14. No es un sueño

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Allen

No era la primera vez que me robaban un beso. Aquella vez lo odié por completo, sentí que realmente me arrebataron algo y me hicieron pasar por un infierno, por algo en lo que no tuve casi ningún control. Me prometí que no dejaría que nadie llegara tan lejos nunca más. Sin embargo no pude detener a Nico.

Me tomó por sorpresa, aún cuando sus ojos me habían advertido numerosas veces que no actuara de esa forma o me robaría un beso, ignoré sus silenciosas advertencias una y otra vez, por lo que de alguna forma lo esperaba. Pero ciertamente no en ese momento.

No cuando aún tenía la adrenalina y el enojo a flor de piel por la situación que había vivido Nico momentos atrás. Aún quería pedir explicaciones, pedirle que no viera a ese idiota nunca más, ni se fuera a meter a esa biblioteca porque podría ser peligroso, o por último fuéramos juntos, pero no solo, que no publicara donde trabajaba o su dirección en redes sociales. Tenía tantas cosas que decirle, pero no pude decirle nada de eso porque me quitó las palabras de la boca.

Cuando tomó mi rostro mi corazón se congeló, sus latidos pararon y recién retomaron un ritmo frenético cuando se separó de mí y susurró «Lo siento». Se me encogió el estómago y mi pecho dolió al sentirlo tan asustado. Iba a decirle que no se disculpara, pero me calló con otro beso, y luego otro... y otro. Quería sonreír de la ternura, pero no tuve tiempo.

—Lo siento, Allen. Lo siento, no debí. Lo siento.

Esta vez sí se separó de mí y me rompió el corazón verlo tan angustiado, con los ojos llorosos, y sin poder dirigirme la mirada.

¿Por qué estás así cuando tú me robaste un beso?

No se supone que fuera así...

—Nico...

No me escuchaba, no escuchaba para nada, había bloqueado los sonidos y solo parecía estar apunto de escapar. Y eso hizo o por lo menos lo intentó. Se giró e intentó abrir la puerta para irse.

No.

Esta vez mi cuerpo actuó por cuenta propia, con un brazo lo rodeé por la espalda y el otro tomé su mano para que no abriera la puerta. Lo inmovilice, pero cuidando de no apretarlo más de la cuenta. Sabía que si se iba de esta manera solo sufriría un infierno interno ocasionado por la culpa y la vergüenza, así que no podía dejarlo huir, no hasta que resolviéramos este mal entendido.

No puedo dejar que se vaya. No así.

Su cuerpo tiritaba y lloraba sin control. Solo susurraba «Lo siento, tras lo siento.» Nunca imaginé que así sería nuestro primer beso.

—Nico...calma... —susurré en su oído.

—Soy un imbécil, no debí... —gimoteó aún en mis brazos.

—No, no lo eres. ¿Qué no debiste? ¿Besarme? —inquirí preocupado—. ¿Te arrepentiste? ¿Ya no quieres besarme?

¿Qué está pasando, Nico?

—Sí, maldición sí quiero —confesó molesto consigo mismo.

Esa gutural respuesta me trajo un poco de alivio, pero aún me encontraba intranquilo sin poder descifrar qué es lo que pasaba por su mente. El problema es que no sabía qué hilo tirar.

¿Soy yo el problema? ¿Recordó algo terrible? ¿Mi reacción lo espantó?

—¿Entonces qué ocurre? No estoy enojado si eso es lo que te angustia.

Recién en ese instante fui consciente de nuestra cercanía, podía agachar la cabeza y dejar un beso en el cuello desnudo de Nico si lo quisiera, ese era el nivel de nuestra proximidad. Podía escuchar su corazón descontrolado, como si no pudiera esperar más para estar en mis manos.

Serendipia editorialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora