32 Susurros

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-¿Has hecho eso con nosotros? -preguntó Karin una vez que Kaltos explicó los principios básicos de su naturaleza y volvieron a ver el vídeo de Damus atacando al científico.

-Jamás he atacado a ninguno de ustedes y esto te consta, Karin.

-¿Y nuestra sangre? No creo que sea siempre tan violento y monstruoso como lo muestra ese video, ¿o sí? -insistió ella, no exactamente molesta, mas sí aprensiva.

Había más como ese vídeo, al menos una veintena almacenados en la galería de archivos visuales, pero Kaltos había optado por no mencionarlos. Tal vez no todos eran de Damus, mas la humillación era la misma.

-No. No siempre es así.

-¿Y qué es lo que querías decirnos exactamente? -intervino Lex, que finalmente estaba libre de los bracitos constrictores de la niña.

-Puedo contarles cómo comenzó todo. Al menos para mí y para mi hermano. Sé que es mayormente lo que quieren saber.

El tiempo le jugaba en contra tanto porque tenía las horas contadas hasta el amanecer como porque los humanos que lograran reagruparse (estaba seguro que Abel continuaba con vida), se lanzarían a la búsqueda de la niña al instante. Kaltos les había quitado muchas cosas esa noche, sobre todo su seguridad y estabilidad. Había provocado indirectamente la muerte de muchas personas, y aunque no estaba orgulloso de ello, la necesidad de recuperar a su hermano valía cada monstruoso sacrificio que hacía por él. Los susurrantes eran producto de la insaciable búsqueda de conocimiento de la humanidad, después de todo; de su arrogancia y su soberbia como raza dominante.

Él no tenía la culpa de lo que ellos habían ocasionado y no era su deber sanarlo. Tampoco el de Damus ni de los otros prisioneros. Sin embargo habló. Lo contó todo, centrándose en los detalles más importantes para evitar la mayor cantidad de preguntas posibles. Se los debía a Karin y a los demás.

Afortunadamente estaban todos a salvo. Y se apresuraron a salir al patio para recibir a Karin y a Lex bajo la feroz tormenta. La enfermedad de Rodolfo había retrocedido gracias a los cuidados de Geneve y de Fred, lo que Karin agradeció una y otra vez mientras secaba a su hermano con una toalla. Después, la atención se centró nuevamente en Kaltos y la historia de su vida, que solamente Damus conocía porque la había compartido con él, inició.

Era simple en realidad. Quizás en otro momento habría añadido un poco de misterio para darle un sabor más interesante, pero se ahorró los rodeos y lo dijo todo con tan pocas palabras le fue posible: había nacido en la calle. Específicamente en la orilla maloliente de un callejón, rodeado de mugre, ratas y enfermedades que milagrosamente no habían tomado su vida ni la de su madre, una meretriz que acababa de ser desalojada del cuarto de la posada donde solía vender su cuerpo. Damus había tenido cinco años en ese entonces. Y aun ahora decía que podía recordarlo todo a pesar del paso incesante de los siglos.

Al no tener sustento, no tener techo bajo el cual dormir, comida o cobijo para resguardarse del frío, su madre solo había resistido unos cuantos años antes de venderlos a ambos a una familia rica que se sustentaba del comercio de pieles y de la compra y venta de esclavos guerreros. Entonces, los dos hermanos de ocho y tres años habían pasado al cuidado de una sirvienta que les había dado lo necesario para sobrevivir durante los primeros años. Kaltos había terminado de aprender lo básico para valerse por sí mismo a tan corta edad y Damus había sido automáticamente enviado a las barracas para asistir a los guerreros esclavos, y a mantener ordenadas las caballerizas.

Durante ese tiempo se habían visto muy poco, aunque habían procurado dormir juntos por las noches y compartir sus escasas ganancias, que consistían casi siempre en alimentos o herramientas básicas que Damus inventaba para facilitar la vida de ambos. De su madre no habían vuelto a escuchar una palabra. La sirvienta que se había hecho cargo de Kaltos hasta que él había cumplido cinco años, solía mencionar que las meretrices morían diariamente en el anónimato y el gélido abrazo de las calles oscuras, marcadas por las plagas y las infecciones que azotaban las miserables vidas de la humanidad en esos tiempos.

Los Susurrantes (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora