12. Mi corazón es tan jodidamente débil

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No ir a ver a Allen luego de terminar mi trabajo del día, fue difícil. Ir a trabajar el jueves y no verlo, fue doloroso. Que Félix me dijera en la tarde «No te preocupes, yo lo cuido hoy», fue el mismísimo infierno.

¿Qué clase de traición fue esa? Él sabía que me estaba muriendo por ver a Allen, conté los minutos todo el día para terminar mi horario laboral e ir a verlo. Él lo sabía, por eso sonreía con complicidad ante mi mueca de sorpresa e indignación.

No estaba molesto con él, porque entendía que era su forma de decirme: cálmate, se te está escapando tu dependencia a verlo, dale su espacio, idiota. Pero aún así estaba algo frustrado.

Trataba de no mensajear tanto a Allen, porque debía dejarlo descansar, pero era tan difícil. Lo echaba mucho de menos. Tomar desayuno era aburrido, no verlo en su escritorio era decepcionante, los almuerzos eran insípidos, e irme a mi departamento era una tortura, porque quería seguir de largo hasta llegar al suyo.

No quería ser mal agradecido con Félix, su presencia y conversación me habían salvado de la monotonía del trabajo, pero no era suficiente.

Soy un desastre. ¿Cómo mierda resistiré a no verlo hasta el lunes?

¿Cómo sobreviviré un viernes sin Allen?

Me estaba tratando de hacer la idea de que no lo vería ese viernes, y debía ser fuerte por él y por mí. Por más que quisiera ponerme a llorar porque me tocaba enviar a imprenta en la mañana y diagramar un libro en la tarde. Sí, tenía medio día para hacerlo, y pedir la copia a la imprenta. Doloroso.

Pasé exitosamente la mañana, el almuerzo, pero tres horas después de comer estaba muriendo. Sueño, falta de motivación y concentración. Quería irme, pero aún quedaban dos horas de trabajo.

Cuando estaba a punto de levantarme para ir al baño a mojar mi cara, suena el timbre de la editorial, así que me levanté a apretar el interruptor para abrir la puerta, me quedé en la recepción para atender a la persona que subía. No podía verle, porque venía con una caja de cartón enorme y cubría la mitad de su rostro.

No puede ser.

—¡Tienes licencia hasta el lunes! ¡No deberías estar aquí! —exclamó Scar desde su escritorio. Ella ni siquiera estaba mirando en su dirección, pero de alguna forma lo sabía.

Allen dejó la caja sobre su escritorio, luego se giró para mirarme, una mascarilla cubría la mitad de su rostro, pero podía ver sus ojos sonreír. Por mi parte, tenía la mandíbula desencajada, no podía creer que se encontrara ahí.

¿Te invoqué, Allen?

—No vine a trabajar —murmuró con su voz algo rasposa, que indicaba que aún se encontraba recuperándose—. Mi mamá me envió una encomienda de naranjas, son demasiadas, así que vine a regalárselas.

—Dime que estoy alucinando la voz de Allen, porque de otra manera me enojaré muchísimo de estar pagando un día de licencia de alguien que no está acostado descansando —mencionó el director de la editorial saliendo a la recepción tapándose los ojos, sin querer mirar a quien se encontraba frente nosotros, hasta que ya no pudo más y se retiró la manos de los ojos—. Mierda. ¡¿Para qué existen las licencias, Allen?!

—Aline, anda a buscar a los de recursos humanos —indicó Scar acercándose a la escena.

—Están sobrerreaccionando, solo les vine a traer naranjas y porque los extrañaba. Me siento mejor así que pensé que no habría problemas si venía con mascarilla.

Luego de decir eso, abrió la caja y sacó una naranja, la cual se la pasó a Scar, otra Vincent y otra a Aline.

—Pueden decirles a todos en la editorial que saquen, son muchas para mí. Voy a rápidamente anotar el inventario de las cosas que faltan de la cocina y me iré —dijo eso y se giró a mirarme directamente—. ¿Nico me puedes ayudar? Así será más rápido, no tardaré ni cinco minutos.

Serendipia editorialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora