23. Un simple chico raro

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—¿Cuál es la peor parte de hacer un libro? —preguntó mi jefa, aburrida, tratando de distraernos durante el periodo de la tarde.

—Fácil. Ingresar las correcciones —respondió Aline rodando los ojos mientras se llevaba una uva a su boca de forma distraída.

—Nah, ingresar correcciones me relaja —respondí quitándome los lentes y masajeando los párpados en un intento de descansar los ojos.

Ambas me miraron con cara de incredulidad como si no pudieran creer lo que estaba diciendo.

—Es un trabajo rutinario, y me da algo de placer ver desaparecer los errores —señalé levantando los hombros con ligereza, tratando de restarle importancia.

—¿Aunque el autor cambie cosas de último minuto, y agregue o quite más palabras que cambiarán la diagramación? —insistió Aline con unos ojos de psicópata tratando de ganar su punto.

—Nah, está en su derecho. Es su nombre el que estará en la portada del libro en muchos escaparates, por supuesto que está en su derecho de ingresar todas esas correcciones. La verdadera pesadilla es enviar a imprenta.

Aline rezongo y dio una risa burlesca.

—Te acostumbrarás —murmuró moviendo su mano—. No es tan terrible luego de un tiempo.

—¡Llevo casi dos meses, y como seis libros enviados a imprenta! Sigo teniendo úlceras en cada momento que debo revisar y despachar los archivos.

—Con el tiempo aprenderás que en preprensa también revisan los archivos, si hay algo mal lo revisarán y nos pedirán corregirlo —dijo restándole importancia.

—Aún así es un tormento, hasta que llegan... recién ahí puedo respirar.

Llevaba dos meses en la editorial, era feliz. Me di cuenta que los trabajos rutinarios me dan mucha paz, esos que involucran poner mucha atención y abstraerse para ser más eficiente. Me gusta ser eficaz. Era gratificante.

Ya no era él nuevo. Confiaban en mí para la toma de algunas decisiones, y las propuestas de otras. Comencé a entender la línea gráfica de la editorial, y ahora casi no tenía que corregir portadas o gráficas publicitarias. Me gustaba sentir que era bueno en mi trabajo.

Por supuesto que a veces era cansador. Los ojos me ardían todos los días, con el sueldo del mes pasado me compré gotas para los ojos. También estoy evitando la cafeína los días que me toca mandar archivos a imprenta, porque me da acidez, y me niego a tener gastritis o úlceras. Pero fuera de eso adoraba mi trabajo.

—¿Y sus partes favoritas? —insistió mi jefa mientras se ponía gotas en sus ojos.

Las portadas —respondimos al unísono Aline y yo.

—Las ilustraciones, ¿cierto? —sorprendida y feliz por nuestra espontánea respuesta.

—Definitivamente, es muy desafiante y divertido por partes iguales. Hay mucha presión en diseñar portadas perfectas y atrayentes.

—Es la parte más creativa —dijo sonriendo mientras volvía a comer más uvas—, así que por supuesto que es la mejor.

Sonreí porque la mejor parte es cuando le muestras una portada en la que trabajaste más de unos días a su autor, y a este le encanta de inmediato. Lejos, el mejor sentimiento del mundo.

¿Será muy trabajólico de mi parte creer que el mejor sentimiento del mundo es de que hiciste un buen trabajo?

Miré a Allen tomarse el pelo en un pequeño tomate, y recordé que el mejor sentimiento del mundo es ir de la mano con ese hombre y saber que le gusto.

Serendipia editorialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora