CAPITULO TREINTA Y NUEVE

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Una mirada furtiva a la muerte

    VOLVER al Campamento con malas noticias no te hacía la persona más popular

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VOLVER al Campamento con malas noticias no te hacía la persona más popular.

  Apenas salimos del mar, corrió la voz de nuestra llegada. Nuestra playa está situada al norte de Long Island y tiene un hechizo gracias al cual la mayoría de la gente no puede verla siquiera. O sea, que no aparece nadie por las buenas en esa playa, a menos que se trate de semidioses, dioses o repartidores de pizza muy, muy despistados. (Ha ocurrido, en serio, pero ésa es otra historia).

  El caso es que aquella tarde el vigía de guardia era Connor Stoll, de la cabaña de Hermes. En cuanto nos divisó, se emocionó tanto que se cayó del árbol. Luego hizo sonar la caracola para avisar al campamento y vino corriendo a nuestro encuentro.

Tenía una sonrisa torcida que armonizaba con su retorcido sentido del humor. Es un buen tipo, pero te conviene sujetar bien la cartera cuando anda cerca. Y no se te ocurra poner a su alcance un bote de crema de afeitar si no quieres encontrarte el saco de dormir lleno de espuma. Tiene el pelo castaño y rizado, y es un poco más bajo que su hermano Travis (el único rasgo que te permite distinguirlos). Son tan distintos de mi viejo enemigo Luke que cuesta creer que los tres son hijos de Hermes.

  —¡Percy! —chilló—. ¿Cómo ha ido? ¿Dónde está Beckendorf? —Entonces vio la expresión de mi hermano y su sonrisa se esfumó en el acto—. Oh, no —se lamentó—. Pobre Silena. Por Zeus sagrado, verás cuando se entere...

  Cruzamos juntos las dunas y a unos trescientos metros vimos a la gente del campamento acercándose en masa, excitada y sonriente. «Percy y Cas han vuelto —debían de estar pensando—. ¡Han salvado la situación! ¡Quizá hayan traído algún recuerdo y todo!».

Nos detuvimos en el pabellón  del comedor y los esperé allí. No valía la pena apresurarse para contarles la desgracia que había ocurrido. Me senté en nuestra mesa y eche la cabeza hacia atrás, cansada—Menuda mierda.

—Van a odiarme.

  —Bueno, si te odian a ti me odiarán a mi, vamos en el mismo paquete—Percy pareció agradecido por mis "palabras de ánimo".

  Contemple el valle, tratando de recordar cómo era el Campamento Mestizo la primera vez que lo vi. Tenía la sensación de que había pasado un billón de años. O más.

  Desde el comedor se dominaba casi todo. De entrada, el círculo de colinas que rodean el valle. En la más alta, la colina Mestiza, se alza el pino de Thalia; y de una de sus ramas bajas cuelga el famoso Vellocino de Oro, que extiende su protección mágica sobre el campamento. El dragón que lo vigilaba día y noche, Peleo, había crecido tanto que se veía incluso desde aquella distancia, enroscado alrededor del tronco y enviando señales de humo cada vez que soltaba un ronquido.

   A mi derecha se extendían los bosques. A mi izquierda, el lago de las canoas brillaba bajo los últimos rayos de sol y el muro de escalada resplandecía con la cascada de lava que caía por uno de sus flancos. Enfrente, se desplegaban en herradura doce cabañas —una por cada dios del Olimpo— alrededor de un prado verde de uso comunitario. Más hacia el sur estaban los campos de fresas, el arsenal y la Casa Grande, un edificio de cuatro pisos pintado de azul cielo y coronado con una veleta de bronce que representa un águila.

LAS CRÓNICAS DE CAS JACKSON (1)  ━ pjo (EN REVISIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora