CAPITULO CUARENTA Y DOS

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Hundo barcos rascándome
el bolsillo

            LA SEÑORITA O'LEARY ERA LA ÚNICA QUE PARECÍA CONTENTA CON LA CIUDAD DORMIDA

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            LA SEÑORITA O'LEARY ERA LA ÚNICA QUE PARECÍA CONTENTA CON LA CIUDAD DORMIDA. La encontramos poniéndose morada en un carrito de perritos calientes volcado. El dueño se había hecho un ovillo en el suelo y roncaba con el pulgar en la boca.

  Argos nos esperaba con sus cien ojos abiertos como platos. No dijo nada. Nunca dice una palabra. Supongo que será porque tiene un ojo en la lengua, según dicen. Pero su expresión dejaba claro que estaba flipando.

  Le expliqué lo que había descubierto en el Olimpo, y que los dioses no pensaban acudir a salvar la ciudad. Argos, disgustado, puso los ojos en blanco, lo cual resultaba bastante psicodélico porque hacía que todo su cuerpo se retorciese.

    —Será mejor que vuelvas al campamento —le dije—. Defiéndelo lo mejor que puedas.

  Me señaló y alzó las cejas con expresión inquisitiva.

  —Yo me quedo —dije.

  Argos asintió, como si la respuesta le pareciera satisfactoria. Miró a Annabeth y trazó un círculo en el aire con el dedo.

  —Sí —dijo ella—. Ya va siendo hora.

  —¿De qué? —preguntó Percy.

  Argos revolvió en la trasera de su furgoneta, sacó un escudo de bronce y se lo entregó a Annabeth. Parecía normal y corriente: el mismo tipo de escudo redondo que utilizábamos para capturar la bandera. Pero cuando Annabeth lo depositó en el suelo, su bruñida superficie metálica dejó de reflejar el cielo y los edificios circundantes y mostró la estatua de la Libertad... que no estaba cerca ni mucho menos.

   Silbe sorprendida.

  —¡Vaya! —exclamó Percy—. Un vídeo-escudo.

  —Una de las ideas de Dédalo —dijo Annabeth—. Conseguí que me lo hiciera Beckendorf antes de... —Le echó un vistazo a Silena—. Hum, en fin, el escudo desvía los rayos de sol o de luna procedentes de cualquier parte del mundo para crear un reflejo. Puedes ver literalmente cualquier objetivo que se encuentre bajo el cielo, siempre, eso sí, que lo toque la luz natural. Mirad.

  Nos agolpamos alrededor mientras Annabeth se concentraba. La imagen se movía y giraba muy deprisa al principio, y casi me daba vueltas la cabeza al mirarla. Primero mostró el zoo de Central Park, luego descendió por la calle Sesenta Este, pasó por Bloomingdale's y dobló en la Tercera Avenida.

  —¡Hala! —exclamó Connor Stoll—. Retrocede un poco. Enfoca ahí.

  —¿Qué? —preguntó Annabeth, nerviosa—. ¿Has visto invasores?

LAS CRÓNICAS DE CAS JACKSON (1)  ━ pjo (EN REVISIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora