Louis amaneció repentinamente después de tener un sueño bastante realista, en donde él y su rizado de ojos esmeraldas caminaban por la orilla del mar agarrados de las manos, contaban nubes y Harry le contaba su pensamiento sobre ellas.
Fue cuando abrió los ojos con la idea viva de comprarle un regalo, después de todo él le debía una.
Miró el reloj, 11:30 de la mañana, hora ideal para ir al centro. Se lavó la cara, tomó un vaso de agua y agarró las llaves.
Salió por la puerta, sin siquiera chequear su imagen en el espejo por última vez; no podía esperar.
Una, dos, quince cuadras. Quince esquinas dónde en cada una se encontraba con algún conocido que pasaba y lo saludaba animadamente. Quince esquinas con el corazón a punto de salir de su pecho; tal vez por la agitación, tal vez por la emoción, tal vez por el amor.
Llegó a la librería que recurría siempre que necesitaba un cuaderno nuevo para expresar sus sentimientos o un nuevo bolígrafo, o tan solo unos post-it para pegar en la heladera las cosas que no debería olvidar de hacer.
—Buen día, Alice, ¿cómo va todo?— saludó animadamente a la mujer de edad avanzada que atendía aquella tienda.
—Todo bien chiquito, ¿qué te trae por acá? ¿Un nuevo cuaderno o un nuevo bolígrafo?
—Un poco de la primera, pero esta vez no es para mí, es para el muchacho que te conté hace tiempo. Sabrás bien que él también escribe y quería enviarle un presente a la altura de la situación, ¿tenés algo para sorprenderme?
—Viniste al lugar indicado, ya vengo.
La mujer se retiró del mostrador y fue hacia el depósito dónde guardaba aquellos artículos que inusualmente se vendían, volviendo al poco tiempo con tres cuadernos al estilo vintage. Uno azul oscuro, uno verde bosque y uno naranja medio oscuro. Los tres idénticos, por fuera tenían tapa dura aterciopelada y un broche de tapa a tapa a modo de seguro, hojas amarillas y lisas.
Tanto la mujer como Louis se miraron, conectando pensamientos «y quizás ustedes también formen parte de la conexión».
—¿El verde? —preguntó la mujer.
—El verde. —respondió.
Antes de envolverlo, Alice dejó que el ojiazul trazara con sus dedos aquel cuaderno, sintiendo la textura, oliendo el aroma a hojas nuevas, imaginando los mil y un escritos que el ojiverde trazaría en él; deseando que alguno fuera para él.
La mujer lo envolvió de una manera sofisticada, en papel madera, y le preguntó a Louis si quería grabarle alguna dedicatoria a lo que respondió con un "prefiero hacerlo en privado, si no te molesta".
Caminó nuevamente las quince esquinas de antes, pero esta vez anhelando las nubes e imaginando la sonrisa de su rizado, los hoyuelos marcados a causa suya, los ojitos verdes chiquitos por la sonrisa de oreja a oreja.
Al llegar tiró todo en la mesita al costado de la puerta, todo menos el cuaderno perfectamente envuelto. Se sentó en el sillón de un cuerpo y agarró una hoja de abajo de la mesita ratona; ahí las guardaba.
«Bosque» qué bien le quedaba aquel apodo, porque esa sería una ínfima manera de describirlo. Era profundo, oscuro, verdoso, un poco frío; pero también tenía sol, luminosidad, alegría. Lo habitaban animales cariñosos, pequeños, inofensivos; y de noche salía aquel tigre de bengala a controlar los rincones. Esa era su cabeza, el tigre de bengala que quería mantener todo controlado, y su corazón era aquella ardilla sonriente que andaba de rama en rama, de árbol en árbol, de persona en persona, llevándose una nuez de cada uno.
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Malibú || l.s
RomanceTodos tenemos un «ojalá» en nuestras vidas. Alguien que pudo ser, y se quedó en la puerta sin entrar. Una chispa que no encontró dónde hacerse llama, y que se apagó sin dejar huella. Alguien que cuelga de tus recuerdos y que, de vez en cuando, prov...