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La manipulación era un arte. Un arte que no tiene forma, uno que solo es real a través de las palabras dichas por una persona verdaderamente astuta.

Y Kim Taehyung manejaba muy bien ese arte, y también era malditamente astuto. Tanto así, que nadie había podido dar con su jodido paradero en tantos años. Se regodeaba paseando por las calles de Corea como si fuera un ciudadano común. Siempre cuidando sus pasos. Siempre pendiente de todo lo que había a su alrededor.

Taehyung era caprichoso, además de manipulador. Si quería algo, debía obtenerlo, y no le importaba si tenía que llevarse a unas cuantas personas por el medio para lograr su cometido.

Lo mismo pasó cuando vio al pequeño Jeon Jungkook en esa pantalla de celular. Con su rostro tan inocente. Como si fuera ajeno a toda la maldad que había en el mundo. A las personas como Jungkook debían protegerlas, debían mantenerlas en una cajita de cristal viviendo en completa ignorancia, alejados de la asquerosidad que se llamaba sociedad. Pero el pequeño Jeon no corrió con ese tipo de suerte, pues ahora estaba conviviendo con una de las peores personas que pudo parir una mujer.

Un manipulador.

Un asesino.

Un psicópata.

¿Lo peor? Taehyung si lo tenía en una caja de cristal en completa ignorancia. Pero de eso hablaremos después.

Jungkook estaba sentado en la arena. El sol golpeaba su piel cremosa con fuerza. Su cabello castaño era iluminado preciosamente provocando que luciera como un ángel. Se había bañado en la playa minutos antes, dejando que el agua salada purificara su piel y pensamientos. Pues no había podido sacar de su cabeza los labios de Taehyung haciendo contacto con los suyos. Le había gustado, no iba a mentir por más que le haya costado admitirlo.

Por otro lado, Kim lo observaba desde el balcón sosteniendo una lata de cerveza a la cual daba leves sorbos. Sus ojos estaban fijos en aquel muchacho tan hermoso. Le había costado un poco permitirle que saliera a la playa, pues era mejor prevenir que lamentar y Taehyung no quería que alguien más supiera de la presencia de su hermoso ser.

Convirtió su casa en una prisión. Una refinada donde habían camas cómodas. Servían las tres comidas y casi siempre un postre. Contaban con agua caliente y jabones y shampoo que olían a vainilla o manzanilla.

El mayor decidió que era suficiente. Dejó la lata de cerveza a un lado y se dirigió a las escaleras para bajarlas con prisa. Abrió las puertas corredizas de vidrio que daban paso a la playa y se acercó a Jungkook sintiendo la brisa caliente moviendo sus cabellos y ropa.

-Es hora de almorzar.- informó, como si fuera la alarma personal de aquel chico-. Ve a bañarte y cambiarte para servir la comida.

Jungkook se puso de pie, sacudió su ropa deshaciendose un poco de la arena y luego se dio la vuelta encontrándose con Taehyung. Le sonrió de manera inocente y sin decir nada caminó dentro de la casa hasta desaparecer por los pasillos.

Taehyung también entró poco después. Se dirigió a la cocina y empezó a hacer el almuerzo que consistía en arroz, vegetales y carne asada.

Jungkook apareció minutos después con ropa limpia. Su cabello estaba mojado y su rostro lucia un poco rojo gracias al sol que había llevado al estar fuera por tanto tiempo. Se sentó en la butaca y esperó a que Taehyung le sirviera su comida. Ese panorama le recordaba un poco a cuando su nana le cocinaba. Se sentaba y esperaba a que ella terminase para después comer juntos, porque sus padres muy poco comían y estaban en casa.

-Espero te gusten los vegetales.- dijo el mayor dándole el almuerzo.

-Sí, mucho.- sonrió a medias-. Gracias.

ESTOCOLMO | KTH&JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora