25. Pensamientos felices

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Que Félix planteara toda la situación como si fuera una simple pijamada, era irrisorio, pero se lo agradecía muchísimo. En todo momento se mostró proactivo, y optimista, por el contrario, Allen estaba preocupado, algo enojado, pero en mayor medida preocupado.

No había forma de que cuatro personas pudieran dormir en mi departamento, ese fue el primer problema que planteé de esta situación. El cual Félix solucionó con un: «tú en tu cama, con Allen. Yo y Ángel dormiremos sentados en tu sofá. Ni piensas en reprocharnos, porque hemos dormido en peores condiciones. Tu sillón es muy cómodo».

El segundo problema, es que no tienen ropa de cambio para trabajar mañana. Porque sí. Era jueves. Mañana había que trabajar. Pero fue Ángel quien lo solucionó cuando llegó diciendo: Vine a mejorar la velada. Toma, entré a tu casa a buscarte ropa, tienes mucha que lavar, Félix. Allen, mamá eligió la tuya. No les traje pijamas, no encontré a la mano, par de desordenados.

Estoy seguro que si les hubiera dicho que construyeramos un fuerte en la sala, ellos lo hubieran hecho, porque estaban dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de hacerme sentir mejor.

—Estoy bien —repetí como por décima vez.

—Puede que ahora lo estes, pero en cinco minutos no —respondió Félix—. Así que preguntaré las veces que sean necesarias para asegurarme que realmente lo estás. Porque puedes estar mal, es normal.

Rodeé los ojos. Pero de todas maneras me sacó una sonrisa.

Todo el ambiente era ridículo, mi departamento era pequeño, lo sabía, pero nunca fue un problema hasta ahora, que Allen y yo estábamos sentados en el sillón frente a mi pequeña y modesta mesa de centro, y Félix y Ángel estaban sentados en unos cojines del sillón en el suelo. «Picnic nocturno».

Comimos, sopas, y ahora unos pocos snacks que había traído Ángel. Mi gato se encontraba plácidamente durmiendo entre las piernas del hermano de mi novio, y no dejaba que Félix lo tomara. Lo aguantó al inicio, luego decidió que era muy molestoso y le gusta la gente de energía más tranquila, y se refugió en Ángel.

Respiré, y solté lo que tenía atorado en la garganta.

—No sé qué hacer —dije con un hilo de voz, sintiéndome más pequeño que nunca.

—¿Qué hacer con qué? —preguntó Félix algo animado.

Eso le ganó un empujón de parte de Ángel, y una mala mirada de parte de Allen.

—Con su acosador, idiota. Conecta tus neuronas —regañó Allen—. Lamentablemente, no hay mucho que puedas hacer, Nico. Es horrible que diga esto, pero como el maldito aún no ha hecho un movimiento, o algo que podamos denunciar. No creo que podamos conseguir una orden de alejamiento.

Eso es exactamente lo que me temía. Estaba de brazos cruzados. No hay nada que pueda hacer, solo dejar que pase algo peor y ahí recién poder hacer algo. Maldición.

—PERO... podemos tomar medidas preventivas —dijo Ángel tratando de salvar la situación.

—¿Cómo irme siempre acompañado? Ya lo estoy haciendo y no parece importarle mucho. Además no quiero molestar a otros más —los miré angustiado—. Quiero mi independencia.

—Esas no. Me refería a medidas reales —corrigió con sus ojos brillando—. Mañana mientras Allen lleva a mamá al médico, yo iré y te compraré todo un equipamiento de defensa personal. Gas pimienta, alarma, estas cosas que se ponen en la mano y sirven para golpear... cómo se llaman...

—¡Manoplas! —asistió Félix.

—¡De esas! —apuntó feliz dándole la razón—. Mis amigas de teatro tienen unos llaveros con todo eso, incluido una mini navaja, y se lo cuelgan o lo llevan en la mochila. Son geniales, les preguntaré dónde los compraron. Así que si se te acerca tu vas y... ¡BAM! Lo apuñalas.

Serendipia editorialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora