2. Conozco a un chico desastroso

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Con disimulo guardé la servilleta en el primer cajón de mi escritorio, al mismo tiempo que se instauraba una pequeña sonrisa en mi rostro. Tenía la motivación renovada, así que me forcé a seguir con mi trabajo.

Al poco rato tenía las cinco invitaciones listas. Revisé que el día de la semana correspondiera a la fecha que se indicaba, y que los títulos de los libros estuvieran bien escritos, así como el nombre del autor, lo demás lo dejé tal cual lo había encontrado, puesto que tenía miedo de corregir algo para luego darme cuenta que no debí haberlo hecho. Mandé a imprimir las cinco invitaciones y me paré a buscarlas.

—Scarlett. Tengo las invitaciones, ahora debo ir a donde el corrector, ¿cierto? —pregunté sintiéndome confiado. 

—¡Sí! Yo te llevo, así aprovecho de presentarlos.

Con una sonrisa y agilidad me hizo un gesto para que la siguiera. Salimos a la recepción y traté de evitar hacer contacto visual con el chico que se encontraba detrás del escritorio. Subimos las escaleras de madera al tercer piso y Scarlett, con ímpetu, abrió la puerta sin siquiera golpear. Entré con algo de dudas a la pequeña oficina llena de libros por cada rincón, toda la estancia estaba iluminada por la luz natural que se colaba de una gran ventana, en la cornisa de esta descansaba un hermoso bonsai, en medio la habitación se encontraba un escritorio de madera y detrás había un señor de cabello corto y claro peinado sofisticadamente para atrás, ojos oscuros, vestido con un traje, el cual no parecía tan contento de vernos.

—Oliver, te presento al chico nuevo. Nicolás, él es nuestro corrector. Todo pasa por su revisión antes de derivarse a cualquier lado —se giró para mirarme y luego dio un aplauso—. Bien los dejo.

—Qué fría eres —mencionó con una voz bastante profunda. 

—Sí, ya me conoces, cariño. 

Cariño. Ese apelativo íntimo y las sonrisas cómplices lo decían todo. Ellos tenían algo. 

No podía creer que esta fuera toda la presentación, lo peor es que ni siquiera se quedó esperando a que le entregara las cosas, o supervisando que fuera capaz de hablar, porque ciertamente estaba haciendo un pésimo trabajo en eso.

Por favor, Nicolás haz algo bien.

Sintiéndome completamente intimidado por la persona delante de mí traté de esbozar una tentativa sonrisa. Se veía ocupado, porque su escritorio estaba lleno de lo que parecían manuscritos gigantes.

—Mi nombre es Nicolás. Terminé unas invitaciones y me preguntaba si tiene un tiempo para revisarlas.

Él alargó la mano dándome a entender que se las pasara, así que eso hice. No sabía si tenía que esperar a que las revisara frente a mí o si debía irme y luego venir. ¡Necesitaba instrucciones! ¡Nadie me decía qué hacer! ¡Por qué asumen que sé hacer las cosas y no soy un desastre en ellas!

—¿No imprimiste las portadillas?

—¿Disculpe? —pregunté confundido.

—Cuando me traigas algo que revisar debes siempre traerme la portadilla del libro. No la portada, la portadilla —enfatizó—, esa nunca tiene errores. La persona que estaba antes que tú no hizo eso y se equivocó en escribir el nombre de la portada del libro, hubieron 1500 portadas mal impresas, las cuales tuvimos que desechar y pedir disculpas al autor. No debe volver a pasar. Necesito las portadillas de cada una de las invitaciones.

Bien. Ese era yo temblando de miedo, me acaba de asustar con un error gravísimo, el cual literalmente era mi mayor miedo profesional, mi jodida pesadilla personal. No podía mandarme un error así, por lo menos no hoy, y esperemos que nunca.

Serendipia editorialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora