Es asombroso cómo funciona el mundo, una sorpresiva lluvia en primavera es motivo de júbilo para unos, y para otros es el peor escenario posible. Por mi parte, siempre había sido un ferviente amante de la lluvia, nada más confortable que leer acostado con el ruido de fondo. Pero ese martes mi amor se apagó por ese fenómeno natural cuando vi a Allen volver empapado de ir a buscar las pruebas impresas de las maquetas de dos libros, porque la imprenta se había quedado sin repartidor.
Cuando llegó, una hora antes, uno de los correctores freelancer —con ligeras gotas en su cabello— por una de las maquetas, algo en mi interior supo que este día no iba a terminar bien. En parte, porque no había traído paraguas, y no era el único, nadie parecía enterado de esta repentina llovizna.
Todos le bajamos el perfil, sobretodo Allen, quien se ofreció a ir a la imprenta y volver con el manuscrito para el corrector. Había que reconocer que fue sorprendente que volviera con el manuscrito bastante intacto, con muy pocas gotas mojándolo, todo lo contrario al recepcionista, quien se encontraba empapado de pies a cabeza, tiritando un poco mientras se secaba con una pequeña toalla de mano.
—¿Por qué no simplemente pasaste a comprar un paraguas? —pregunté dejando un café en su escritorio para que su cuerpo se volviera a temperar.
Ver su cabello con ondas escurriendo, su nariz roja por el frío y sus labios algo morados, no era un gran indicador de la condición de Allen. Era obvio que se enfermaría.
—En el apuro no llevé efectivo, solo andaba con tarjetas, y los vendedores ambulantes de paraguas no tienen para pago de tarjetas —explicó con una sonrisa divertido sin darle una mayor importancia.
—Deberías irte a tu casa, Allen. Te puedes resfriar así —regañó Scarlett.
—Solo queda media hora para salir del trabajo, estaré bien —le contestó despreocupado.
Spoiler: No está bien.
Recordé toda esta escena del día anterior cuando quien me abrió la puerta de la editorial en la mañana, fue nada más y nada menos que... Vincent. Supe de inmediato que algo no estaba bien, porque él siempre llegaba más tarde que la mayoría de sus trabajadores.
—¿Y Allen...? —pregunté al entrar subiendo las escaleras.
—Hola querido director, que gusto verlo tan temprano, es una agradable sorpresa que usted me abriera la puerta diez para las ocho de la mañana —dijo con ironía y reproche—. Los jóvenes ya no tienen modales.
—Lo siento —reconocí rodando los ojos—. Buen día, Vincent. ¿Dónde está Allen? —insistí cuando llegamos a la recepción y comprobé que no se encontraba ahí.
—En su casa—respondió dándome su espalda para dirigirse a su oficina.
No hay forma, Allen ama la puntualidad. Algo está mal.
—¿Se quedó dormido? Eso es muy raro —señalé sin seguirlo.
—En su casa... con fiebre. Me llamó y me dijo que no puede hacer que su cuerpo tenga fuerzas para salir de la cama. Sonaba terrible, está muy congestionado —explicó acomodando la montura de sus gafas con algo de cansancio, para luego hacerme una seña para que me acercara.
Ay no, Allen.
—Dime que le diste la semana para que se recuperara.
—Por supuesto, no lo quiero aquí para que nos enferme a todos —señaló con obviedad—. Pero hay problemas. Me pidió si es posible llevarle el botiquín de la editorial, o algunos de los remedios que hay adentro, porque al parecer, el botiquín de la editorial, es su botiquín personal que deja aquí en caso de emergencias —explicó apretando el puente de su nariz—. Porque al parecer esta es más su casa, que su propia casa.
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Serendipia editorial
Teen FictionApenas leí sus palabras lo supe. Esta no es otra historia más, era única y especial. No importaba que estuviera llena de errores, porque la esencia de ella era encantadora. Había leído muchos libros, pero por alguna razón este se coló en mi retina...