26. Control y disciplina

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Briel

Reviso muy concentrado los números que me mandó el contador, entonces bufo, frustrado. Arae va a matarme si se entera de que nuestras acciones bajaron. Delego a muchos mi trabajo y, aun así, no lo hacen bien. No se puede estar deprimido ni un día. La disciplina necesita volver a esta empresa.

—Briel. —Oigo esa voz en un tono suave y amigable, tanto que hasta me parece sensual, aunque en realidad la voz de Connie siempre me parece erótica, culpa de la libido.

Como sea, ¿estoy alucinando?

Sí, eso debe ser. Tanto trabajo me ha afectado. Ella no me hablaría así ni en un millón de años. Además, dejé a Santino con la secretaria para no cruzármela. Si lo vino a buscar, ya se lo habrá llevado.

—Briel —insiste, un poco más severa, aun así, la voz sigue sonando linda, por lo tanto, la ignoro de nuevo.

Malditos números.

—¡¡Briel!! —me grita y me sobresalto, entonces al fin alzo la vista.

Rápido, me termino sonrojando, ¿por qué tiene un vestido rojo? Se ve tan atractiva con este. Capaz acaba de venir de alguna reunión importante. Como sea, no importa, yo estoy enojado con esta mujer.

Camina despacio hacia mí, así que me paralizo. Definitivamente, estoy soñando. Quizás el café que tomé contenía alcohol, o las pastillas del andrólogo tienen efectos secundarios. Me golpeo la cabeza, varias veces para reaccionar.

—¿Q...? ¿Qué? —No termino de formular palabra—. ¿Connie?

Apoya sus dedos sobre la mesa de mi escritorio, se inclina hacia mí, poniendo cerca su rostro. Sus labios también poseen un intenso rojo, aunque yo me quedo perdido en su escote.

—Briel, necesito hablar contigo.

—Eh, uh, ¿qué? —Muevo la cabeza—. ¿Ahora?

¡Reacciona, imbécil!

¡¡Maldita, libido, no me ataques!!

Estiro el cuello de mi camisa y se me suelta el botón, aun así, sigo teniendo calor.

—Uf, creo que debo abrir las ventanas.

—¿Por qué? —inclina la cabeza, sonríe y revolotea las pestañas—. Vamos a hablar.

—Sí, ¿de qué? —Mis fosas nasales se dilatan, pues respiro profundo para controlarme—. Lo que quieras.

Estoy ardiendo.

—De Santino, claro.

—Ah, sí, de Santino. —Agarro uno de los documentos sobre mi mesa y no me importa nada, pues me abanico con este, arrugándolo, luego como no sirve, lo tiro—. Cuéntame.

Contrólate, estás enojado, no excitado.

—¿Enviarás la carta documento de la tenencia? —Se sienta y tengo un mejor panorama de su vestido apretado.

¡Mierda! ¡¿Por qué cruzas las piernas?!

—Estoy pensando —solo puedo formular.

E imaginando cosas que no debo.

¡¡Exploto, exploto, exploto!!

—¿Por qué? —Hace puchero.

¡¡No me hagas puchero!!

—No quiero enojarme.

Enarca una ceja.

—Enojarte, eh.

—Sí. —Me muerdo el labio.

—Podemos arreglar el asunto entre nosotros, ¿o no? —Se toca su hermoso cabello rubio.

Necesito tirar de este.

—Mierda —chillo.

—¿Qué? —Miro sus bellas pestañas pintadas cuando me pregunta.

—Nada. —Río, nervioso.

—¿Sabes? Me acuerdo de algo. —Vuelve a mover su cabello—. Una vez me dijiste que podías odiarme y tener ganas de follarme a la vez, ¿cómo es eso?

¡¡¿POR QUÉ METISTE EL SEXO EN EL TEMA?!!

Definitivamente, voy a morir, morir excitado.

Me levanto de manera abrupta de mi silla.

—¡¡Necesito tomar agua!! —Me dirijo rápido al dispensador, agarro un vasito y bebo varias veces—. ¡¡Oh, tomé mucho, tengo que ir al baño!!

Antes de que pueda huir, Connie se pone en frente de la puerta, dejando nuestros cuerpos a tan solo centímetros.

¡¡Traición, es peor!!

Además, ahora me doy cuenta de que su vestido es más finito de lo que debía. Obviamente, me está manipulando y coqueteando. No lo hace muy bien, aunque eso nunca le ha importado a mi libido cuando se trata de Connie. Necesito aclararlo de alguna manera, lo que está intentando.

—Eh... —Suspiro—. Cuando dije eso, quería vengarme de ti, no me importaba tener sexo, ahora soy un hombre diferente y me valoro a mí mismo, así que muévete de mi camino —expreso, cohibido y algo nervioso.

—¿Dices que caí muy bajo? —exclama molesta, entonces me río.

—No, sabes jugar tus cartas, eso lo admito, pero no me voy a acostar contigo.

Entrecierra los ojos.

—Briel Lovelace negándose al sexo, qué curioso.

Suspiro otra vez.

—Sobre la tenencia, lo arreglaremos sí, lo arreglaremos. —Intento controlar mi respiración que anda bastante caliente—. ¿Me permites pasar?

—Supongo que obtuve lo que quería, pero... —expresa algo triste—. No es suficiente. —Me agarra y me empuja hacia la pared—. Te extraño, Briel, te lo juro.

—Siempre he querido escuchar esas palabras, pero no son para mí, adiós. —La aparto y me apuro a escapar de Connie, lo malo es que ella me persigue, así que debo apresurar el paso—. ¡¡Deja de seguirme, estoy caliente!!

—¡¡Lo sé!!

—¡¡Tramposa, no lo lograrás!! —Entro en otra oficina y cierro la puerta, apoyo la espalda para que no pase, luego veo a mis empleados, entonces los saludo, nervioso—. Hola.

Ellos sonríen también, algo inquietos por mi presencia, pero me saludan igual. Qué vergüenza, ya ni impongo respeto ni para mis trabajadores. Debo ser un desastre o estar volviendo a ser el imbécil de mi época universitaria.

Te odio, Connie Palacios. Te odio, Libido.

¡¡Los odio a todos!! 

¡Auxilio, no sé si reír o llorar!

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¡Auxilio, no sé si reír o llorar!

Es que no me puedo tomar los chistes en serio cuando las emociones de Briel se tambalean tanto. 

Saludos, Vivi.

Mami ¿Por qué?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora