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11:00 a.m. del mismo día.
—Hola papá.— habló por el celular.
—Hiromi, hola... ¿Por qué me llamas a esta hora? ¿No estás en la oficina?.
—Em... Con Sanzu pasamos una noche un tanto mala...— tragó saliva de manera dificultosa.
—¿Pasó algo?.
—No, no... O sea...— suspiró. Antes de llamarlo había preparado bien su mentira. —Sanzu se enfermó.— dijo tratando de sonar lo más segura posible.
—¿Qué? ¿Qué tiene?.— sonó preocupado.
—Am... ha estado vomitando... y bueno... Yo he estado todo el tiempo con él...
—¿Qué podría ser?.
—Mh, quién sabe. Hoy quiero cuidarlo y ver si... Se mejora...— se giró a verlo, seguía dormido. —Así que te llamaba para avisarte que hoy no iré a verte, ¿estarás bien con eso?.
—Si, por supuesto... Tómate todos los días que necesites.— fue comprensivo.
—Gracias...
—Cuidalo bien, avisame cualquier cosa que pase con él, hija.
—Si... Adiós. Un beso.
—Un beso.— colgó.
La pelinegra dejó el celular en la cómoda junto a la cama. Miró con amor y tristeza a su dormido pelirrosa. Suspiró con desconsuelo. Estaba dolida, pero realmente no quería hacerlo sentir más miserable... Sabía que a él también le dolía.
Estaba confundida. No entendía muchas cosas, como por ejemplo ¿qué lo llevó a comenzar a drogarse? ¿cómo él había decidido que eso era una buena idea?... Pero francamente lo único que quería entender era porque Takeomi calaba tan hondo en él...
¿Eran celos por haber estado con Takeomi antes que él lo que desencadenó que se comenzará a drogar con cocaína? o ¿Por qué le importa tanto? Si Sanzu siempre ha tenido conocimiento que hubieron varios hombres antes que él... ¿Qué tanto importaba que fuera alguien que también él conocía?. Y las que más temor le daba... ¿Qué tipo de relación tiene Sanzu con Takeomi?, ¿Cómo es que esos dos hombres... se conocían?, ¿Por qué?.
Cerró los ojos afligida.
Los abrió para comenzar a caminar al baño, ahí dentro vió su rostro... Observó cómo sus escleróticas estaban rojas, sus párpados algo caídos e hinchados por haber estado llorando un buen rato abajo en su cocina mientras bebía alcohol sin medirse, pero no al limite de terminar ebria o mareada.
Frotó su frente ya que un evidente dolor de cabeza comenzaba a aparecer.
Abrió la llave a presión del lavamanos y se lavó la cara, cepilló sus dientes y terminó por limpiar su boca con abundante enjuague bucal. Mientras hacía todo lo anterior, las imágenes de un Haruchiyo completamente ido y drogado la inundaron. Secó sus labios con una toalla, la apretó entre sus manos al sentir la rabia subir por su cuerpo y la tiró con fuerza a un estante con perfumes, desodorantes y líquidos asépticos, haciendo que algunos de estos cayeran escuchandose estruendosamente.
