23 Susurros

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Karin tocó la frente de su hermano una vez más y suspiró. Rodolfo había tenido días difíciles últimamente, y mucho de ello se lo debía a Karin, le gustara o no a ella admitirlo. Haber salido de la forma en la que lo había hecho, haberle dado más atención a cosas que estaban lejos de su control y no haber prestado la debida atención a la salud o a las necesidades de su hermano era imperdonable. Karin era ahora lo único que Rodolfo tenía en el mundo, y ella debía terminar de aceptarlo cuanto antes si no quería que lo poco que aún los sostenía a todos cuerdos se derrumbara.

Las últimas noches habían sido caóticas. Si bien los militares aún no se acercaban a ese sector de la ciudad, su presencia era ya sofocante. Todos en el grupo estaban enterados vagamente de lo que estaba ocurriendo aunque Karin había intentado ser discreta para darle tiempo a Kaltos de arreglar sus asuntos. ¿Pero arreglarlos cómo? Había poco que solucionar en un mundo que había literalmente enloquecido, porque si no era así, no se explicaba cómo la gente había pasado a devorar gente de un día para otro.

Extrajo el termómetro de debajo de la axila de su hermano y puso una mueca cuando lo revisó. El lector marcaba 38.6 grados, y entre las muchas cosas que Kaltos y Fred habían logrado recuperar del refugio del que habían salido huyendo, habían olvidado la bolsita de medicamentos debajo de una de las sillas, donde la había dejado Lex por descuido. Geneve había dicho que Rodolfo había estornudado y tosido los últimos días, pero Karin no lo había notado al estar más pendiente de su transmisor y de lo que Kaltos le informaba con respecto a la búsqueda de su hermano o de los militares, y se sentía terrible por eso.

-¿Cómo está? -preguntó Fred desde la puerta de la habitación.

Finalmente tenían un día despejado luego de casi una semana de lluvia ininterrumpida. Había aún unas cuantas nubes salpicando el horizonte, pero el sol estaba en lo alto, dando un poco de calor en las calles inundadas de charcos e infectados. Karin había pasado toda la noche junto a su hermano, atendiéndolo lo mejor posible mientras el mundo giraba a su alrededor como en cámara lenta. Sin medicina, sin cuidados médicos, sin seguridad, no les esperaba un destino mucho mejor que el presente que actualmente enfrentaban.

-Sigue con fiebre -respondió Karin-. Finalmente está dormido. Pasó una noche difícil.

Evitar que Rodolfo tosiera no había sido tan malo como mirar el sobre esfuerzo que le costaba lograrlo. Lluvia o no, los infectados tenían muy buen sentido del oído, y nadie había pegado el ojo durante toda la noche esperando verlos reptar por las bardas de concreto cuando los ataques de tos abatían al niño y ni siquiera el grosor de las colchas bajo las que ocultaba la cabeza lograban apaciguar el sonido.

-Lamento haber olvidado el bolso -suspiró Fred.

Karin meció la cabeza y corrió las cortinas para que la luz del día alumbrara la taciturna habitación.

-Todos nos alegramos de que estés a salvo. Además, todos huimos sin mirar atrás. Fue muy descuidado de nuestra parte... de mí parte.

-Karin, no puedes controlarlo todo. -Fred entró finalmente a la habitación y tomó asiento en el apoya brazos de un sillón de una pieza que estaba en una esquina-. Para eso que (independientemente que hace unos meses ni siquiera nos conocíamos) somos un equipo. Debes aprender a delegar responsabilidades. ¿No era así cuando trabajabas como policía?

Ella soltó una risilla que le aligeró un poco el ánimo.

-Agente de operaciones especiales -sintió la necesidad de corregirlo por puro orgullo, lo que tampoco valía de mucho en esos días-. Pero entiendo a lo que te refieres. Últimamente he estado muy distraída. No puedo permitir que eso interfiera en mi trabajo, del cual dependen las vidas de ustedes, de Rod. Ahora soy lo único que tiene en el mundo y fui muy egoísta al...

Los Susurrantes (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora