21 Susurros

187 59 66
                                    

-Eso que hiciste allá afuera fue muy irresponsable -dijo Karin, finalmente poniéndole palabras a sus pensamientos.

Kaltos tomó asiento sobre una caja de madera que estaba apilada en un rincón. Era de noche, cuando se suponía que debía sentirse pleno de energía y fuerza, pero la verdad era que su cuerpo había recibido tanto daño que se sentía al borde del colapso. De no ser por los tres soldados que habían entrado a la estación hacía unas cuantas horas, buscándolo, y que Kaltos había interceptado en el andén 4 para después descartar sus cuerpos en la oscuridad de las vías, ahora mismo los deseos irrefrenables de beber la sangre de Karin estuvieran volviéndolo loco.

Su cuerpo se había regenerado bastante, aunque no lo suficiente para volver a enfrentar al ejército y salir bien librado de ellos. Contaban con malditas lámparas de luz ultravioleta que le habían quemado medio rostro y le habían hecho estallar un ojo, tenían también armas de un calibre muy pesado que aunque no era exactamente letal para Kaltos, sí era dañino, y el daño podía alentarlo o incapacitarlo, lo que más tarde podría conducir a su captura. ¿Sería así como habían atrapado a Damus?

Se dio cuenta de que Karin estaba esperando una respuesta cuando la escuchó moverse para tomar asiento sobre un costal de cemento que estaba al otro lado del pequeño cubo de metal donde él había puesto a quemar un poco de madera que había encontrado por ahí. Estaban en un cuarto de máquinas, rodeados de paneles computarizados que ya no funcionaban, equipo de construcción para el mantenimiento de las vías, muebles descartados y herramientas nuevas y oxidadas. Era un lugar frío y húmedo. El moho se colaba entre las diminutas ranuras del suelo y la pared, fomando manchones oscuros en las esquinas.

-Eso de...

-De saltar así frente al infectado -siseó Karin, quitándose el rifle del hombro para dejarlo en el suelo, apoyado contra su pierna-. Pudo haberte mordido, o pudiste haber caído con él a las vías.

-Nah. Lo tenía todo muy bien calculado.

Fingió no notar la manera en la que Karin lo miró.

-¿Quién eres en verdad, Kaltos? Haces todas esas cosas, consigues comida muy fácilmente y jamás apareces durante el día, saltas frente a los infectados como si lo peor que pudieran contagiarte es la gripe, y ahora el maldito ejército está vuelto loco intentando localizarte... ¿Qué hiciste?

Sí, y lo más sorprendente para Kaltos era darse cuenta cuán poco sabía de ellos. Por más que había intentado leer sus pensamientos y descifrar sus verdaderas intenciones hacia él (además del obvio deseo de capturarlo), se había topado con un montón de mentes en blanco que lo mucho que habían proyectado hacia él había sido el temor que sentían a morir. Por lo demás, había sido como leerle la mente a un perro o a un gato. Incluso los malditos infectados le daban más información que ellos.

-Creo que me acerqué demasiado. Me expuse demasiado, mejor dicho, y enloquecieron.

Karin señaló hacia la puerta.

-No hacen todo eso solo porque alguien pregunta por su hermano, sabes.

Kaltos sonrió, después sacudió un poco la cabeza y se talló los ojos. El izquierdo ya se había regenerado casi en su totalidad, pero las quemaduras con la luz ultravioleta habían dañado tanto su globo ocular que aún veía borroso. Su piel también estaba bastante recuperada, aunque oscurecida y con aspecto de haber sido arrastrado de cara por el pavimento.

-Carajo, mira nada más cómo te dejaron -chistó Karin entonces, poniéndose de pie. Se quitó la mochila y extrajo un botiquín de primeros auxilios de su interior-. ¿Con qué te golpearon? ¿Con una podadora de césped?

-Me pareció más bien un lanzallamas -murmuró él.

-Sí, justo así quedaste, como achicharrado por un maldito lanzallamas. -La humana se puso de pie para acercarse, lo que a él no le parecía muy sensato, pero no pudo evitar en favor de no terminar de llenar su aguda percepción de más sospechas-. ¿Dónde más te hirieron?

Los Susurrantes (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora