los susurrantes de coordinar razón y motricidad. Si bien eran rápidos moviéndose y a veces atacaban en grupo, no podían brincar una pared, insertar una llave en una ranura o conducir un vehículo. Sin embargo, Kaltos había visto a Laura, la niña del departamento donde él se ocultaba, abrir la puerta del armario. No en pocas ocasiones se había despertado al atardecer para encontrar la puerta abierta y a Laura sentada adentro, sobre cajas de zapatos y prendas de ropa arruinadas. Parecía que esperaba por él.

-Tal vez deberíamos esperar al amanecer para buscarlos. Karin es muy enfática en eso. Es mejor moverse de día, cuando hay luz -dijo Fred. Kaltos se colgó la pesada mochila sobre los hombros, ajustó el gorro de tela sobre su cabeza y tomó el rifle que había encontrado recargado contra un sillón. No lo necesitaba e lo absoluto, pero llevarlo él evitaría que Fred continuara cuestionando el hecho de que jamás lo veía ir armado-. La noche es nuestra principal enemiga. Ellos... pareciera que pueden ver en la oscuridad, y olernos -continuó susurrando.

La noche ya no es segura, repitió el recuerdo de la voz de Damus en la mente de Kaltos.

-Creo que es mejor no perder más tiempo -dijo Kaltos a su vez-. Es mejor hacerlo ahora mismo, antes de que se alejen más. Seguramente te dieron por muerto y es probable que no regresen por ti.

-No los culpo, sinceramente, pero el día...

-El día está aún a varias horas de llegar y esta casa no es segura. -Kaltos señaló la entrada sin puerta-. Ya nada es seguro en este mundo. Deberías hacerte a la idea, Fred.

-Discúlpame -murmuró Fred luego de pensarlo un poco-. Debes de pensar que soy un viejo cobarde e inútil, pero...

-Estás conmocionado por lo que ocurrió esta tarde -lo disculpó Kaltos, quizás muy condescendiente-. No imagino lo terrible que debió ser cuando entraron a la casa. Solo te pido que actuemos cuanto antes para reencontrarnos con ellos pronto.

-Fue tan rápido -murmuró Fred, mirando hacia la puerta.

Sus recuerdos se dispararon como parpadeos hacia la mente de Kaltos, que los analizó uno por uno intentando localizar a Karin en medio de esa vorágine de temor y desespero. Fred se había concentrado en ayudarlos a ella y a Rodolfo. Poco había podido hacer por Geneve y por Lex, aunque el que no estuvieran rondando por ahí como reanimados, era la mejor señal de todas para pensar que se encontraban vivos.

-Debemos continuar moviéndonos -insistió Kaltos, saldando el asunto-. ¿Quieres llevar tú el arma?

Sí.

No.

La indecisión de Fred fue tan exasperante que Kaltos volvió a tomar la iniciativa cuando se adelantó para ponerle el rifle entre las manos.

-Sé que Karin los ha estado enseñando a disparar. Es momento de que lo pongas en práctica. Además, te sentirás más seguro y en control teniendo esto contigo -señaló el rifle con los ojos.

-¿Y tú?

-Yo tengo mis métodos -respondió Kaltos lo mismo de siempre. Sonrió-. ¿Listo?

Fred suspiró.

-No.

Pero no había más tiempo para gastar intentando convencer al humano. Kaltos entró a su mente de nuevo. La reacción de Fred fue instantánea cuando relajó los hombros, dejó de temblar y cerró los dedos en torno al cuerpo del rifle. Se quedó mirando a la nada por un momento, y al siguiente, cuando Kaltos dejó de inyectar templanza en él, la determinación que emanó de sus ojos fue suficiente para que el vampiro insistiera en marcharse.

Esta vez el humano aceptó sin titubear.

-Dispara solo si es muy necesario -instruyó Kaltos antes de que cruzaran la puerta de reja que daba del patio delantero a la calle-. De lo contrario tendremos a toda la ciudad sobre nosotros en un segundo.

El humano asintió y se cargó su propia mochila sobre los hombros.

-Estoy listo.

Los Susurrantes (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora