29 Susurros

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Karin abrió fuego y una mata de cabello revoloteó en el aire cuando la infectada de uniforme cayó al suelo. Detrás de ella, aún con Nimes en brazos, Lex también disparó y otra persona más cayó abatida antes de volver a levantarse tan pronto recuperó el equilibrio. Kaltos era de ayuda, pero aunque a él lo ignoraban mayormente, no era suficiente para impedir que los únicos tres humanos reales que lo acompañaban peligraran. Bastaba una mordida, una sola, para que todo se fuera al diablo.

-Por aquí -les indicó Kaltos, conduciéndolos por un costado del patio, cerca de la pared del edificio. Las macetas llenas de palmas y flores de ramilletes largos golpeaban los brazos y el rostro de Karin, pero era la lluvia y el fango lo que en verdad dificultaba su camino-. La salida lateral está cerca del aparcadero.

Lo siguieron bajo el aporreo incesante del agua y el azote del viento, que helaba sus cuerpos bajo la ropa empapada. Nimes llevaba únicamente una batita de dormir, lo que cambió cuando Kaltos pareció darse cuenta de lo mismo y se detuvo a mitad del camino, antes de llegar a la siguiente esquina apenas iluminada por un reflector, para quitarse la gruesa chamarra y envolver con ella a la niña, que tomó de brazos de Lex.

-Es más seguro si la llevo yo -fue todo lo que dijo.

Karin pensó en protestar. Antes de darse cuenta de que sería demasiado hipócrita y ridículo. Si Kaltos no había dañado (de gravedad, y no que ella supiera hasta el momento) a ningún integrante de su pequeña familia, no empezaría a hacerlo con una niña inocente frente a ellos dos. No se molestaría en querer dar explicaciones más tarde si así lo deseara.

Él pareció entenderla (quizás porque estaba leyendo su mente), y asintió, continuando el camino. Un grupo de cuatro o cinco infectados cruzó corriendo el largo del patio, con los brazos agitándose a los costados y las piernas torpes conduciéndolos a ningún lado en particular. De sus uniformes colgaban jirones de piel y tela que se enfangaron al instante. Karin esperó pacientemente a que alejaran y se perdieran al otro lado de una hilera de convoyes estacionados. Después se levantó y corrió encorvada el resto del camino hasta el aparcadero que Kaltos había mencionado.

Imaginar que él había hecho todo eso era monstruoso. No importaban los motivos, nada valía la muerte de tanta gente. Venganza, odio, resentimiento, ira... la raza humana estaba al borde de la extinción y no merecía más pérdidas solo por el capricho de una sola persona.

Se detuvieron junto a un enorme convoy de doce llantas y se agacharon. La tormenta golpeaba con fuerza. Los truenos estremecían el suelo, coreados por lejanas ráfagas de metralla de los pocos sobrevivientes que aún luchaban por sus vidas. Karin los sentía vibrar dentro de su cuerpo. La electricidad era palpable en el ambiente, se manifestaba en largas viborillas blancas que zigzagueaban en el cielo y lanzaban flashazos que lo iluminaban todo.

Un infectado saltó al encuentro y Nimes gritó, sujetándose con fuerza al cuello de Kaltos. Karin se levantó y entornó la mirilla del rifle para disparar justo en el momento en el que Kaltos levantó el brazo para mantener al enfermo lejos de la niña. La víctima cayó sin vida sobre un charco de lodo y ellos continuaron hasta alcanzar la primer camioneta en una hilera de decenas de ellas.

-Yo abriré las puertas -le dijo Kaltos a Karin una vez que todos entraron al vehículo. Ella sobre el asiento del conductor, por lo que tuvo que cerrar la puerta y bajar la ventana para continuar escuchando lo que él decía-. No importa lo que pase, no te detengas.

-Me detendré y subirás al maldito vehículo con nosotros -siseó ella, mirándolo con severidad-. Es lo menos que puedes hacer después de todo lo que ha sucedido hasta el momento, ¿no te parece?

Una explosión, muy probablemente en el suministro de gas, iluminó el perfil de Kaltos, blanqueando sus ojos por completo durante el tiempo que le tomó al brillo del fuego formar un remolino en el aire y consumirse. Karin miró por el retrovisor la cantidad de gente que corría en todas direcciones a la altura del edificio. Imposible distinguir sanos de infectados. Los que podían disparar lo hacían sin pensarlo. La mayoría caía abatida por emboscadas. Nadie estaba considerando alcanzar el aparcadero quizás porque sabía que no había manera de abrir las puertas sin exponerse más de lo que ya lo estaban.

Karin miró a Kaltos nuevamente. Se sintió tan molesta como apabullada cuando el intenso clamor de esos ojos brillantes y amarillos parecieron penetrar hasta el fondo de su alma misma. Una tranquilidad desconocida la invadió entonces. Un... hechizo que relajó su cuerpo entero y bombeó sangre caliente hacia cada rincón de su cuerpo, devolviéndole la vida a sus extremidades frías, cosquilleando en sus dedos y entumeciendo un poco sus piernas. La melodía suave y difusa de una eternidad sonó dentro de su mente.

Kaltos asintió entonces y el hechizo se rompió. Karin sacudió la cabeza, frunció el ceño y le dedicó una expresión por demás acusadora.

-No vuelvas a hacer eso.

-Necesitas tranquilizarte -contestó él con toda la calma que la situación no ameritaba-. Abriré la puerta. Te esperaré ahí.

-Más te vale -murmuró ella, mirándolo alejarse-. Vámonos -dijo hacia nadie en especial.

Lex estaba sentado a su lado en el asiento del copiloto, con los delgados bracitos de Nimes comprimiéndole el cuello como el abrazo de una constrictora. Karin encontró la tarjeta-llave en un compartimiento del tablero destinado a ello y encendió el vehículo tras pasar el dispositivo frente a un lector y presionar un botón ubicado en el cuello del volante.

No sabía lo que sucedería a partir de ese momento, pero desde ya auguraba un destino mucho más incierto y oscuro que el que les había hecho frente hasta ese momento... No sabía, entonces, por qué se detuvo frente a la puerta una vez que esquivó con presteza las hileras de vehículos aparcados y a la mucha gente infectada y sana con la que se topó en el camino, ni por qué esperó hasta que Kaltos entró al vehículo y se acomodó en el asiento trasero, justo detrás de ella.

Todo sería más fácil si simplemente se deshicieran de él para esas alturas.

El problema era que Karin estaba muy molesta con él. Furiosa, era la palabra adecuada, pero no quería que todo terminara tan rápido. No sin entender qué era lo que estaba pasando realmente.

Los Susurrantes (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora