—Soy tan idiota.
Me encontraba fuera del edificio de la editorial a las siete con treinta minutos de la mañana, aún faltaba media hora para que comenzará mi turno y yo estaba afuera del edificio con puertas cerradas.
Qué desastre.
Maldito ansioso de mierda.
Me desperté a las seis de la mañana y no pude dormir más, así que me bañé y salí sin complicarme demasiado por la hora. Pensé en encontrar algún local abierto donde comprar un café y pasar el rato antes de entrar a trabajar, lamentablemente no hallé ninguno, al parecer todos abrían a las ocho.
Fantástico, Nicolás. Nadie ha llegado, tendrás que esperar afuera en el frío.
Ni siquiera salí bien abrigado, porque a medio día estaría soleado. Jeans, camiseta y blazer, no parecían suficientes frente al fresco de la mañana. Golpeé mi cabeza contra la puerta de madera del edificio, cuando lo hice escuché algo inesperado.
¿Música?
Estaba seguro que podía oír un leve sonido de música viniendo del interior. Lo que quería decir que había alguien adentro, eso me animó y me alteró al mismo tiempo. Me daba vergüenza que me abriera alguien que no conocía.
¿Cómo le explicó que ahora trabajo en este lugar?
¿Es raro que llegue tan temprano?
Mierda.
Nadie debería sentirse avergonzado por llegar antes, eso es una buena señal. La puntualidad es una fortaleza.
Con ese pensamiento toqué el timbre sin tratar de pensar demasiado en mis acciones. Como odiaba esa espera antes de tener respuesta. Cuando sentí que bajaban con rapidez la escalera y abrían la puerta con llave comencé a frotar mis manos con nerviosismo.
Tiene que ser una broma.
—¡Nico, llegaste temprano! Eres una persona madrugadora. Pasa, pasa. Recién puse agua a hervir, puedes hacerte un café o un té, está haciendo mucho frío, hay galletas también —dijo el recién llegado brillando con energía—. No te quedes ahí, adelante. Puedes llegar temprano siempre que quieras, podemos tomar desayuno juntos.
Mierda, me encanta.
—Permiso. Buenos días.
El que me abrió la puerta era nada menos que Allen, vestido con ropa deportiva y una escoba en la mano, mantuvo la puerta abierta para que subiera las escaleras, lo cual hice con mucha timidez. Recién en ese segundo recordé que Scarlett había dicho que él era quien abría la editorial.
Demonios.
—Ven, ven. Acompáñame —pidió cuando llegamos al segundo piso—. Esta es la cocina, no es muy grande, pero podemos tomar desayuno juntos en el futuro si es que lo deseas.
Era un lugar pequeño con una mesa cuadrada en la que se encontraba un hervidor, un termo, café, sobres de tés, azúcar y una botella de endulzante; también había un pequeño refrigerador y lavavajillas.
—Sobre el refrigerador se encuentran las tazas de este piso. Arriba hay más cubiertos y vasos para la gente que se queda a almorzar. Aquí solo están las cosas de nosotros. Puedes ocupar cualquiera de las tazas, simplemente tienes que asegurarte de limpiarla después, también puedes traer tu propia taza si así lo prefieres. Perdón hablo mucho.
Cuando dijo lo último me di cuenta que no había pronunciado una sola palabra en todo este tiempo. Ni siquiera lo había notado, porque estaba concentrado en seguir lo que decía y en no distraerme por el movimiento de sus manos al hablar.
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Serendipia editorial
Teen FictionApenas leí sus palabras lo supe. Esta no es otra historia más, era única y especial. No importaba que estuviera llena de errores, porque la esencia de ella era encantadora. Había leído muchos libros, pero por alguna razón este se coló en mi retina...