Mikey nunca fue un alfa enamoradizo. Se presentó sin muchas ceremonias y no sufrió demasiado en su primer celo. Los olores de los omegas le parecían tan empalagosos y picantes, así que nunca le gustó uno en general, ni siquiera por curiosidad.
Cuando conoció a Takemichi, no le llamó nada la atención, es decir, un beta común, con un rostro común y un peinado extravagante. Iba a levantarlo de la mesa y empujarlo como a todo lo que le estorbaba, sin embargo, al estar cerca de él, captó un vago olor a caramelos. Una capa dulce parecida al dorayakis, sus favoritos.
Y era extraño, ya que nadie más podía olerlo y también curioso, porque se guardaba los dulces en alguna parte de su cuerpo. Era tentador empujarlo a la mesa y desnudarlo hasta descubrir su secreto, pero también muy primitivo. Se descubrió a sí mismo, pensando de más en ese delgado cuerpo.
La tentación fue mucho más fuerte cuando el beta mostró valentía delante de otros, su fiereza era encantadora. Imposible no querer un bocado de ese chico, aunque probablemente la fantasía se fuese cuando pudiese tener los dulces que escondía, porque sí, Mikey era bien terco, nadie le sacaba de la cabeza que eso era lo que Takemichi escondía.
Juraba que era cierto, hasta ese momento.
"soy omega", hacía eco en su cabeza, una y otra vez, como invitándolo a cometer una locura.
Lo que más le perturbaba y que más tarde que nunca se dio cuenta, era que Takemichi era su destinado y al parecer, de los dos era el único que lo notó, ventaja y desventaja, ya que no sabía como manejar ese hecho.
No era el único lento si le preguntaban.
Deseaba tanto hundir su nariz en el cuello de Takemichi y llenarse de su aroma hasta morir, abrazarlo y retenerlo para que nadie más lo tuviese.
Sin embargo, lo único que hizo fue retroceder en la cama y levantarse despacio, ante la mirada atenta del omega.
— ¿Mikey-kun? — Preguntó Takemichi, con las mejillas cubiertas de lágrimas, su expresión dolía era imperdible.
Se había puesto a llorar de nuevo y Mikey descubrió a regañadientes, que odiaba ser el causante de ello.
— Tengo que irme.
— Espera, hablemos.— Las manos del omega sostuvieron las suyas, temblorosas y cálidas. Mikey sintió el impulso de quedarse y consolarle, pero debía irse, pensar.
— No quiero hablar contigo. — Se soltó de golpe, mirándole de reojo antes de ir a la puerta y salir, cerrando de un portazo.
Mikey tomó un poco de aire y dio unos pasos hacía su propio dormitorio, hasta que recordó algo muy importante.
Con el rabo entre las piernas, volvió al dormitorio de Takemichi, abriendo la puerta solo lo suficiente para asomar su cabeza. Takemichi no se había movido de su lugar, seguía en la cama, mirando hacía él, solo que está vez había una pizca de esperanza en sus acuosos ojos azules.
— Olvidé decirte que deberías irte a dormir con tu amigo, es peligroso que te quedes aquí. — Por no decir que herviria de celos si Sanzu se quedaba al lado de su omega, además, no confiaba en él, aunque confiaba que jamás lo volvería a tocar.
Maldición, quería volver a golpear al beta por irrespetar a Takemichi.
— Está bien...
Volvió a cerrar la puerta, está vez si yendo a su dormitorio. Draken levantó la cabeza al verlo, pero luego continuó en su lectura. Mikey aún perturbado se lanzó a su cama, sin ánimos de molestar al más alto.
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Omega Impostor; Maitake.
RomantikOmegaverse. Tokyo revengers. ¿Qué haría un omega qué se infiltró en una escuela solo para alfas y betas? Descúbrelo en esta historia. Créditos de la portada a Sunshimita.