18 Susurros

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El comunicador emitió un ligero siseo antes de reestablecer la conexión.

Karin suspiró de alivio. Pasaban de las nueve de la noche y no habían tenido señal de Kaltos aún, lo que era extraño porque casi siempre aparecía a un par de horas del atardecer. Desde que habían acordado que reportarían hasta los pormenores del estado físico de cada persona o el motivo de las ausencias, Kaltos había sido muy puntual en informarle cuando llegaría tarde o cuando no lo haría. Solo habían pasado unos pocos días desde entonces, pero aunque solo fuera el hecho de que no quería a Karin metiéndose en sus asuntos más de lo necesario, siempre se comunicaba.

Hasta ahora que no contestaba las llamadas a su comunicador ni parecía querer establecer contacto por su cuenta.

Karin no se habría preocupado tanto si no hubieran escuchado el escándalo que los militares habían montado esa misma tarde al otro lado de la ciudad. De haber estado la civilización aún de pie, el ruido de la respiración urbana hubiera ahogado cualquier otro sonido, pero el silencio sepulcral de las calles y la ausencia de las miles de almas que las habían poblado, hacía que incluso el goteo de una tubería averiada cobrara la fuerza de un cañonazo. Y eso había sido precisamente lo que habían escuchado; cañonazos, disparos, explosiones y al menos dos helicópteros sobrevolando por diversos sectores de Palatsis.

-Kaltos -insistió Karin, sentada en la sala de estar.

A sus costados, Lex y Rodolfo jugaban una partida de damas chinas sobre la mesita de centro mientras Geneve limpiaba una de las tantas armas que Kaltos había conseguido para ellos. Fred separaba las latas y los empaques de golosinas por días, racionándolas.

-Debe estar muy ocupado. A veces pasa, Karin -rezongó Lex mientras Rodolfo pensaba su siguiente movimiento-. ¿No te parece que atosigas mucho al hombre? Si estuviera mal, ya lo hubiera informado. Lo mismo si necesitara ayuda.

-Es parte de este grupo. Es justo que nos preocupemos por él y verifiquemos su estatus ante una ausencia como la de hoy-espetó Karin.

Lex torció los ojos con enfado de esa manera tan horrenda que exasperaba a KArin.

-Y lo hacemos, pero...

-Si no te afecta, no te entrometas, Lex -lo silenció ella, y volvió su atención al comunicador para hablar una vez más-. Kaltos, repórtate, por favor.

El dispositivo detectaba a los otros tres comunicadores en la cercanía, pero emitía un ligero siseo de estática cuando se cotejaba con el quinto, que había permanecido en silencio desde la tarde. Karin estaba perdiendo la esperanza rápidamente, como siempre le sucedía cuando la razón y la lógica hacían mella en en su interior y le hacían recordar que al vivir en un mundo inhóspito, las pérdidas eran inevitables. ¿Pero cuántas veces Kaltos no le había dado los mismos sustos antes de reaparecer como si nada, cargado de suministros y explicaciones a medias?

Decidió esperar entonces, dejando que los minutos pasaran mientras los otros miembros de su grupo se dispersaban a hacer sus propias vidas más amenas. Rodolfo se quedó dormido a su lado mientras veía por enésima ocasión el mismo episodio de una caricatura en su tableta y Geneve se retiró a su habitación, lo que levantó sospechas en Karin porque casi al mismo tiempo Lex desapareció.

Estaba a punto de darse por vencida y dejar las llamadas para más tarde, cuando su comunicador emitió el clásico siseo de la conexión reestablecida y chasqueó con un pitido. Notó que Fred, aún sentado al otro lado de la sala, bajó la lata que había estado inspeccionando para prestar atención. Seguro tenía su propio transmisor insertado en el oído.

-¿Kaltos? -preguntó ella, enderezándose en su lugar-. ¿Kaltos, puedes oírme?

:: Karin :: contestó la cansada voz de Kaltos.

Los Susurrantes (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora