CAPITULO CUARENTA Y NUEVE

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Ojo por ojo

       —¿QUÉ PRETENDÍAS INSENSTA?—Clarisse acunaba la cabeza de Silena en su regazo

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      —¿QUÉ PRETENDÍAS INSENSTA?—Clarisse acunaba la cabeza de Silena en su regazo.

Ella intentó tragar, pero tenía los labios resecos y resquebrajados.—No me... habrías... escuchado. La cabaña sólo te... seguiría a ti.

—Así que me robaste la armadura —comprendió Clarisse, aún incrédula—.
Esperaste a que Chris y yo saliéramos a patrullar, te apropiaste de la armadura y te hiciste pasar por mí. —Miró furiosa a sus hermanos—. ¿Y ninguno se dio cuenta?

Los campistas de Ares experimentaron un repentino interés por sus propias botas.—No los culpes —dijo Silena—. Ellos querían... creer que eras tú.

—Estúpida hija de Afrodita —gimió Clarisse—. ¿Y por qué te has enfrentado al drakon?
—Todo ha sido por mi culpa —admitió Silena, mientras una lágrima resbalaba por su rostro—. El drakon, la muerte de Charlie... el campamento amenazado...

—¡Basta! —exclamó Clarisse—. ¡No es cierto!

Silena abrió la mano mientras me miraba como pidiéndome disculpas. En la palma tenía un brazalete de plata con un amuleto en forma de guadaña: la marca de Cronos.

Sentí como si me dieran un puñetazo en la barriga—Tú eras la espía —musité.

Silena intentó asentir.—Antes... antes de que me gustara Charlie, Luke me caía en gracia. Era...encantador. Apuesto. Más tarde quise dejar de ayudarlo, pero él me amenazó con contarlo todo. Me aseguró... que así salvaba vidas; que menos personas sufrirían daño. Me dijo que no le haría daño... a Charlie. Me mintió.

Miré a Annabeth a los ojos. Estaba blanca como la cal. Daba la impresión de que le hubieran arrancado el suelo de los pies.
A nuestra espalda, la batalla proseguía.
Clarisse miró ceñuda a sus compañeros de cabaña.—Rápido, ayudad a los centauros. Defended las puertas. ¡Deprisa!

Echaron a correr para sumarse a la lucha. Yo quería correr también a la lucha pero seguía asimilando la confesión de Silena.

Silena inspiró honda y dolorosamente.
—Perdonadme.

—No vas a morir —insistió Clarisse.
—Charlie... —Los ojos de Silena miraban muy lejos, a millones de kilómetros—. Veo a Charlie...

Ya no volvió a hablar.

Clarisse la sostuvo, sollozando. Chris le puso la mano en el hombro. Finalmente, Annabeth le cerró los ojos a Silena.

—Tenemos que luchar —dijo con voz quebrada—. Ha dado su vida para
ayudarnos. Debemos hacerlo en su honor.

Clarisse se sorbió la nariz y se secó las lágrimas. —Era una gran heroína, ¿entendido?

Le tendí la mano a Clarisse—Vamos —le dije.

LAS CRÓNICAS DE CAS JACKSON (1)  ━ pjo (EN REVISIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora