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Helados, Atardeceres y Confesiones

Los días sin noticias de Shelly y Jay comenzaban a pesar en el ánimo de todos. Las discusiones dentro del equipo de Hummingbird se volvían cada vez más tensas, y Owen no era la excepción. Si bien yo sabía que Shelly estaba a salvo, gracias a una conversación con uno de los profesores que apoyaban al equipo, no podía revelarlo. Shelly necesitaba espacio, y yo lo respetaría, aunque eso significara guardar el secreto incluso de Owen.

Lo difícil no era saberlo; lo complicado era ver la preocupación de Owen. Sus pasos constantes en la sala de estar, de un lado a otro, ya comenzaban a hacer eco en mi paciencia.

—¿Puedes dejar de caminar? —solté al fin, cerrando el libro que había intentado leer por los últimos quince minutos. Mis palabras parecían calmarlo por un segundo, pero luego volvía a fruncir el ceño.

—Lo siento, pero... incluso el abuelo no sabe dónde está. Y no conoce Corea. ¿Y si se perdió? ¿Y si... algo malo le pasó? —preguntó, su voz quebrándose un poco hacia el final.

Me levanté y caminé hacia él. Owen era alto, pero en ese momento parecía pequeño, perdido en sus pensamientos. Tomé sus manos con cuidado, obligándolo a mirarme a los ojos.

—Shelly sabe cuidarse. Es más fuerte de lo que crees. Deberías confiar en ella tanto como yo confío en ti —le dije, apretando ligeramente sus dedos.

Él dudó por un momento, pero finalmente suspiró y me devolvió el apretón. Había algo en sus ojos que me conmovía profundamente, una mezcla de vulnerabilidad y esperanza que me hacía querer protegerlo de todo, incluso de sus propios miedos.

—Gracias... —murmuró, con un susurro apenas audible.

Intentando aliviar la tensión, sonreí y cambié el tono de mi voz, volviendo a uno más ligero.

—Entonces, ¿cuál es el plan, jefe? ¿Vamos a seguir angustiándonos todo el día, o hacemos algo divertido?

Él sonrió de lado, el peso de su preocupación desvaneciéndose un poco.

—¿Qué tienes en mente, agente? —respondió, entrando en nuestro viejo juego de roles.

—Comer helado, pero no en auto. Vamos en bicicleta.

Antes de que pudiera protestar, lo jalé hacia el ascensor. Sus manos eran cálidas en comparación con las mías, y aunque intentó resistirse al principio, finalmente se dejó guiar, soltando una carcajada ligera.

El paseo

El aire de la tarde tenía ese toque refrescante que hacía imposible no disfrutar el momento. Pedaleábamos lado a lado por la vía de ciclistas, y aunque Owen se mantenía en silencio, yo no podía evitar hablar sin parar. Era mi mecanismo para calmar los nervios, aunque él parecía estar más entretenido observándome que escuchando lo que decía.

—¿Juls? —su voz me interrumpió de repente.

—¿Qué? —respondí, girando para mirarlo.

—Estás nerviosa.

—¿Qué? ¿Yo? Para nada —me defendí de inmediato, acelerando mi pedaleo para evitar su mirada inquisitiva.

Pero Owen no me dejó escapar. Aceleró también, colocándose justo a mi lado y extendiendo una mano para sujetar el manubrio de mi bicicleta, obligándome a frenar.

—Tranquila —murmuró, con una sonrisa tranquilizadora—. Sea lo que sea, no tienes que lidiar con ello sola.

Su gesto me tomó por sorpresa, y por un momento no supe qué decir. Sentí el calor de su mano en el manubrio, y de alguna forma, eso me hizo sentir más segura. Finalmente, suspiré y le sonreí.

¡Shut up!... Just goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora