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Mi día iba horrible.

Había estado evitando a George hace ya dos días, intentaba no cruzarme con el, contestar sus llamadas, y todo lo que tiene que ver con evitar. No me sentía bien por hacer eso, me sentía una mierda de persona. Mis hermanos me preguntaban si todo bien con George o que pasaba, yo solamente los despreocupe diciéndoles que todo bien. Azul también me llamaba constantemente, a ella tampoco le quise contar sobre mi charla con Samantha, sabía muy bien que no decirle a nadie estaba mal, pero no podía contarle a nadie.

Era como si no pudiera, había algo que me impedía hablar.

Ahora mismo estoy limpiando las mesas de Cardys, estás persona no saben comer ni una mierda, todas las mesas estaban manchadas de comida. El lugar esta solo, yo era la única aquí. Mis demás compañeros salieron hace unas horas, yo me encargaba de cerrar el bar y limpiarlo. Hoy me tocaba a mi, mañana a otra y así sucesivamente. Me senté en una silla que ya estaba limpia, me tape el rostro con mis dos manos ¿que debería hacer? Justo ahora me siento una tonta por haber evitado a George.

Solo tenía que decirle la verdad si lo quería.

No.

Hubo un momento en el que me quedé mirando un punto fijo, fue cuando un recuerdo con mamá apareció en mi mente. Éramos ambas, íbamos a la escuela, caminando porque papá llevó a arreglar el auto. Ambas caminábamos en silencio pero con una gran sonroja.

Tenemos que decirle todo a George...

Negué totalmente con la cabeza, todavía no estaba lista para contarle. Tomé las escoba para barrer, y, sin darme cuenta la puerta de cristal fue abierta.

La figura de George apareció en mi campo de visión, mi corazón comenzó a latir con fuerza y unas mariposas aparecieron en mi estomago. Él se veía como siempre, solamente habían pasado dos días desde que no lo volví a ver, y ya lo extrañaba. Se acercó a mi quedando a un metro de distancia. Su vestimenta era muy normal, unos pantalones flojos, una sudadera negra y sus tenis grises. Su cabello castaño peinado en diferentes direcciones.

—Hola.— se rascó la cabeza algo nervioso.

Fruncí los labios—Hola.

Se pasó el cabello para atrás, se lo peinó y luego lo volvió a deshacer.

—¿Cómo estas? ¿Me estás evitando?— soltó con nerviosismo en en su voz.

Tragué saliva en seco bajando la mirada.

—Eh... no— mentí.

—Oh, parece que si, hace dos días que no te veo y no contestas mis llamadas ¿estás todo bien? ¿Qué es lo qué pasa?

—Nada.— contesté jugando con mis dedos.

Él las miró—No me digas que nada, se cuando estas mintiendo, y se muy bien qué pasa algo— carajo, carajo, ¿por qué me conocía tan bien?—, ¿es... por lo de Samantha? Si es así lo...

—¡No! George no es eso— alcé la voz, me arrepentí pocos segundos después—, yo... no puedo.

Hizo una mueca de confusión—¿Qué no puedes? Vamos, habla conmigo. Sabes que yo te escucharé.

—Y-yo no soy buena para ti, no quiero alejarte pero no me gusta mentirte, lo siento.

Abrió los ojos—¿cómo que no eres buena para mi? ¿Te estás escuchando?

—Lo que oíste George.

Di un paso atrás, tomé la escoba de barrer que dejé recargada sobre una silla. George fue más rápido y con un movimiento me la quitó lo más delicado posible. Su rostro era confuso.

Perfectamente imperfectos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora