LIBRO I: LAS CRONICAS DE CAS JACKSON
¿QUÉ OCURRE SI UN DÍA DESCUBRES QUE ERES HIJA DE UN DIOS GRIEGO? Eso es lo que le sucede a los mellizos Percy y Cas Jackson, que a partir de ese momento comienzan a vivir una vida completamente distinta a la...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
ANNABETH, PERCY Y YO SALÍAMOS DEL PALACIO cuando vimos a Hermes en el patio. Estaba contemplando un mensaje Iris en la cortina de vapor de una fuente.
—Nos vemos en el ascensor —le dijo Percy a Annabeth—Tú vienes conmigo.
—Jo.—No quería hablar con Hermes, había matado a su hijo, por los dioses...
—¿Seguro? —respondió ella, escrutándole—. Sí, ya veo que sí.
Hermes no pareció advertir que nos acercábamos. Las imágenes del mensaje Iris se sucedían tan rápidamente que apenas pude captarlas. Eran informativos y noticiarios de todo el país: escenas de la destrucción causada por Tifón, los restos de la batalla esparcidos por todo Manhattan, el presidente en una rueda de prensa, el alcalde de Nueva York, vehículos del ejército transitando por la Avenida de las Américas.
—Asombroso —murmuró Hermes, volviéndose hacia mí—. Después de tres mil años, me sigue sorprendiendo el poder de la Niebla... y la ignorancia de los mortales.
—Bueno, gracias por la parte que nos toca.
—Ah, no me refiero a ti. Aunque supongo que también debería preguntármelo, porque, vamos, rechazar la inmortalidad...
—Era la decisión acertada—yo no era capaz ni de hablar ni de mirar al dios, estaba como apoyo emocional de mi hermano.
Hermes me miró con curiosidad y luego volvió a prestar atención al mensaje Iris.—Míradlos —dijo—. Han decidido que Tifón no ha sido más que una monstruosa serie de temporales y tormentas. Qué más hubiéramos querido. Aún no se explican cómo es posible que todas las estatuas del bajo Manhattan hayan desaparecido de sus pedestales y terminado hechas pedazos. Pero imagino que al final se les ocurrirá alguna interpretación lógica.
—¿Está muy deteriorada la ciudad?
Hermes se encogió de hombros.—No tanto, cosa sorprendente. Los mortales están consternados, desde luego. Pero esto es Nueva York. Nunca he visto a un puñado de humanos con tal capacidad de recuperación. Me imagino que habrán vuelto a la normalidad en unas semanas; y yo, claro, les echaré una mano.
— ¿Usted?
—Soy el mensajero de los dioses. Me corresponde a mí supervisar lo que dicen los mortales y, si es necesario, ayudarlos a comprender lo sucedido. Me encargaré de tranquilizarlos. Créeme, acabarán reduciéndolo todo a un terremoto monstruoso o una erupción solar. Cualquier cosa menos la verdad.
Había cierta amargura en su tono. George y Martha se enroscaban alrededor de su caduceo, pero permanecían en silencio, lo cual me hizo pensar que Hermes estaba muy, pero que muy enfadado. Debería haberme callado, pero le dije: —Le debo una disculpa—No me iba a quedar tranquila hasta pedirle disculpa, le había quitado un hijo a su padre, ningún padre debía ver a un hijo suyo muerto.