Ojos violeta

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Alina

Al salir de Bajo la Montaña y verla perderse en la lejanía solo pudo sentir como una nueva preocupación se asentaba en la base de su estomago. La necesidad de volver a esa cueva para encontrar respuestas le hizo temblar.

– ¿Sigues con frio? – preguntó Azriel. Ella negó con la cabeza y se quedó en silencio.

Azriel se mantuvo callado y ella agradeció el gesto. Toda su vida había vivido cerca de machos que solo querían hablar y que le obligaban a hacerlo. Ahora por primera vez estaba en los brazos de un macho que no lo hacía. Así que Alina se permitió pensar en ella, en lo que haría ahora que era libre. Evitó pensar en aquella bestia de Bajo la Montaña y se obligó a pensar en lo que haría a continuación.

Observó sus dedos. Se había puesto deliberadamente las joyas que le regaló Eros. Principalmente porque sabía que necesitaría dinero para poder vivir. Vio el ultimó anillo que él le había dado, un zafiro rosa grande. "Un zafiro único para una danzante única" le había dicho. Debió de estar agradecida por esas joyas tan raras, pero no lo estaba, las odiaba todas. Las vendería apenas pudiera hacerlo.

Después de bastante rato en un agradable silencio Azriel le dijo que iban a Velaris, la capital de la Corte Noche. Imaginó oscuridad y tristeza, pero cuando vio esa ciudad brillante y llena de vida, con montañas rojizas, nevados a lo lejos, el océano por otro lado y un hermoso río que la cortaba a la mitad no pudo creer lo que veía.

– Esto es...– se le fueron las palabras de la boca. Una sensación de tranquilidad le recubrió el cuerpo. Eros jamás podría atacarlos en esa ciudad. Ella al fin estaba segura.

– Hermoso. – Finalizó Azriel con tranquilidad.

– Si. – habló observando todo allí. No quería perderse ningún detalle. Nada de aquella ciudad hermosa. Ni si quiera imaginó como podría ser de noche. Estaba ansiosa por caminar por esas calles sin supervisión de nadie, estaba lista para su nueva vida allí, libre.

En ese momento su arena crepitó bajo su piel, impaciente. – Yo también quiero verlo. – le dijo a su arena. A penas pudiera bailaría para ver su futuro, lo haría para ver todo lo hermoso que le deparaba este nuevo hilo del destino.

– Gracias por traerme aquí. – le habló Alina y no tuvo que fingir la media sonrisa genuina que se mostró en su rostro. Azriel la observó pensativo mientras descendía a la ciudad. Paró en seco en medio del descenso y luego giró hacia una de las montañas rojizas. – ¿Qué haces? – preguntó y el miedo se apoderó de su estomago como si fuera un mareo. ¿A caso la tendrían cautiva?

– Tranquila. He avisado que estoy contigo y el Lord de estás tierras me ha pedido que te lleve a la Casa del Viento. – Dijo señalando con la mirada una casa llena de balcones incrustados en la montaña roja. Como si literalmente estuviera tallada en la roca. – Yo también vivo allí. – continuó para tranquilizarla más. Pero ella no podía tranquilizarse, el corazón le seguía palpitando con fuerza.

– ¿Ese Lord es bueno? ¿Lo conoces bien?– preguntó con miedo en la voz. Azriel sonrió ligeramente.

– Es como mi hermano y si, es bueno. – habló con tranquilidad. – Su nombre es Rhysand. – habló y una extraña sensación de vértigo se acomodo en su estomago. Alina tomó aire.

Descendieron a la casa y al fin Alina en piso firme pudo mover las piernas entumecidas. Estaba segura de que al día siguiente tendría dolores musculares por estar todo el tiempo cargada. No imaginó como quedarían los brazos de Azriel después de todas las horas que la había cargado.

– Gracias. – Le dijo antes de que una puerta de vidrio frente a ellos se abriera.

– No hay de que. – Se limitó a decir mientras observaba al macho que salía de la puerta.

Una Corte de Sombra y EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora