21. Salvé una nación en otra vida

1.4K 244 40
                                    

Abrir mis ojos con lentitud, para lo primero que mi vista enfocara fuera el brazo de Allen rodeando mi abdomen, me hizo pensar que seguía durmiendo. Pero al notar detalles específicos, como su acompasada respiración, o su temperatura corporal, me llevó a descartarlo, y comenzar a tener una arritmia. Okey, no. Pero estaba usando todo mi autocontrol para controlar mi respiración, y no despertar a mi acompañante.

Calmate, calmate.

Con mucho cuidado y lentitud tomé su brazo y lo removí de mi abdomen, traté de moverme lo menos posible, para no despertarlo. Fui al baño, me bañé, peiné, salí y Allen seguía durmiendo, tomé una camiseta holgada y ropa interior. De puntitas me dirigí a la cocina y me puse a hacer el desayuno. Eran las siete de la mañana con cinco minutos, teníamos tiempo de comer antes de irnos.

Uno de los escenarios en mi mente era hacer desayuno con poca ropa, y ganarme el corazón —y el estómago— de mi acompañante, para de paso, quizás repetir la noche anterior. Uno nunca sabe lo que podía pasar.

Había puesto unas rebanadas de pan a tostar, mientras hacía unos huevos revueltos. Al terminar puse el agua a hervir y me dispuse a poner la mesa. Cuando iba en la mitad me giré al sentir ruidos, para ver a un Allen solo con ropa del torso para abajo.

—¿Qué haces, Nico? —pregunta quitándose las lagañas.

—El desayuno, es obvio.

—Nunca tomo desayuno en la casa, de hecho debería irme, para cambiarme ropa e ir a abrir la editorial, estoy un poco atrasado —comentó algo cohibido.

¿IRSE?

Inaceptable. No podía irse así como así, después de la noche anterior. Esto atenta contra todas las reglas sobre tener una relación sería con alguien que comenzó el día anterior.

Apagué la cocina y me giré a encararlo, porque no podía permitirlo de ninguna manera.

—Puedes llegar algo más tarde un día... —sugerí tratando de convencerlo—. Nadie llega temprano, solo yo, para tomar desayuno contigo, así que no importará mucho. Todo el mundo llega después de las ocho de todas maneras.

—Pero, tengo que cambiarme la ropa, si voy con la misma ellos especularán —comentó aún sin dar su brazo a torcer.

—Qué te parece si comemos, te duchas y luego te presto una de las camisas que me quedan oversize. Nadie lo notara. Lo prometo.

Eso pareció convencerlo un poco más, pero aún había muchas dudas en su rostro.

—Nico, si te soy sincero, me pone muy incomodo llegar tarde al trabajo, sé que suena algo tonto, pero ser irresponsable me genera mucho estrés —admitió algo avergonzado—. No tiene nada que ver contigo o esta situación, es simplemente... mi límite.

Complicado. Nunca lo había visto tan complicado, ni siquiera cuando me confesé.

Había un problema muy grande, porque no podía dejarlo irse.

—Entiendo tu punto, Allen —comencé con suavidad—, no te pido que no vayas a trabajar —dije sonriendo ligeramente—, solamente que llegues a la hora que abre la editorial, diez para las ocho. Porque si te vas ahora, y tomo desayuno solo, es muy probable que piense que anoche fue un error, no quiero pensarlo. Me asusta pensarlo.

Eso desencajó su expresión y procedió a boquear excusas.

—Nico, yo no...

—Sé que no lo crees así, pero te aseguro que será lo primero que piense cuando cruces la puerta, porque parece que estás huyendo.

Serendipia editorialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora