LIBRO I: LAS CRONICAS DE CAS JACKSON
¿QUÉ OCURRE SI UN DÍA DESCUBRES QUE ERES HIJA DE UN DIOS GRIEGO? Eso es lo que le sucede a los mellizos Percy y Cas Jackson, que a partir de ese momento comienzan a vivir una vida completamente distinta a la...
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CUANDO VI LOS DIENTES DE LOS CABALLOS ABANDONE TODA ESPERANZA. Al aproximarme a la cerca me tapé la nariz con la camisa para tratar de evitar aquella fetidez.
—No se porque accedí a ayudarte—se quejó Percy tapándose también la nariz.
—Porque eres un hermano mayor genial.
Un semental avanzó entre el estiércol, soltó un relincho agresivo y nos mostró unos dientes afilados como los de un oso.Intenté hablarle mentalmente. Con la mayoría de los caballos puedo hacerlo.
«Hola —saludé—. Vengo a limpiar vuestros establos. ¿No te parece genial?»
«¡Sí! —dijo el caballo—. ¡Ven, que te como! ¡Sabrosa mestiza!»
Mire a Percy horrorizada sabiendo que él también le habría escuchado«Pero ¡si somos hijos de Poseidón! —protesté—. Él creó a los caballos.»
Esta declaración suele granjearnos un trato de preferencia en el mundo equino, pero esta vez no funcionó.
«¡Sí! —respondió el caballo, entusiasmado—. ¡Que venga Poseidón también! ¡Os comeremos a los dos! ¡Marisco rico!»
«¡Marisco!», repitieron los demás caballos, mientras vadeaban por el estiércol.
Había moscas zumbando por todas partes y el calor exacerbaba el hedor. Tenía una idea aproximada de cómo superar aquel reto porque me había acordado de cómo lo había hecho Hércules. Él había canalizado un río hacia los establos y de ese modo había conseguido limpiarlos. Yo me veía capaz de controlar el agua, pero si no podía acercarme a los caballos sin ser devorado, no iba a resultarme tan fácil. El río discurría, además, por un punto de la colina más bajo y bastante más alejado de lo que yo creía: casi a un kilómetro. En fin, el problema de la caca parecía mucho más serio visto de cerca. Agarré una pala oxidada y recogí un poco desde el borde de la cerca, sólo para probar. Fantástico. Ya sólo me faltaban cuatro mil millones de paletadas. El sol empezaba a descender. Nos quedaban apenas unas horas. Llegué a la conclusión de que el río era nuestra única esperanza. Al menos, resultaría más fácil pensar a la orilla del río que al borde de aquel estanque apestoso. Empezamos a bajar por la ladera.
• • •
—¿Tienes idea de que estás haciendo?—me pregunto Percy.
—¿La verdad? Sigo improvisando.
Cuando llegamos al lago había una chica esperándonos. Llevaba téjanos y una camiseta verde, y el largo pelo castaño trenzado con hierbas. Tenía los brazos cruzados y una expresión muy ceñuda.—¡Ah, no!, ¡ni hablar! —exclamó.