| 35 | Stephen Amell

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La noche era demasiado fría, y la tormenta que estaba cayendo sólo hacía que se sintiera peor. Era oscura y tétrica, afortunadamente yo tenía a mi lado a Stephen. Mi cabeza estaba recargada en su pecho mientras sus manos se aferraban a mi cintura. Los dos teníamos mucho frío, así que no pensábamos soltarnos.

Escuché la puerta de la habitación abrirse con delicadeza y unos pequeños pasos que se acercaron al filo de la cama. No quería abrir mis ojos, así que me limité a escuchar atentamente.

-Papá.-La voz de Henry se escuchó muy bajo entre la lluvia y el golpeteo de las gotas en el vidrio.

-¿Qué pasa campeón?-Stephen contestó de inmediato en voz baja para evitar despertarme.

-Estoy asustado, puedes darme un vaso de leche.-Henry susurró.-Por favor.

-Claro que sí campeón.

Sentí el cuerpo de Stephen apartarse del mío mientras me dejaba caer en la cama con suavidad. Escuché los pequeños pasos de Henry combinados con los pasos de Stephen. Abrí los ojos un momento para ver a los dos hombres de mi vida caminar juntos por el cuarto.

-¿Me cargas?-Henry preguntó a su papá mientras le estiraba los brazos.

-Ven aquí.-Stephen tomó al pequeño entre sus brazos mientras salían de la habitación sin mirarme, cerraron la puerta en un movimiento despacio para evitar despertarme.

Stephen y yo habíamos querido ser papás varios años atrás, pero no habíamos podido por más que lo intentábamos. Al principio estábamos enojados, no entendíamos cómo el querer tener un bebé no era suficiente. Después nos obsesionamos, y eso sólo hacía que fuera estresante y triste ver cómo cada mes tenía mi periodo. Cuando por fin decidimos que lo dejaríamos a la suerte y nos íbamos a relajar, por fin quedé embarazada.

Éramos las personas más felices del mundo, sin dudarlo. Habíamos disfrutado todo el proceso del embarazo, los antojos, las náuseas, pintar el cuarto y decidir el nombre. Stephen decía que no le importaba si era niño o niña, pero yo estaba segura que él quería una niña. Aún cuando nos dijeron que era un niño Stephen no cabía de felicidad.

Stephen y Henry eran mejores amigos. Los dos siempre jugaban con los dinosaurios de Henry y Stephen no paraba de comprarle Legos. Yo no quería que consintiera demasiado a nuestro hijo, pero Henry realmente era el mejor hijo del mundo. Era demasiado serio pero bastante cariñoso y obediente, tenía las mejores calificaciones en el preescolar y con todas las personas se llevaba bien. No tenía ninguna queja sobre Henry, sólo tal vez que prefería más a su papá que a mí.

Me decidí a levantarme para poder espiarlos en la cocina, tomé el suéter de la silla que estaba junto a la puerta y caminé con cuidado hasta abrirla. Recorrí todo el camino hasta las escaleras y escuché nuevamente esas voces que me hacían sonreír. Las escaleras del segundo piso bajaban directamente al pasillo que se dirigía a la cocina. Así que me quedé quieta y me senté en las escaleras para poder escucharlos sin interrumpirlos.

-Papá, no es verdad tú no le tienes miedo a los truenos.

-Claro que sí, ¿Por qué crees que mamá me abraza mientras duermo? Ella me protege.

Sonreí ante su ternura, Stephen no les tenía miedo pero sí los odiaba.

-¿Y qué hacías antes de que mamá te abrazara cuando llovía?

-Lo mismo que estamos haciendo ahora, tomar un vaso de leche con una deliciosa galleta de chocolate.

Los dos rieron y yo sonreí mientras recargaba mi cabeza en la pared de la escalera.

-¿Qué pasa cuando mamá no te abraza? ¿Tienes miedo?

-Sí, además me pone bastante triste porque la amo. Y cuando amas a alguien quieres que te abrace todo el tiempo. Así que siempre que voy a trabajar estoy bastante triste hasta que regreso y tu mamá me da un beso y un abrazo.

One Shots | Varios|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora