Capítulo 4: "La punta de la montaña"

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Me encuentro solo, con frío, en una oscuridad tan densa que oprime mi corazón fuertemente, y me deja sin aliento.

Estoy allí, con 5 años en un agujero profundo, y en el fondo un fango helado, que se mete por las venas. Lloro y no dejo de hacerlo, creo que este es el día en que mis lágrimas se acabarán y por eso ya no lloraré más. Nadie me escucha, y de tanto llorar me quedo sin fuerzas y me desmayo.

De repente, por el agujero empieza a entrar una luz, un sol tan caliente que seca el fango que está en el suelo, y también el que está en mi piel. Estoy inmóvil, el lodo edurecido me convirtió en una escultura de barro, así que no puedo moverme, y si me muevo siento mucho dolor. Ni siquiera puedo gritar, la situación me lo impide.

Pasan varias horas y yo sigo allí, mis ojos empiezan a cerrarse otra vez, y la muerte se siente tan cerca, que puedo respirarla. Cuando estoy a punto de expirar, se escucha una voz.

-¡Hay alguien ahí!-

Yo no puedo responder, ni siquiera logro abrir mis ojos. Quiero gritar, pero no puedo. Siento que alguien baja.

-¡Dios mío! ¡Hay un niño aquí!-

La dama que hablaba empieza a echarme agua intentando suavizar el fango que se había secado y cuando lo logra me toma en sus brazos y con una soga me sube por el agujero, y salimos.

-¿Qué haces aquí? ¿Dónde esta tu mamá?

No sé cómo responder. La verdad es que solo tengo 5 años. No tengo memoria de otra cosa antes de ese día en el agujero. Mi mente está en blanco. La señora es de piel morena, con arrugas en su rostro, cabello canoso y largas trenzas, un sombrero, pollera y manta colorida. Ella solo acaricia mi cabello, y me mira con ternura.

-¡Todo estará bien!-me dice mientras me lleva en su regazo subiendo hasta la punta de la montaña.

-Tienes cara de ser... Adam...tu nombre será Adam-

Entramos a una casa vieja (si es que se le puede llamar casa a esa) con paredes despintadas, el suelo es un asco, lleno de fango y estiércol de vicuña. Unas sillas rotas, una mesa desequilibrada, una cama descompuesta, pero una casa llena de niños de mi edad, todos con las manos, cara y pies sucios, parecía que todos venían del mismo agujero que yo, pero no era así.

-¡Vamos a comer!-nos dijo la dama de voz dulce, no supe su nombre nunca, o al menos nunca nos dijo. Los niños le decían mamá, y yo también.

Pasaron los años, pero la situación no mejoraba, al contrario, empeoraba. Parecía una casa de caníbales, todos peleando por comida. Mamá ya no tenía la misma fuerza, así que cada vez traía menos provisiones a la casa, y todos seguíamos sucios como el primer día.

No soportaba ver a todos en ese estado, así que ahora que tengo 12 años voy a buscar el sustento de casa. Bajo lo más rápido que puedo por la montaña, tomo unas cuantas piedras en una bolsa, una resortera y me dispongo a buscar algo para cazar. Me mantengo inmóvil, no se mueve nada, sigo bajando.

Bajo, bajo y bajo, hasta que ¡ah! Me caigo. Ruedo, ruedo, ruedo ¡¡¡Ahhhhh!!! Y caigo una vez más, pero esta vez golpeándome contra un árbol, en ese momento caen de la copa varios mangos. Me golpean la cabeza.

Estoy aturdido, comienzo a sobarme, y cuando vuelvo en sí, me doy cuenta. WOW, toda cantidad de árboles frutales. Hago una canasta con juncos y comienzo a tomar todos los frutos que encuentro, los guardo y me dispongo a volver, cuando de repente, me doy cuenta. Era demasiada altura, ¿Cómo voy a regresar?

Subí, subí, y subí. Todo el día, toda la noche, y por fin llegué por la madrugada del otro día. Cuando me vieron, todos corrieron hacia mí, devorando todo lo que traía. Yo no pude comer nada.

-Necesitamos mudarnos- le dije a mamá con impotencia.
-¿Por qué dices eso Adam? Estamos bien aquí-

No sé cuál era su concepto de bien, pero no lo entendía. Así que ese mismo día cuando todos dormían me fui. Ella no me entendió, esa no es vida, eso es sobrevivir, y ni siquiera eso. Yo deseo algo más, anhelo algo más que esto.

Mientras bajaba por mi mente pasaban todos los recuerdos en esa casa, todo lo que había vivido con esa banda de desordenados, pero que eran como mis hermanos, con esa dama sucia y rústica, pero que era mi mamá a pesar de todo, quería llorar, pero ya ni tenía lágrimas. Así que solo seguí bajando sin mirar atrás.

Lo único que recordaba, y que en mi mente estaba. Era la punta de la montaña.

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