4. La razón de odiarte tanto

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Briel

Miro una revista, aburrido, sentado desde mi silla del escritorio de mi oficina y de repente, todo el aburrimiento se me va, Connie entra con prepotencia a mi oficina. Detrás viene el guardia a frenarla, así que me río. Alzo mi mano para que se detenga y nos deje a solas.

—¿A qué debo esta grata sorpresa? No te veo desde la gala, qué emoción más grande me genera tu presencia.

Golpea con fuerza la mesa, apoyando las manos en esta y se aproxima a mi rostro, mirándome con odio.

—¿Le dijiste al patrocinador que conseguí que mi diseño era de Luxury Deluxe? —expresa intentando calmarse, pero es toda una fiera salvaje sin poderse detener—. Hiciste que me viera como estafadora de mi propio diseño. —Sus dientes se presionan y mi vista baja a su escote—. Mis ojos están aquí, Lovelace.

Alzo la vista, así que sonrío.

—Perdón, me interrumpió mi libido, sabes que es potente. —Muevo las cejas con picardía.

—No me interesa hablar de tu deseo sexual, quiero que arregles tu estupidez, ahora mismo.

Me levanto de mi silla, rodeo la mesa y me pongo detrás de Connie, entonces me acerco a su oído.

—Pero podemos terminar esta conversación en un lugar más privado.

Se aleja rápido de mí, continuando con su gesto de odio.

—Eres imbécil —dice molesta.

—Lo siento, antes eso te hacía cambiar de opinión.

—Ya no estamos en la universidad, Briel.

—Ah, pero me encanta cuando dices mi nombre y no mi apellido. —Me río.

—Deja de coquetearme, me das asco.

—Eso no dicen otras mujeres. —Miro para un costado, luego vuelvo a ella—. ¿Y a ti? ¿Cuántos hombres te visitan?

—Ah, qué asco, no se puede hablar contigo.

—Yo solo digo que me divierto mucho, parece que tú no, necesitas un masaje, estoy seguro de eso.

Rueda los ojos.

—Sí, claro —exclama con sarcasmo.

—¿No te gusta el sexo, Connie? Pero si lo pasábamos muy bien.

Vuelve su vista fija hacia mí y entrecierra los ojos.

—No tengo tiempo para esas cosas y no me interesan.

—Ah, madre ocupada, qué linda.

Suspira.

—Escúchame bien, arregla tu mentira con el patrocinador o ya verás, me ensuciarás en el mundo de la moda sin razón aparente.

—¿A cambio de qué? —Enarco una ceja.

—Ah, no se puede hablar contigo. —Veo como se retira y cierra tan fuerte la puerta que se escucha en toda la oficina.

Ah, qué triste, se fue. Me hubiera gustado refregarle en la cara que fui su único hombre. Aunque no tengo manera de saberlo, ¿o sí? Bueno, quizás sí, pero alimentaría más mi ego machista, no está bien. ¿De qué estoy hablando? Si a mí no me importan esas cosas. Ay, Connie, debo tener tanta doble moral cuando se refiere a ti, ojalá supieras la razón de odiarte tanto. 

Mami ¿Por qué?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora