57 Susurros

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—¿Cómo podremos contra ellos? —preguntó Fred, oculto junto a Karin detrás de una de las paredes donde estaban los vidrios de observación—. Son siete malditos infectados, y temo que lleguen más antes de que termines con ellos. Tu arma es muy ruidosa. Un solo disparo y los demás vendrían como abejas a la miel.

—¿Ves eso, Fred? —murmuró ella sin escucharlo—. Decenas de cunas. Decenas y decenas de inocentes. ¿Cómo pasó esto? Aun si ellos los crearon aquí, ¿qué derecho tenían de hacerles eso?

Fred también volvió la vista al frente, lo que le dio a Karin la privacidad para no ocultar más el dolor de su expresión.

—No creo que Kaltos supiera de su existencia, de lo contrario...

—Esto no es culpa de él, sino de quienes pensaron que manejar cadáveres infecciosos ambulantes en una misma facilidad donde resguardan bebés era una buena idea. Bestias inmundas. Merecen todo esto y más. Merecen arder hasta el hueso —refunfuñó Karin.

Nunca antes se había sentido tan asqueada de la humanidad como en ese momento.

Es precisamente eso lo que harán —dijo una voz que entró directamente en su cabeza.

Karin y Fred se sobresaltaron. Dejando de lado lo que sucedía al otro lado del vidrio, se volvieron rápidamente para descubrir a una famélica mujer detrás de ellos. Tenía el mismo brillo anormal en la mirada que el General Abel, pero sus hermosos rasgos estaban deteriorados por el maltrato y el hambre. La pregunta de si se trataba de uno de los congéneres de Kaltos cautivos en esa facilidad asaltó la mente de Karin. Por supuesto que sí. No podía haber otra explicación para su estado tan lamentable.

La mujer ladeó un poco la cabeza. Fue entonces que Karin dejó de mirarla a la cara y detectó los dos bultos que llevaba en los brazos.

Tu especie es cruel, Karin Saraniz —contestó la bella desconocida sin proferir un solo sonido—. Pero más cruel ha sido el pago por sus acciones.

Las lámparas parpadearon sobre ellos. La que colgaba del techo por un alambre soltó un chisporroteo que acarició la piel de Karin. Una hoja de papel crujió bajo sus pies cuando retrocedió y la mesa de madera que estaba detrás de ella, llena de documentos desperdigados y pantallas rotas y salpicadas de sangre se deslizó hasta chocar contra la pared cuando ella la empujó accidentalmente. El sonido alertó a los infectados, pero el vidrio demostró ser demasiado resistente cuando se lanzaron en tropel hacia él, formando una pared humana al otro lado.

—No todos somos iguales —murmuró Karin.

Los iridiscentes ojos de la mujer frente a ella descendieron hasta los bultos que llevaba en los brazos. A Karin pareció ver una sonrisa formándose en su golpeado rostro, pero fue tan fugaz que lo atribuyó rápidamente a una ilusión. No bien la alta criatura volvió los ojos hacia ella, Karin recuperó los bríos para ponerse en guardia, cerrando los dedos con fuerza en torno al cuerpo del rifle.

No imaginaba la cantidad de tormentos que habían conducido a esa mujer a terminar de esa forma. Se había cubierto el cuerpo con un uniforme de gabardina color azul, mas las heridas, los moretones y la piel pegada a los huesos hablaba de los males soportados. Era más evidencia de la necesaria para que Karin agradeciera al cielo que nadie hubiera logrado ponerle una mano encima a Kaltos.

Lo habían intentado, pero habían fracasado y ahora estaban muertos.

Muertos, sí —dijo la desconocida, evidentemente siguiendo sus pensamientos—. Pero no erradicados. Aún queda mucha maldad en el mundo. No dejes que un poco de caos te engañe —añadió. Ladeó un poco la cabeza para mirar a Karin como si pudiera atravesarla con los ojos y curvó nuevamente los labios en una pequeña sonrisa—. Eres resiliente, Karin. Puedo ver fortaleza en tu interior. Entiendo por qué Kaltos te ha mantenido a su lado. Encuentra un lugar seguro y aguarda. Él aparecerá pronto.

La delgada criatura estiró ambos brazos para que Karin reconociera que no llevaba simples bultos en ellos. De inmediato, las pequeñas criaturas que estaban en el interior, envueltas entre los trapos, gimieron y se retorcieron. Sin pensarlo, Karin se apresuró a tomarlos a ambos. Fred la ayudó con uno en cuanto ella retrocedió para recuperar su necesaria distancia de la alta mujer.

No todo está perdido. Haz de ellos hombres mejores que los que aquí yacerán hasta convertirse en polvo —finalizó.

—¿Cuál es tu nombre? —se adelantó Karin cuando la miró dar la vuelta.

Era una criatura fascinante. Aterradora, pero fascinante.

Malina —respondió la altiva mujer, ladeando un poco la rapada cabeza para mirarlos por sobre su hombro.

La lámpara que pendía sobre sus cabezas chisporroteó una vez más, lo que causó que ambos humanos cubrieran instintivamente a los bebés con sus cuerpos. Al levantar la cabeza, no vieron más a Malina, solo unas cuantas sombras que pasaron como un suspiro al otro lado de la oscuridad del pasillo para ir detrás de ella.

Karin echó otro vistazo al interior de la sala infantil. Lamentaba las pérdidas inocentes con todo su corazón, pero esos dos entre sus brazos sembraban la esperanza de que no todo estaba perdido aún.


N/A: Estamos a 4 actualizaciones del final :)

Los Susurrantes (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora