La cueva

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Alina

Alina se quedo en silencio. No tenia fuerzas para saltar o alejarse del monstruo que la cargaba. Es más, ni si quiera quería hacerlo. Por más que su cerebro le gritaba que estaba en peligro, su cuerpo se rehusaba alejarse de él. Porque después de todo, estaba exquisitamente caliente y todo lo que les rodeaba era nieve.

La llevó a Bajo la Montaña o eso supuso ella. Aun que estaba tan cansada, que ni si quiera quiso abrir los ojos. Solo se quedó allí, sintiéndose vacía. Debía de sentir dolor, debía de sentirlo porque había perdido frente a sus ojos a su compañero y viviría sola sus últimos meses de vida, pero no sentía nada. Solo un vacío helado en el pecho, que no solo secaba sus sentimientos, sino que también le impedía llorar.

Había intentado alcanzar un futuro hermoso, había forzado las líneas del tiempo y no había sido suficiente. Claro que no había sido suficiente si Azriel amaba a Elain. Quiso sentir odio por la pareja, quiso sentir algo, pero no hubo nada. Como si todos sus sentimientos se hubiesen ido cuando ella dejó salir su poder, drenándose casi por completo.

El macho la hecho sobre una cama caliente y Alina ni si quiera abrió los ojos, a pesar de que estaba mojada y comenzaba a sentir que el frio le calaba los huesos ahora que ya no tenía ese cuerpo caliente cargándola.

– Vístete. – Le susurró y Alina supuso que él le había dejado ropa seca, pero no tenía fuerzas. Ni tampoco ganas. Se escuchó un gruñido y luego el chasquido de unos dedos, que la dejaron con ropa limpia y seca en un abrir y cerrar de ojos.

Alina no supo en que momento se dejó llevar por el cansancio, solo despertó con un aroma exquisito de pan horneado y algo que parecía carne. La comida estaba puesta en frente de ella, en una pequeña mesa de noche, que definitivamente no pertenecía a Bajo la Montaña.

Revisó a su alrededor mientras se recostaba en la cama. La habitación era de roca, y las paredes estaban desgarradas, como si una bestia gigantesca hubiese rasguñado el lugar hasta hacer la cueva. Alina observó sus mantas y con algo de asombro descubrió que eran pieles de animales. No debió de aspirar mucho, para reconocer el aroma de Calia impregnado en el ambiente. Esa habitación era de su amiga. Pero su amiga no la había rescatado. La había rescatado un monstruo.

Intentó recordar lo que había ocurrido, se drenó, él la había recogido y ahora estaba allí. ¿Era prisionera? O ¿estaba a salvo en ese lugar?

Su estomago rugió en ese momento, indicándole que no le importaba si era prisionera o no, que solo tenía hambre. Alina se alimentó con rapidez, entendiendo que el drenarse de energía generaba realmente muchas ganas de comer. Terminó el plato y el pan en menos de lo que ella pensó y su estomago volvió a sonar y como si aquel monstruo estuviera allí, escuchando, el plato se llenó y un nuevo pan apareció.

– ¿Estas allí? – Le preguntó.

– Si. – Dijo esa voz antigua y nueva. Vieja y joven. Alina se preparó para verlo en la morfa que más le aterraba: como su pequeño hermano con un corte horrible en el cuello. Pero Bryaxis no apareció así, se dejó ver con su forma fae. Un macho alto y de cabellera oscura, ojos aun rojos, pero rostro muchísimo más parsimonioso de lo que mostraba en su forma de pesadillas. Alina se mordió el labio antes de hablar. Era mucho más grande de lo que pensaba en su forma real y también mucho más imponente.

– ¿Cómo me encontraste? – Le preguntó, intentando tantear la situación porque aun no le quedaba claro si podía irse o no de ese lugar.

– Soy un ser muy curioso y al sentir tu poder.... Bueno, tenía que ir a ver quien lo había hecho. Luego te encontré en ese mar de arena negra. Creí que te levantarías, pero no lo hiciste.

Una Corte de Sombra y EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora