13 Susurros

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Habían pasado unas cuantas horas desde que habían accedido al edificio por el andamio y habían entrado a uno de los departamentos del tercer piso, forzando los seguros de una ventana. Karin no podía esperar a que llegara la mañana para darse el valor suficiente de emprender la labor de recolectar suministros como compensación por todo lo que habían perdido.

La situación había cambiado solo para empeorar. No tenían siquiera un mendrugo de pan para llevarse a la boca, el frío era atroz y Rodolfo no había cesado de preguntar por Fred. Era triste pensarlo así, pero el hombre quizás no había tenido la menor oportunidad de ponerse a salvo después de que los infectados habían entrado a la casa. Fred no era particularmente rápido y tantos años de haber trabajado en la cocina habían averiado mucho su condición física.

La Tierra era ahora un planeta donde lo más valioso del mundo eran la velocidad y la discreción.

La luna estaba en lo alto, brillando con destellos plateados entre las ocasionales nubes que la rozaban en su suave traslado, cuando Karin echó otro vistazo por la ventana de la habitación donde estaban durmiendo. Hasta antes de que ella despertara, habían estado acurrucados unos contra otros en un intento bastante doloroso por generar calor.

Geneve seguía en la cama con Rodolfo, abrazándolo, y Lex había tendido un par de cobijas y almohadas sobre la alfombra de felpa del suelo para estirarse. Se movía ocasionalmente y giraba de un lado a otro, revelando un sueño inquieto.

Casi no había estrellas, tampoco infectados. Karin era discreta cuando asomaba el rostro detrás de la cortina. Si bien no creía que los infectados pudieran verla a tres pisos de altura y con ninguna luz que pudiera revelar su presencia, no quería tentar más la suerte por ese día. No sabía, además, lo que buscaba. No sabía a quién esperaba. Fred estaba muerto y Kaltos no tendría idea de a dónde habían ido. Para esas alturas ya habría llegado al refugio para encontrarlo vacío de personas sanas pero infestado de enfermos que tal vez lo habían atacado y también lo habían asesinado.

No tenía mucho de conocerlo, pero le parecía que Kaltos tenía una sonrisa y una risa agradables. La noche anterior le había obsequiado un chocolate a Karin. Había sido algo similar a darle un diamante, que ya no valía nada, pero que hasta hacía algunos meses todavía había sido el motor de crímenes, guerras e invasiones. Era un hombre muy raro, pero también era buena persona. O lo había sido hasta antes de esa noche.

Dejó de mirar por la ventana y detalló por enésima ocasión el cuarto en el que estaban. A juzgar por la cantidad de figuras de acción, afiches pegados en las paredes y demás decoración extravagante que poblaba las repisas y la base de cada mueble disponible, le había pertenecido a un adolescente. El género parecía muy neutro, pero Karin le apostaba a que le había pertenecido a una chica. Quizás a alguien con la edad de Geneve. Había por ahí un enorme oso de peluche café que ocupaba el sillón de una pieza en el que Karin pensaba sentarse a descansar una vez que dejara de rogarle al mundo por que se apurara para que trajera rápido el amanecer.

Lógicamente no sucedió eso, pero sí algo parecido a un milagro cuando al volver el rostro hacia la calle, las dos figuras encorvadas que se deslizaron contra la pared de la acera de enfrente y que proyectaron sombras torcidas contra las cortinas metálicas de los locales le parecieron muy familiares.

«No puede ser», pensó, poniéndose de pie. Tomó su rifle, le echó un breve vistazo a su hermano, y salió de la habitación silenciosamente. ¿Podría ser que Kaltos los hubiera encontrado? E iba acompañado. La vida últimamente no había sido muy justa ni mucho menos piadosa, pero podría reivindicarse un poco si tan solo les devolvía a Fred con vida. No tenían mucho de conocerlo, pero se había vuelto alguien muy importante para Rodolfo, que veía en el hombre de mediana edad el recuerdo del padre que él y Karin habían perdido de manera tan violenta.

Se apresuró a correr hacia el baño, donde estaba la ventana que conectaba con el andamio, y salió hacia las escaleras, estremeciéndose cuando el frío de la noche le golpeó el rostro. Por un momento fue incapaz de mirar nada y oteó a lo largo del callejón con las pupilas dilatadas pero inservibles. El sonido de la noche venía acompañado con los susurros y los escalofriantes gritos de los infectados, que rondaban en cualquier minúsculo rincón de oscuridad. A veces se les escuchaba echar a correr en tropel detrás de algo, en otras ocasiones los gemidos de desolación que brotaban de sus gargantas traían a la mente de Karin los desagradables recuerdos de las muchas víctimas que no había podido salvar a lo largo de su corta carrera como agente de operaciones especiales. Era como el llanto agudo y etéreo de una aparición fantasmal.

Se le erizaron los vellos de los brazos cuando el chasquido de sus botas sobre la lámina de los peldaños de la escalera resonó con un eco de advertencia a lo largo del callejón. No importaba la altura ni la oscuridad, era capaz de distinguir los bultos de los cadáveres en el suelo y las bolsas de basura apiladas a los costados del contenedor por el que ella y los demás habían subido al andamio. No veía infectados por el callejón, pero desde que había descubierto que sabían esconderse para atacar por sorpresa, había aprendido a no asociar el silencio con seguridad. Decidió bajar hasta el primer descanso de la escalera y quedarse ahí, expectante. Había pensado en conseguir radios de corta frecuencia para poder comunicarse con los demás, pero hasta el momento no habían tenido mucha suerte encontrado cosas de utilidad. Hasta antes del incidente, había estado reuniendo el valor para pedírselos a Kaltos.

Los segundos se convirtieron en minutos largos y tediosos. Los ojos de Karin se acostumbraron a la penetrante oscuridad del callejón y aguardó inmóvil, desdeñando con nervios de acero los gemidos lejanos de los infectados. Mientras no bajara del andamio estaría segura.

«¿Y si lo imaginé? ¿Y si la desesperación me hizo ver cosas que no son reales?».

Posó su mano herida, donde sus dedos machucados habían incrementado dos veces su tamaño y se habían puesto morados, sobre el mecanismo de activación de la escalera de mano. Estaba cada vez más decidida a descender para echar un vistazo cuando dos siluetas se materializaron al otro lado del callejón que conectaba con la calle.

Karin enristró su rifle.

-Karin -susurró una de las sombras.

Karin repasaría la escena más tarde y se convencería a sí misma de que lo había alucinado, pero por un momento creyó ver un destello amarillo, similar al de las lentillas fluorescentes de los gatos, en los ojos de Kaltos, que era el que había hablado.

-¿Karin, eres tú?

-Dios... Kaltos, sí -reaccionó ella entonces, apurándose a bajar la escalera con el menor ruido posible-. ¿Cómo es que...? Recorrimos casi media ciudad, ¿cómo nos encontraste?

-Sé rastrear -respondió él con simpleza mientras ayudaba a alguien más a subir al contenedor de basura.

Karin terminó de maravillarse cuando bajo la escasa luz proyectada del cielo reconoció en el hombre de piel oscura y mediana edad que comenzó a subir a pujidos la escalera a Fred.

Una vez que el hombre llegó arriba, Karin lo abrazó como primer saludo. Después se apartó sutilmente de él para esperar a que Kaltos subiera.

-Estás lleno de sorpresas -le dijo una vez que lo tuvo al frente.

Kaltos sonrió y activó el mecanismo para que la escalera se elevara poco antes de que un infectado saliera de la nada y se lanzara en embestida hacia el contenedor de basura. Como era de esperarse, el ruido del impacto atrajo a otros enfermos más y pronto el callejón volvió a poblarse de presencias malolientes que gemían y gritaban con desesperación.

-Estamos en el tercer piso. Vayamos antes de que algo más ocurra. A Rod le encantará verte de nuevo, Fred -dijo Karin mientras Kaltos terminaba de asegurar la escalera en su sitio.

-A mí también -respondió Fred con un asentimiento-. No creí que volvería a verlos otra vez, pero Kaltos apareció de la nada y gracias a él estoy aquí ahora.

Sí, por lo visto Kaltos podía hacer esa y muchas cosas más. ¿De dónde había salido ese hombre?

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N/A: En el siguiente capítulo pasaremos de nuevo a la acción. Es uno de mis favoritos, y espero que el de ustedes también cuando lo lean :D

Los Susurrantes (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora