CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

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Quirón monta una fiesta

            EL CENTRO DE LA CIUDAD ERA UN CAMPO DE BATALLA

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            EL CENTRO DE LA CIUDAD ERA UN CAMPO DE BATALLA. Desde lo alto se veían pequeñas escaramuzas por todas partes. Un gigante iba destrozando árboles en Bryant Parkmientras las dríadas lo acribillaban con nueces. Delante del Waldorf Astoria, una estatua de bronce de Benjamín Franklin le atizaba golpes a un perro del infierno con un periódico enrollado. Un trío de campistas de Hefesto hacía frente a un escuadrón de dracaenae en medio del Rockefeller Center.
Me daban ganas de pararme a echar una mano, pero por el humo y el ruido deducía que el auténtico jaleo se había desplazado mucho más al sur. Nuestras defensas se venían abajo. El enemigo ya estrechaba el cerco al Empire State.
Hicimos un rápido barrido por los alrededores. Las cazadoras habían levantado una línea defensiva en la Treinta y siete, sólo tres manzanas al norte del Olimpo. Hacia el este, en ParkAvenue, Jake Mason y algunos campistas más de Hefesto dirigían a un ejército de estatuas contra el enemigo. Al oeste, la cabaña de Deméter y los espíritus de la naturaleza de Grover habían convertido la Sexta Avenida en una selva que entorpecía el avance de un escuadrón de semidioses de Cronos. El sur estaba despejado por el momento, pero los flancos de la fuerza enemiga empezaban a abarcarlo con una maniobra envolvente. Unos minutos más y estaríamos completamente rodeados.

     —Hemos de aterrizar donde más nos necesiten —mascullé.

      « Eso significa en todas partes, jefa» .

     Tenía razón. Divisé un estandarte con una lechuza plateada en la esquina sudeste de la
contienda, en la calle Treinta y tres a la altura del túnel de Park Avenue. Annabeth y dos de sus hermanos mantenían a raya a un gigante hiperbóreo, con ellos estaba Percy.

     —Allí —le dije a Lucky, que se lanzó directo al campo de batalla.

     Salté de su lomo y aterricé en la cabeza del gigante; cuando éste levantó la vista, me deslicé por su cara, machacándole la nariz por el camino.

—¡Uaurrrr! —El gigante dio un paso atrás tambaleándose, mientras le manaba sangre azul de la nariz.

Caí en la acera y eché a correr. El hiperbóreo exhaló una nube de niebla blanquecina y la temperatura descendió en picado. El punto donde había caído quedó revestido de una capa de hielo, y yo misma me encontré cubierta de escarcha como un dónut de azúcar.

—¡Eh, mamarracho! —le gritó Annabeth.

—¡Deja a mi hermana!

El Chico Azul dio un bramido y se volvió hacia Percy y Annabeth, dejándome expuesta la parte posterior de sus piernas. Me lancé a la carga y le hinqué la espada en una corva.—¡Uaaaaaaa!

LAS CRÓNICAS DE CAS JACKSON (1)  ━ pjo (EN REVISIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora