08 de febrero

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Una semana había pasado desde aquel 1 de febrero.
Una semana de puro dolor.
Una semana llena de nostalgia.
Una semana gris.
Una semana diferente en las dos puntas del mundo.

En la punta del norte, Louis salió poco y nada de su cuarto durante esos siete días. Sólo caminaba del cuarto al baño, del baño a la cocina y de la cocina nuevamente a su habitación. Se pidió unos días en la escuelita de surf ya que no tenía ánimos de convivir con personas. Su corazón se marchitó un poquito, su alma se desgarró un poco más, pero el espacio que ocupaba el rizado de ojos verdes en su cabeza se expandió. No pensaba en nada ni nadie más, sólo en él y en cómo hacer para que su corazón no latiera con fuerza cada vez que algo le recordaba a él.

Y es realmente loco cómo funciona el cerebro humano, cuando uno más desea olvidar a alguien hace todo lo posible para que lo pienses hasta en tus sueños. Y no malentiendan, Louis no quería olvidarse de Harry, pero a veces se arrepentía cuando las cosas no salían como lo planeaba. Por ejemplo, ahora desearía tener una máquina del tiempo, volver al 29 de enero y evitar que Zayn enviara la carta. O mejor, volver al día en que escribió aquella línea que tanto lo conflictuaba en el presente y reemplazarla por algo menos vergonzoso.

En la punta del sur, Harry pasó la semana buscando una melodía acorde a las palabras más profundas que salieron de su ser. Una semana buscando la melodía más hermosa que pudiera crear, una melodía digna de ser escuchada por Louis. No fue hasta el viernes de aquella infinita semana, en el cual decidió ir al bar más cercano de su casa y sentarse a pensar con un gin tonic encima, más bien unos cuantos.
Aquel bar solía tener artistas independientes sobre un pequeño escenario, y esa noche no fue una excepción, y fue gracias a aquella muchacha de ojos color miel y cabello cobrizo que subió a la mini tarima, que descifró la melodía exacta.

Anotó los acordes y el rasgueo en una servilleta, le invitó un trago a la muchacha y se retiró de aquel antro satisfecho. Con su corazón contento y su ritmo acelerado. Con sus sentimientos a flor de piel.

Llegó a su casa, se sentó frente a la salamandra, colocó un par de leñas dentro y la encendió. Un clima cálido a comparación del que hacía fuera. Tomó la grabadora, la guitarra y la servilleta con los acordes.

Uno, dos, tres intentos hasta que finalmente se sentía listo para comenzar a grabarse. Era la primera vez que hacía algo de ese estilo y lo llenaba de ilusión escucharse. Una vez hecho el click sobre el botón rojo la grabadora comenzó a guardar el momento. La yema de sus dedos pasaba suave sobre las cuerdas, dándole un toque mágico y delicado a la melodía.

Al cabo de cuatro minutos la grabación terminó, las yemas abandonaron de forma repentina las cuerdas, dejandoles un dejo solitario, y la sala se llenó de silencio. Una parte del regalo estaba hecho, ahora faltaba escribir la carta y ser lo más delicado posible para no romper -de más- al ojiazul.

Malibú || l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora